Versículo para hoy:

jueves, 3 de octubre de 2024

MARTÍN LUTERO: reformador alemán | BITE


SANTIDAD - J. C. RYLE (1816 - 1900)


Usted puede decir: "En este caso, serán muy pocos los que habrán de ser salvos". Contesto yo: "Lo sé. Es precisamente lo que Cristo nos dice en el Sermón del Monte". El Señor Jesús así lo dijo hace 1.900 años. "Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (Mt. 7:14). Pocos serán salvos porque pocos se tomarán el trabajo de buscar la salvación. Los hombres no quieren negarse los placeres del pecado y de su propia voluntad por un poquito de tiempo. Le dan la espalda a la vida: "No queréis venir a mí para que tengáis vida, dijo Jesús" (Jn. 5:40).

Usted puede decir: "El hecho de que el camino es muy angosto es algo difícil de aceptar". Contesto yo: "Lo sé". Es lo que dice el Sermón del Monte. Es lo que dijo el Señor Jesús hace 1.900 años. Siempre decía que los hombres tenían que tomar su cruz diariamente y que debían estar listos para amputarse una mano o un pie, si querían ser sus discípulos. En la fe cristiana sucede lo mismo que en otras cosas: "Sin dolor no hay ganancias". Lo que nada cuesta, nada vale.

No importa lo que sea que pensemos que es correcto, lo cierto es que debemos ser santos si queremos ver al Señor. ¿Dónde está nuestro cristianismo si no lo somos? No sólo hemos de ser cristianos de nombre y tener conocimiento, tenemos que tener también un carácter cristiano. Tenemos que ser santos en la tierra, si es que tenemos la intención de ser santos en el cielo. "Sin santidad nadie verá al Señor". "La agenda del Papa", dice Jenkyn, "sólo convierte en santos a los muertos, en cambio las Escrituras requieren santidad en los vivos". "Que nadie se engañe", dice Owen, "la santificación es una cualidad indispensable para los que están bajo la dirección de Cristo el Señor para salvación. Él no lleva nadie al cielo que no santifica en la tierra. La Cabeza viviente no admitirá miembros muertos".

No nos maravillemos porque las Escrituras digan: "Os es necesario nacer de nuevo" (Jn. 3:7). Es claro como el agua que muchos que profesan ser cristianos necesitan un cambio completo -un nuevo corazón, una nueva naturaleza-, si han de ser salvos. Las cosas viejas tienen que pasar, tienen que convertirse en criaturas nuevas. "Sin santidad nadie", sea quien sea, "verá al Señor".

miércoles, 2 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Respuestas típicas a la pregunta

Puede usted tratar de callarme diciendo: "Siento mucho más y pienso mucho más acerca de estas cosas, sí, mucho más de lo que muchos suponen". Contesto yo: "Ésta no es la cuestión. Las pobres almas perdidas en el infierno también lo hacen". La pregunta importante no es lo que usted piensa, ni lo que siente, sino lo que hace.

Usted puede decir: "Nunca hubo la intención de que todos los cristianos fueran santos. La santidad, como usted la ha descrito, es sólo para los grandes santos y las personas que tienen dones especiales". Contesto yo: "No veo eso en las Escrituras. Leo que cada uno que tiene esperanza en Cristo «se purifica a sí mismo»" (1 Jn. 3:3). "Sin santidad nadie verá al Señor".

Usted puede decir: "Es imposible ser santo y, a la misma vez, cumplir con nuestras obligaciones diarias; es imposible". Contesto yo: "Usted está equivocado. Sí se puede. Con Cristo de nuestro lado nada es imposible. Muchos lo han hecho. David, Abdías, Daniel y los siervos de la casa de Nerón, son ejemplos de que sí es posible".

Usted puede decir: "Si yo fuera santo sería diferente de otra gente". Contesto yo: "Lo sé. Es justamente lo que usted debiera ser. Los siervos auténticos de Cristo siempre son diferentes del mundo que los rodea -una nación distinta, un pueblo singular- ¡y usted debe serlo también si ha de ser salvo!"

martes, 1 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Aplicaciones prácticas

Ahora quiero dar algunas palabras a manera de aplicación.

(1) Para empezar, quiero preguntarles a cada uno que lee estas páginas: ¿Es usted santo? Escuche, le ruego, la pregunta que ahora le hago. ¿Sabe usted algo de la santidad de la que he estado hablando?

No le pregunto si asiste a su iglesia regularmente, si ha sido bautizado y participado de la Cena del Señor, ni si se denomina cristiano. Le pregunto algo que es mucho más que esto: ¿Es usted santo o no lo es?

No le pregunto si aprueba usted de la santidad en otros, si le gusta leer acerca de la vida de personas santas, hablar de cosas santas, si tiene libros santos sobre la mesa ni tampoco si piensa ser santo y espera serlo algún día. Lo que le pregunto es más: ¿Es usted santo hoy mismo o no lo es?

¿Y por qué lo pregunto tan directamente e insisto tanto? Lo hago porque la Biblia dice: "Seguid la paz... y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor". Está escrito, no es una invención mía, no es mi opinión personal; es la Palabra de Dios: "Seguid la paz... y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He. 12:14).

¡Ay, qué palabras tan escrutadoras e inquietantes son éstas! ¡Qué pensamientos cruzan por mi mente mientras las escribo! Observo el mundo y veo a la mayor parte de sus habitantes en la impiedad. Observo a los que profesan ser cristianos y veo que la gran mayoría no tienen nada de cristianos aparte del nombre. Me vuelvo a la Biblia y oigo decir al Espíritu: "Seguid la paz... y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor".

Es un texto que debiera obligarnos a considerar nuestros caminos y escudriñar nuestros corazones. Realmente debiera generar en nosotros pensamientos muy serios e impulsarnos a orar.