"A este, Dios ha ensalzado". Hechos 5.31

La burla fue un gran ingrediente en los ayes de nuestro Señor. Judas se burló de él en el jardín; el príncipe de los sacerdotes y los escribas se mofaron de él con desprecio; Herodes lo tuvo en nada; los sirvientes y soldados lo escarnecieron y lo insultaron brutalmente; Pilatos y su guardia ridiculizaron su realeza, y estando sobre la cruz, le lanzaron toda suerte de horribles bromas y de repugnantes vituperios.
El ridículo es siempre difícil de llevar, pero cuando estamos en angustia es tan inhumano y tan cruel que nos corta en carne viva. Imagina al Salvador crucificado, agobiado con angustia más allá de toda imaginación mortal, y entonces piensa en aquella abigarrada multitud, meneando sus cabezas y sacando la lengua en amarguísimo desprecio a una pobre víctima que sufre. En el crucificado habrá habido sin duda algo más de lo que los espectadores pudieron ver, de lo contrario, aquella grande y confusa multitud no lo habría honrado con desprecios tan unánimemente. ¿No estaba el mal confesando en aquel preciso momento de su aparente triunfo que, después de todo no podía hacer más que burlar a aquella victoriosa bondad que entonces estaba reinando sobre la cruz?
¡Oh Jesús! Despreciado y desechado entre los hombres, ¿cómo pudiste morir por seres que te tratan tan mal? Aquí hay amor admirable, amor divino, sí amor más allá de toda ponderación. Nosotros también te hemos despreciado en los días anteriores a nuestra regeneración, y aún después de nuestro nuevo nacimiento hemos elevado al mundo en nuestros corazones, y sin embargo, tú sangraste para sanar nuestras heridas y moriste para darnos vida. ¡Oh si nosotros pudiésemos colocarte en un alto y glorioso trono en los corazones de los hombres!
Nosotros deseamos proclamar tus alabanzas por tierra y mar hasta que los hombres te adoren tan unánimemente como una vez te rechazaron.
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Jesús había estado toda la noche en agonía; había pasado la mañana en el atrio de Caifás y había sido llevado apresuradamente de Caifás a Pilatos, de Pilatos a Herodes y de Herodes otra vez a Pilatos. De modo que le quedaron pocas fuerzas, y sin embargo ni refrigerio ni reposo se le permitió. Ansiaban su sangre, y por eso lo sacaron para morir, cargado con la cruz. ¡Oh dolorosa procesión! Bien pudieron llorar las hijas de Salem.
¿Qué aprendemos aquí mientras vemos a nuestro bendito Señor sacado afuera? ¿No aprendemos la verdad de que fue presentado en figura por la víctima propiciatoria? ¿No llevaba el sumo sacerdote esa víctima, y ponía ambas manos sobre la cabeza, confesando los pecados del pueblo, para que así aquellos pecados fuesen puestos sobre el macho cabrío, quedando limpio el pueblo? Entonces el macho cabrío era llevado por un hombre al desierto, y quitaba así los pecados del pueblo; de modo que aunque los buscasen, no podrían ser hallados. Ahora nosotros vemos a Jesús llevado ante los sacerdotes y magistrados, quienes lo declaran culpable. Dios mismo le imputa nuestros pecados: "Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros". "Él fue hecho pecado por nosotros". Y como sustituto nuestro, cargando sobre sus hombros nuestros pecados, vemos a la gran Víctima Propiciatoria llevada por los oficiales de la justicia.
Amado, ¿estás seguro de que Él llevó tus pecados? Al mirar sus hombros en la cruz, ¿están allí representados tus pecados?
Hay un medio por el que puedes decir si Él quitó o no tu pecado. ¿Has puesto tu mano sobre su cabeza, confesando tus pecados y confiando en Él? Entonces tus pecados no están más sobre ti. Han sido transferidos a Cristo por bendita imputación y Él los llevó sobre sus hombros como una carga más pesada que la cruz.
Pilatos entregó a nuestro Señor a los lictores para que fuese azotado. El azote romano era un instrumento de tortura espantoso. Estaba hecho con fibras de bueyes, a las que se entrelazaban aquí y allá filosas espinas, de manera que cada vez que el látigo caía, esas agudas espinas producían terrible laceración y arrancaban la carne. El Salvador estaba, sin duda, atado a la columna y así era azotado. Ya antes había sido golpeado, pero ahora los lictores romanos le infligen probablemente las flagelaciones más severas. ¡Alma, quédate aquí y llora sobre su pobre cuerpo herido!
Creyente en Jesús, ¿puedes mirarlo sin llorar, mientras está delante tuyo como modelo de agonizante amor? Él es a la vez inmaculado como el lirio y rojo como la rosa, con el carmesí de su propia sangre. Mientras experimentamos la segura y bendita sanidad que sus llagas nos han traído, ¿no arde nuestro corazón de amor y pena a la vez? Si alguna vez hemos amado a nuestro Señor Jesús, seguramente tenemos que sentir crecer aquel afecto dentro de nuestros pechos.
Rostro divino, ensangrentado,
Cuerpo llagado por nuestro bien:
calma benigno justos enojos,
lloren los ojos que así te ven.
Bello costado, en cuya herida
halla la vida la humanidad;
fuente amorosa de un Dios clemente
voz elocuente de caridad.
Iríamos gustosamente a nuestros cuartos a llorar; pero en vista de que nuestras ocupaciones nos reclaman, pediremos a nuestro Amado que imprima la imagen de sus heridas en las tablas de nuestros corazones todo el día, y al caer la noche volveremos a comunicarnos con Él y lamentaremos que nuestros pecados lo hayan hecho sufrir tanto.