Versículo para hoy:

lunes, 20 de noviembre de 2023

NOVIEMBRE 20 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

OBSERVA cuán positivamente habla el profeta. No dice: “Espero, confío, pienso algunas veces que Dios ha abogado las causas de mi alma”, sino habla del asunto como de una realidad indiscutible. “Abogaste la causa de mi alma”. Librémonos, con la ayuda del Consolador, de estas dudas y temores que tanto perjudican nuestra paz y nuestro bienestar. Pidamos a Dios que nos conceda vernos libres de la desagradable y gruñona voz de la sospecha y del recelo, y que nos enseñe a hablar con la clara y melodiosa voz de la plena seguridad. Observa con cuanta gratitud habla el profeta, atribuyendo la gloria sólo a Dios. No hay aquí ni una sola palabra tocante a sí mismo o a su defensa. El no atribuye su rescate a ningún hombre, y mucho menos a sus propios méritos. El profeta dice, más bien, lo siguiente: “, oh Señor, abogaste la causa de mi alma; redimiste mi vida”. El cristiano debiera cultivar siempre un espíritu de gratitud; y, especialmente después de haber sido librados de alguna prueba, tendríamos que cantar a nuestro Dios. La tierra debiera estar llena de cantos, entonados por santos agradecidos; y cada día debiera ser un incensario, en el que arda el suave incienso de la acción de gracias. ¡Cuán alegre parece estar Jeremías mientras recuerda la bendición de Dios, y cuán triunfalmente eleva el tono! El había estado en la mazmorra, y, hasta ahora, no era otra cosa que el profeta llorón; y, sin embargo, en el mismo libro llamado “Lamentaciones”, sonora como el canto de María cuando tocaba el pandero, penetrante como el tono de Débora cuando salió al encuentro de Barac con exclamaciones de victoria, oímos la voz de Jeremías que, subiendo al cielo, dice: “Tú abogaste, Señor, la causa de mi alma; tú redimiste mi vida”. ¡Oh, hijos de Dios!, procurad tener una experiencia vital de la bondad del Señor; y cuando la tengáis, hablad de ella con certeza.

NOVIEMBRE 19 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Evita cuestiones necias”. Tito 3:9.

NUESTROS días son pocos, y cuando hacemos bien, los empleamos mucho mejor que cuando disputamos sobre asuntos que, en el mejor de los casos, son de menor importancia. Los antiguos escolásticos ocasionaron mucho mal con sus incesantes discusiones sobre asuntos que carecen de importancia práctica. Nuestras iglesias padecen mucho de discusiones sin importancia sobre puntos obscuros y cuestiones insignificantes. Una vez que todo lo que podía decirse ha sido dicho, ninguno de los dos bandos resulta más sabio que el otro, y, en consecuencia, la discusión no fomenta ni el conocimiento ni el amor. Es una tontería sembrar en terreno tan estéril. Cuestiones sobre detalles que la Biblia calla, sobre misterios que pertenecen sólo a Dios, sobre profecías de dudosa interpretación y sobre maneras de observar ceremonias humanas, son todas cuestiones necias que los hombres sabios evitan. Nuestra tarea no es preguntar ni responder cuestiones necias, sino evitarlas enteramente. Y si observamos el precepto del apóstol (Tito 3:8), de procurar gobernarnos por buenas obras, nos hallaremos muy ocupados en trabajos provechosos, y así no tomaremos mucho interés en contenciones indignas e inútiles. Hay, sin embargo, algunas cuestiones que no son necias y que no deben ser evitadas, sino imparcial y honestamente encaradas. He aquí algunas: ¿Creo yo en el Señor Jesucristo? ¿Ha sido renovado mi espíritu? ¿Ando yo, no según la carne, sino según el Espíritu? ¿Estoy creciendo en la gracia? ¿Adorna mi conversación la doctrina de Dios mi Salvador? ¿Estoy esperando la venida del Señor y velando como un siervo que aguarda a su amo? ¿Qué más puedo hacer por Jesús? Preguntas de esta clase demandan urgentemente nuestra atención. Si hemos estado entregados a cavilaciones, ocupemos desde ahora nuestros talentos en trabajos más provechosos. Seamos pacificadores y enseñemos a otros, que “eviten cuestiones necias”.

