Versículo para hoy:

lunes, 8 de febrero de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – FEBRERO 8

“Y él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo 1:21.

MUCHAS personas, si se les preguntase qué entienden por salvación, responderían: “Ser salvos del infierno y llevados al cielo”. Este es uno de los resultados de la salvación, pero no es ni la décima parte de lo que contiene esa gracia. Es cierto que nuestro Señor Jesucristo redime a todo su pueblo de la ira que ha de venir. El lo salva de la espantosa condenación que sus pecados le han acarreado, pero el triunfo de Jesús es mucho más completo que esto. El salva a su pueblo “de sus pecados”. ¡Oh!, dulce liberación de nuestros peores enemigos. Cuando Cristo obra la salvación, expulsa a Satán de su trono y no le permite más ser dueño. Ningún hombre es verdadero cristiano si el pecado reina en su cuerpo mortal. El pecado estará en nosotros; nunca será completamente desterrado hasta que el alma entre en la gloria; pero nunca tendrá dominio. Habrá lucha por el dominio –un codiciar contra la nueva ley y el nuevo espíritu que Dios ha implantado-, pero el pecado nunca obtendrá la ventaja como para ser el monarca absoluto de nuestra naturaleza. Cristo será el dueño del corazón, y el pecado debe ser subyugado. El León de la tribu de Judá prevalecerá y el dragón será echado fuera. ¡Creyente!, ¿está dominado en ti el pecado? Si tu vida no está santificada es porque tu corazón no ha sido cambiado, y si tu corazón no ha sido cambiado es porque aún no ha sido salvado. Si el Salvador no te santificó, no te renovó, no te dio odio al pecado y amor a la santidad, entonces no ha hecho nada en ti de carácter salvador. La gracia que no hace a un hombre mejor que los demás es una indigna impostura. Cristo salva a su pueblo no en sus pecados sino de sus pecados. “Sin la santidad nadie verá al Señor”. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”. Si no estamos salvados del pecado, ¿cómo esperamos ser contados entre su pueblo? Señor, sálvame ahora mismo de todo mal, y capacítame para honrar a mi Salvador.

Charles Haddon Spurgeon.

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