Versículo para hoy:
viernes, 30 de diciembre de 2016
LECTURAS VESPERTINAS – DICIEMBRE 30
“¿No sabes tú que al cabo se sigue amargura?” 2 Samuel 2:26.
SI tú, querido lector, eres simplemente uno que profesa y no uno que posee la fe que es en Cristo Jesús, las siguientes líneas te presentarán un bosquejo de tu fin. Tú eres uno de los que asisten a un lugar de culto. Vas allí porque van otros, no porque tu corazón esté en buena relación con Dios. Este es tu principio. Quiero suponer que a lo largo de los próximos veinte o treinta años se te permitirá seguir como hasta ahora, profesando la religión en forma superficial, pero no poniendo en ella tu corazón. Anda despacio, pues tengo que hacerte ver la agonía de uno como tú. Mirémoslo con piedad: Un sudor viscoso cubre su frente; se despierta y clama diciendo: “¡Oh Dios! qué penoso es morir. ¿No harás venir a mi pastor?” “Sí, ya viene”. Llega el pastor y el moribundo le dice: “Pastor, temo que esté muriéndome”. El pastor le contesta: “¿Tiene Ud. alguna esperanza?” El paciente responde: “Yo no puedo decir que la tenga. Temo estar delante de mi Dios. Ore usted por mí”. Se eleva la oración por él con sincero fervor, y se le presenta por la décimo milésima vez el camino de la salvación, pero antes que pueda prenderse de la soga de la salvación, veo que se hunde. Ya puedo poner mis dedos sobre sus fríos párpados, pues esos ojos ya no verán nada más aquí. Pero, ¿dónde está ahora el hombre y dónde están sus verdaderos ojos? Escrito está: “Y en el infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos”. ¡Ay! ¿por qué no alzó esos ojos antes? Porque estaba tan acostumbrado a oír el Evangelio, que su alma se durmió bajo su predicación. ¡Ay! si tú llegas a levantar tus ojos allí, cuán amargos serán tus lamentos. Deja que las palabras mismas del Salvador te revelen el pesar: “Padre Abraham, envía a Lázaro que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama”. Hay un espantoso significado en estas palabras. Que nunca tengas que deletrearlas a la roja luz de la ira de Dios.
Charles Haddon Spurgeon.
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