Versículo para hoy:

miércoles, 11 de octubre de 2023

OCTUBRE 11 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Levantemos nuestros corazones con las manos a Dios en los cielos”.
Lamentaciones 3:41.

EL acto de la oración nos enseña nuestra indignidad, lo cual constituye una lección muy saludable para seres tan orgullosos como somos nosotros. Si Dios no diese bendiciones sin constreñirnos a pedírselas en oración, nunca conoceríamos cuán pobres somos; en cambio, una sincera oración es como un catálogo de necesidades, como una revelación de pobreza oculta. La oración, al mismo tiempo que es una solicitud de la riqueza divina, es también una confesión de la vanidad humana. El estado más saludable en que pueda hallarse un cristiano, es estar siempre vacío de sí mismo y depender constantemente de las provisiones del Señor; es considerarse siempre pobre en sí, pero rico en Jesús.
La oración, aparte de las respuestas que nos trae, es muy beneficiosa para el cristiano. Como el corredor, por el ejercicio diario, obtiene fuerzas para el día de la carrera, así también nosotros, por el santo ejercicio de la oración, adquirimos energías para la gran carrera de la vida. La oración coloca plumas en las alas de los aguiluchos, para que aprendan a elevarse sobre las nubes. La oración ciñe los lomos de los soldados de Dios y los envía al combate con los nervios vigorizados y con los músculos fortalecidos. El que ruega con fervor, sale de su cámara secreta como “sale el sol de su tálamo oriental, y alégrase cual gigante para correr el camino”. La oración es la mano levantada de Moisés que derrota a los amalecitas más que la espada de Josué; es la saeta tirada desde la ventana de Eliseo que presagia la derrota de los sirios. La oración ciñe la debilidad humana con fortaleza divina; transforma la necedad del hombre en sabiduría celestial, y da la paz de Dios a los turbados mortales. No conocemos nada que la oración no pueda hacer. Te damos gracias, oh Dios, por el propiciatorio. Ayúdanos hoy a servirnos de él acertadamente.

OCTUBRE 10 - LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Delante de su gloria, irreprensibles”. Judas 1.24.

MEDITA en esta admirable palabra: irreprensible. Nosotros estamos ahora muy lejos de serlo; pero, como nuestro Señor no carece de perfección en su obra de amor, algún día lo alcanzaremos. El Señor, que guardará a su pueblo hasta el fin, se lo “presentará también para sí como una iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante; sino santa y sin mancha”. Todas las gemas de la corona del Salvador son de primera agua y sin una sola falla. Todas las damas de honor que acompañan a la esposa del Cordero son vírgenes castas, sin mancha ni tacha. Pero, ¿cómo nos hará Jesús irreprensibles? Nos lavará de nuestros pecados en su propia sangre hasta que seamos tan blancos y tan hermosos como el más puro ángel de Dios. Seremos vestidos con su justicia, aquella justicia que hace que el santo que la vista sea positivamente irreprensible; sí, sea perfecto en la presencia de Dios. Seremos irreprensibles e irreprochables aun en sus ojos. Su ley no sólo no nos acusará, sino que será magnificada en nosotros. Además, la obra del Espíritu Santo en nosotros será completa. El nos hará tan perfectamente santos, que desaparecerá de nosotros la tendencia a pecar. El juicio, la memoria, la voluntad: cada una de las facultades y cada uno de los sentimientos serán librados de la esclavitud del mal. Seremos santos como Dios es santo, y estaremos en su presencia para siempre. Los santos no se encontrarán en el cielo fuera de ambiente; la belleza de ellos será tan sublime como la belleza del lugar que se les ha preparado. ¡Oh, cuál será el éxtasis de aquella hora cuando las puertas eternas se levanten, y nosotros, aptos ya para la herencia, habitemos con los santos en luz! El pecado quitado, Satanás cerrado, la tentación eliminada y nosotros irreprochables delante de Dios: ¡esto en realidad será un cielo! Estemos alegres ahora, mientras ensayamos el canto de eterna alabanza, que pronto resonará en pleno coro.