Versículo para hoy:

“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,” -1 Pedro 1:18-19

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lunes, 14 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. Cómo se revela el amor a Cristo

    En segundo lugar, quiero mostrar las características singulares por las que el amor a Cristo se da a conocer.

    El tema es de gran importancia. Si no hay salvación sin amor a Cristo y si el que no ama a Cristo está en peligro de la condenación eterna, nos conviene analizar lo que sabemos de esto. Cristo está en el cielo y nosotros en la tierra. ¿Cómo podemos reconocer a la persona que nos ama y amamos?

    Felizmente es algo fácil de determinar. ¿Cómo sabemos si amamos a alguien aquí en la tierra? ¿De qué manera se demuestra el amor entre la gente en este mundo: Entre esposo y esposa, entre padre e hijo, entre hermano y hermana, entre un amigo y otro? Estas preguntas son fáciles de contestar con sentido común y observación. Al contestar sinceramente estas preguntas, el nudo que tenemos delante se desata. ¿Cómo demostramos afecto entre nosotros?

    (a) Si amamos a una persona nos gusta pensar en ella. No necesitamos que alguien nos la recuerde. No olvidamos su nombre, su aspecto, su carácter, sus opiniones, sus gustos, su posición ni su ocupación. Nos viene a la mente varias veces al día. Aunque quizá esté lejos, a menudo está presente en nuestros pensamientos. Pues bien, ¡sucede lo mismo con el cristiano auténtico y Cristo! Cristo "habita en su corazón" y, por esto, piensa en él cada día (Ef. 3:17). No es necesario recordarle al cristiano auténtico que tiene un Señor que fue crucificado. Piensa en él con frecuencia. Nunca olvida que Jesús tiene un día, una causa y un pueblo, y que él forma parte de su pueblo. El afecto es el verdadero secreto de una buena memoria en nuestro vivir cristiano. El hombre mundano no puede pensar mucho en Cristo, a menos que alguien se lo haga notar, porque no siente ningún afecto por él. El cristiano auténtico piensa en Cristo cada día de su vida sencillamente porque lo ama.

    (b) Si amamos a una persona nos gusta oír que nos hablen de ella. Nos da alegría escuchar a los que hablan de ella. Tenemos interés en lo que otros comentan de ella. Somos todo oídos cuando otros describen su manera de ser, lo que dice, lo que hace y lo que planea. Algunos pueden oírlo mencionar con total indiferencia, pero nuestro propio corazón salta dentro de nosotros con el simple sonido de su nombre. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano auténtico le encanta oír acerca de su Señor. Sus sermones favoritos son los que están llenos de Cristo. Disfruta de la compañía de la gente que conversa de las cosas de Cristo. He leído de una anciana galesa creyente que caminaba varias millas todos los domingos para escuchar la predicación de un pastor británico, aunque no entendía una palabra de inglés. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, respondió que este pastor decía el nombre de Cristo con tanta frecuencia en sus sermones que a ella le hacían bien. Incluso, amaba el nombre de su Salvador.

    (c) Si amamos a una persona nos gusta leer acerca de ella. ¡Qué placer le da a una mujer una carta de su esposo ausente o a una madre la de un hijo que está lejos! Otros pueden verle muy poco valor a la carta. Ni siquiera les interesa leerla. Pero los que aman al escritor ven algo en la carta que nadie más puede ver. La llevan consigo como un tesoro. La leen una y otra vez. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano auténtico le encanta leer las Escrituras porque le relatan acerca de su amado Salvador. No le resulta tedioso, leerlas. Rara vez hay que recordarle que lleve la Biblia cuando va de viaje. No puede ser feliz sin ella. ¿Y por qué es todo esto así? Es porque las Escrituras testifican de aquel que ama su alma: Cristo.

    (d) Si amamos a una persona, nos gusta complacerle. Nos gusta consultar sus gustos y opiniones, seguir sus consejos y hacer las cosas que ella aprueba. Hasta nos privamos de nuestros propios gustos para complacer sus deseos, nos abstenemos de cosas que sabemos que a ella le disgustan y aprendemos a hacer cosas que nos son difíciles porque pensamos que le van a gustar. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! El cristiano auténtico estudia para complacerle, siendo santo en el cuerpo y en el espíritu. Muéstrele algo en su comportamiento diario que Cristo aborrece y renunciará a ello. Muéstrele algo que lo deleita y buscará la manera de hacerlo. No comenta que los requisitos de Cristo sean demasiado estrictos y severos, como lo hacen los hijos del mundo. Para él, los mandatos de Cristo no son gravosos y la carga de Cristo es liviana. ¿Y por qué es todo esto así? Sencillamente porque lo ama.