NOVIEMBRE 18 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Fuente cerrada, fuente sellada”. Cantares 4:12.

EN esta metáfora, que hace referencia a la vida íntima del creyente, tenemos muy claramente expresada la idea del secreto. Es esta una fuente cerrada, como lo eran las fuentes de Oriente, sobre las cuales se levantaba un edificio, de modo que nadie podía llegar hasta ellas, salvo los que conocían la entrada secreta. Así es el corazón del creyente cuando es renovado por la gracia; hay en él una vida misteriosa que ningún arte puede tocar. Este es un secreto que ningún otro hombre conoce; más aun: que el mismo hombre que lo posee no puede revelarlo a su prójimo. Este texto no sólo incluye secreto, sino también separación. Esta no es la fuente común, de la que puede beber todo transeúnte, sino es una fuente guardada y preservada. Es una fuente que lleva una marca, un sello real, de suerte que todos puedan conocer que no es una fuente pública, sino una fuente que tiene dueño, y, por eso mismo, está sola. Así pasa con la vida espiritual. Los escogidos de Dios fueron separados por decreto eterno; fueron separados por Dios en el día de la redención; son separados porque poseen una vida que los otros no tienen. Es imposible que se sientan cómodos en el mundo o que hallen satisfacción en sus placeres. Aquí tenemos también la idea de santidad. La fuente cerrada es preservada para uso de alguna persona especial. Y lo mismo acontece con el corazón del cristiano, que es una fuente reservada para Jesús. Todo cristiano debiera saber que tiene sobre sí el sello de Dios, y tendría que estar en condiciones de decir con el apóstol Pablo: “De aquí adelante nadie me sea molesto; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús”. Otra idea prominente en este texto es la de seguridad. ¡Cuán segura es la vida interior del creyente! Aunque todos los poderes de la tierra y del infierno se combinaran contra ella, esa vida inmortal seguiría existiendo, pues el que la dio brindó su vida para que fuese preservada.

NOVIEMBRE 17 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“A él sea gloria por los siglos. Amén”. Romanos 11:36.

“A él sea gloria por los siglos”. Este debiera ser el único deseo del cristiano. Todos los otros deseos deben estar subordinados a este. El cristiano puede anhelar prosperidad en sus negocios, pero sólo hasta donde ese anhelo le ayude a promover lo que dice este versículo: “A él sea gloria por los siglos”. Puede desear tener más dones, pero con la finalidad de que “a él sea gloria por los siglos”. No estás obrando como debes cuando lo haces impulsado por otro motivo que no sea el de la gloria de Dios. Como cristiano, eres “de Dios y por mediación de Dios”; vive, pues, “para Dios”. Que nada haga latir tu corazón tan fuertemente como el amor a Dios. Que esta ambición inflame tu alma; que sea el fundamento de todas tus empresas y la fuerza que te sostenga cuando tu celo se enfríe. Haz de Dios tu único objeto y depende de Él, pues donde empieza el yo, empieza la aflicción. Que tus deseos a favor de la gloria de Dios crezcan. En tu juventud, lo has alabado; no te satisfagas ahora con las alabanzas que le tributaste en tu juventud. ¿Te ha prosperado Dios en tus negocios? Como él te dio más, tribútale tú también mayores alabanzas. ¿Te ha dado experiencia? Alábalo, pues, por poseer ahora una fe más poderosa. ¿Ha crecido tu conocimiento? Entonces canta más melodiosamente. ¿Gozas ahora de tiempos más felices de los que has gozado tiempo atrás? ¿Te has restablecido de alguna enfermedad y tu tristeza ha tornado en gozo y paz? Entonces canta más a menudo a su nombre. Pon más brasas y más incienso limpio en el incensario de tu alabanza. En tu vida práctica da a Dios la gloria debida a su nombre. Con tu servicio personal y con tu creciente santidad, pon el “Amén” a esta doxología tributada a tu misericordioso Señor.