V. Lo engañoso del pecado
Queda un punto por considerar sobre el tema del pecado, que no puedo pasar por alto. Este punto tiene que ver con lo engañoso que es. Es un asunto de importancia primordial y me aventuro a pensar que no recibe la atención que merece. Podemos ver este engaño en lo increíblemente propenso que es el hombre a considerar al pecado menos pecaminoso y peligroso de lo que es a los ojos de Dios y su pronta disposición por restarle importancia, excusarse por él y minimizar su culpa. "¡No es más que uno pequeño! ¡Dios es misericordioso! ¡Dios no va al extremo de tomar nota de lo que uno hace mal! ¡Nuestra intención es buena! ¡Uno no puede ser tan quisquilloso! ¿Dónde hace tanto daño? ¡No hacemos más que lo mismo que hacen los demás!" ¿A quién no le resulta familiar este tipo de lenguaje?
Podemos verlo en la larga lista de palabras y frases lindas que han acuñado los hombres a fin de describir cosas que Dios llama lisa y llanamente perversas y una ruina para el alma. ¿Qué significan expresiones como "de vida fácil", "alegre", "alocado", "inseguro", "desconsiderado", "indiscreto"? Muestran que los hombres tratan de engañarse a sí mismos y de creer que el pecado no es tan pecaminoso como Dios dice que lo es y que no son tan malos como realmente son. Podemos verlo en la tendencia, aun de creyentes, de permitirles a sus hijos conductas cuestionables y de ignorar el resultado inevitable del amor al dinero, de jugar con la tentación y sancionar a los transgresores sin el debido rigor.
Me temo que no comprendemos suficientemente la extrema sutileza de la enfermedad de nuestra alma. Somos demasiado prontos a olvidar que la tentación de pecar raramente se nos presenta en su verdadera realidad, diciendo: "Soy tu enemigo mortal y quiero arruinarte en el infierno". ¡Oh no! El pecado nos llega, como Judas, con un beso y, como Joab, con una mano extendida y palabras halagadoras. El fruto prohibido le parecía bueno y deseable a Eva; no obstante le echó fuera del Edén.
Caminar tranquilamente en la azotea de su palacio le pareció inofensivo a David; pero terminó en adulterio y homicidio. El pecado raramente parece pecado al principio. Estemos en guardia y oremos, no sea que caigamos en tentación. Podemos darle a la impiedad nombres bonitos, pero no podemos alterar su naturaleza y carácter a los ojos de Dios. Recordemos las palabras de San Pablo: "Exhortaos los unos a los otros cada día... para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado" (He. 3:13). Es una oración sabia en nuestra Letanía la que dice: "De los engaños del mundo, la carne, y el diablo, líbranos, buen Señor".
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