    (e) Si amamos a una persona, nos gustan sus amigos. Nos gustan, aun antes de conocerlos. Nos atraen porque compartimos el amor por la misma persona. Cuando los conocemos no nos resultan totalmente extraños. Hay algo que nos une. Ellos aman a la persona que nosotros amamos y eso es suficiente recomendación. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! El cristiano auténtico considera a todos los amigos de Cristo como sus propios amigos, miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército, viajeros a la misma patria celestial. Cuando los ve por primera vez, es como si siempre los hubiera conocido. Está más a gusto con ellos durante unos minutos que lo que está con mucha gente mundana, después de conocerla durante varios años. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? Es, sencillamente, el afecto que sienten por el mismo Salvador y el amor que tienen por el mismo Señor.

    (f) Si amamos a una persona, somos celosos de su nombre y honra. No nos gusta oír que digan algo en su contra sin abrir la boca para defenderla. Nos sentimos comprometidos a defender sus intereses y su reputación. Reaccionamos al que la trata mal, casi con el mismo disgusto como si nos hubiera tratado mal a nosotros. ¡Lo mismos sucede entre el cristiano auténtico y Cristo! El verdadero cristiano reacciona con un celo santo a todos los esfuerzos de los demás por menospreciar la palabra de su Señor, su nombre, su Iglesia o su día. Lo confesaría delante de príncipes, si fuera necesario, y es sensible a la más pequeña deshonra dirigida a él. No se queda callado ni soporta que se denigre la causa de su Señor sin levantar la voz para testificar a su favor. ¿Y por qué es todo esto así? Sencillamente porque lo ama.

    (g) Si amamos a una persona, nos gusta hablar con ella. Le confiamos todos nuestros pensamientos y le abrimos nuestro corazón. No nos cuesta trabajo encontrar temas de conversación. Por más reservados que seamos con los demás, nos resulta fácil hablar con un amigo que queremos mucho. No importa la frecuencia con que nos encontremos, nunca nos falta tema para hablar. Siempre tenemos mucho que decir, mucho que preguntar, mucho que describir y mucho que comunicar. Pues bien, ¡lo mismo sucede entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano auténtico no le resulta nada difícil hablarle a su Salvador. Todos los días tiene algo para contarle y no está contento, a menos que lo haga. Habla con él en oración cada mañana y cada noche. Le cuenta sus necesidades y sus deseos, sus sentimientos y sus temores. Le pide consejo en las dificultades. Le pide consuelo cuando tiene aflicciones. No puede evitarlo. Tiene que conversar con su Salvador continuamente, de otra manera, desmayaría en el camino. ¿Y por qué es esto? Sencillamente porque lo ama.

    (h) Por último, si amamos a una persona, nos gusta estar siempre con ella. Pensar en ella, escucharle, leer lo que nos escribe y conversar con ella es todo muy bueno. Pero cuando realmente amamos a alguien queremos algo más. Ansiamos estar siempre en su compañía. Deseamos estar continuamente con ella sin tener nunca que decirle adiós. Pues bien, ¡lo mismo sucede entre el cristiano auténtico y Cristo! El corazón del cristiano auténtico anhela aquel día cuando verá a su Señor cara a cara y para siempre. Anhela comenzar aquella vida sin fin cuando conocerá como es conocido y nunca más tendrá que ver con el pecado y el arrepentimiento. Le es dulce vivir por fe y siente que será más dulce, aun, vivir por vista. Le es placentero oír acerca de Cristo, hablar de Cristo y leer de Cristo. ¡Cuánto más placentero será ver a Cristo con sus propios ojos y nunca dejar de verlo! Siente que "más vale vista de ojos que deseo que pasa" (Ec. 6:9). ¿Y por qué es todo esto? Sencillamente porque lo ama.

    Tales son las características por las que podemos descubrir el verdadero amor. Todas son claras, sencillas y fáciles de comprender. No hay en ellas nada oscuro, nada complejo ni misterioso. Úselas con sinceridad, manéjelas apropiadamente y podrá comprender bien el tema de este capítulo.