Consideraciones finales
Echemos fuera, viendo como inútil la noción común de que es posible irnos a los "extremos" o "llegar demasiado lejos" en lo que a religión se refiere. Esta es una mentira favorita del diablo y la hace circular a los cuatro vientos. No cabe duda que existen los exaltados y fanáticos que hacen quedar mal al cristianismo con sus extravagancias y sus locuras. Pero si lo que uno quiere decir es que el hombre mortal puede ser demasiado humilde, demasiado caritativo, demasiado santo o demasiado diligente en hacer el bien, tiene que ser o un indigno o un necio. Es fácil ir demasiado lejos en servir a los placeres y al dinero. Pero no hay extremos en seguir todo lo que conforma la verdadera religión y servir a Cristo.
Nunca comparemos nuestra religión con la de otros, ni pensemos que estamos haciendo suficiente si hemos ayudado a otros más allá de nuestros vecinos. Esta es otra trampa del diablo. Atengámonos a lo nuestro. "¿Qué a ti?" dijo nuestro Maestro en cierta ocasión: "Sígueme tú" (Jn. 21:22). Sigamos adelante teniendo como meta la perfección. Sigamos adelante, haciendo de la vida y el carácter de Cristo nuestro único modelo y ejemplo. Sigamos adelante, recordando todos los días que, aun en el mejor de los casos, no somos más que miserables pecadores. Sigamos adelante, sin olvidar nunca que no tiene ninguna importancia si somos mejores que los demás o no. En el mejor de los casos, somos peor de lo que deberíamos ser. Siempre tendremos lugar para mejorar. Hasta el final seremos deudores de la misericordia y la gracia de Cristo. Entonces dejemos de mirar a otros y de compararnos con ellos. Ya tendremos bastante para hacer si miramos dentro de nuestro propio corazón.
En último lugar, pero no por eso menos importante, si algo sabemos de crecimiento y de la gracia y anhelamos saber más, no nos sorprenda que tengamos que pasar por muchas pruebas y aflicciones en este mundo. Creo firmemente que esta es la experiencia de casi todos los santos más insignes. Les sucedió igual que a su bendito Maestro que fue "despreciado y desechado entre los hombres" y tuvo que "perfeccionarse por aflicciones" (Is. 53:3; He. 2:10). Es impactante lo que dijo nuestro Señor cuando declaró: "Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto" (Jn. 15:2). Es un hecho lamentable que la prosperidad continua temporal, por regla general, obra en detrimento del alma del creyente. No podemos aguantarlo. Las enfermedades, pérdidas, cruces, ansiedades y desencantos parecen ser absolutamente necesarios para mantenernos humildes, en guardia y en un buen nivel espiritual. Aquellas aparentes calamidades son tan indispensables como el cuchillo para podar la vid y el fuego para refinar el oro. No son agradables, humanamente no nos gustan, y a menudo no podemos comprender el por qué. La Biblia dice que "ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados" (He. 12:11). Cuando lleguemos al cielo, encontraremos que todo obró para nuestro bien.
Permanezcan estos pensamientos en vuestras mentes si es que anhelamos crecer en la gracia. Cuando vengan los días oscuros, no nos resulte extraño. Más bien recordemos que las lecciones asimiladas en días oscuros nunca las hubiéramos aprendido en los días soleados. Digámonos: "Esto también es para mi provecho a fin de que pueda ser yo partícipe de la santidad de Dios. Me es enviado con amor. Estoy en la mejor escuela de Dios. Corrección es instrucción. Esto tiene el fin de hacerme crecer".
Dejo aquí el tema de crecimiento en la gracia. Espero haber dicho lo suficiente como para poner a pensar a algunos lectores. Todo se está avejentando: El mundo se está poniendo viejo, nosotros mismos nos estamos poniendo viejos, unos cuantos veranos más, unos cuantos inviernos más, algunas enfermedades más, algunas aflicciones más, algunos casamientos más, algunos funerales más, algunas reuniones más y algunas partidas más, y después ¿qué? Bueno pues, ¡el pasto estará creciendo sobre nuestras tumbas!
Entonces, ¿no sería bueno que miráramos nuestro interior y les hiciéramos a nuestras almas una sencilla pregunta? En la religión, en las cosas que conciernen a nuestra paz, en el grandioso tema de nuestra santidad personal, ¿estamos yendo adelante? ¿Estamos creciendo?