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lunes, 2 de febrero de 2015

Los Fundamentos Esenciales de la Democracia - Stephen McDowell y Mark Beliles

Los Fundamentos Esenciales de la Democracia

«Quien no sabe gobernar un reino, no puede administrar una Provincia; ni puede manejar una Provincia quien no puede ordenar una Ciudad; ni puede ordenar una Ciudad el que no sabe como regular una Villa; ni puede dirigir una Villa quien no puede guiar una Familia; ni puede aquel hombre gobernar bien una Familia si no sabe como gobernarse a sí mismo; ni puede nadie gobernarse a sí mismo a menos que su razón sea Señor; la voluntad y el apetito, sus vasallos; ni puede la Razón gobernar a menos que ella misma sea gobernada por Dios y sea (totalmente) obediente a Él». (Hugo Grotius, erudito holandés del siglo XVII).

FUENTE: CONTRA-MUNDUM

La vida de Jacob I - Pr. Salvador Gómez Dickson

La vida de Jacob II - Pr. Salvador Gómez Dickson

La vida de Jacob III - Pr. Salvador Gómez Dickson


La vida de Jacob IV - Pr. Salvador Gómez Dickson

La vida de Jacob V - Pr. Salvador Gómez Dickson


La vida de Jacob VI - Pr. Salvador Gómez Dickson

LA RELIGIÓN VS. EL EVANGELIO - Steven Morales


LAS CAUSAS DEL AUTOENGAÑO - PR. SUGEL MICHELÉN

Los derechos humanos, amenazados por ‘buenos’ y ‘malos’ - Protestante Digital

¿QUÉ LE PASA AL HOMBRE? - Dr. Martyn Lloyd-Jones


[...] «El hombre lucha contra el Único que puede darle lo que necesita y desea. Dios ha dicho: "No hay paz para el impío" (Isaías 57:21). Por consiguiente, el hombre, al enfrentarse a Dios, resistirle y desobedecerle, está robándose a sí mismo el galardón que codicia. Y haga lo que haga, hasta que se restaure su relación con Dios en obediencia, nunca conocerá la salud y la felicidad. Puede que aumenten sus riquezas y sus posesiones, que perfeccione sus habilidades por medio del estudio o que gane todo el mundo de la riqueza y del saber; pero de nada le servirá mientras su relación con Dios no sea correcta. Siempre carecerá de algo, hasta en su momento de mayor felicidad; nunca conocerá la verdadera satisfacción. Siempre estará quejándose de sus circunstancias y cambiándolas, pero sólo conseguirá un alivio transitorio. Echará la culpa a otras personas y formará nuevas asociaciones y alianzas; pero pronto volverá a sentirse infeliz otra vez. Desaprobará esto y lo otro y se valdrá de un recurso o de otro, hasta que, como Hamlet, al descubrir que todo es insuficiente, exclame con amargura:
El tiempo está fuera de quicio: oh maldito destino,
¡Que para arreglarlo yo haya nacido!
     Tiene la sensación de que él es perfecto y todos sus problemas provienen de otro sitio. Y seguirá caminando en su miseria y su desgracia, y continuará con sus experimentos anodinos hasta que, como el libertino y pecador Agustín de antaño, empiece a darse cuenta de que el problema está dentro de sí mismo y en su mala relación con Dios y diga: "Nos creaste para ti y nuestros corazones no descansarán si no es en ti". Pero, cuando empiece a darse cuenta, comenzará a sentir que su situación es completamente desesperada. Verá que no solo hay necesidad en su corazón, sino también orgullo. Sentirá que ha perdido todo el derecho a recibir el Amor de Dios. Pero, maravilla de maravillas, oye el Evangelio que le dice que, a pesar de toda su rebelión, Dios ha estado esperándole pacientemente. De hecho, averigua que Dios ha estado buscándole y ha enviado a su Hijo Jesucristo a este mundo para buscarle y liberarle. Se le dice que Cristo ya ha muerto por su culpa. Se le asegura el perdón y recibe una nueva vida y una nueva naturaleza. Ahora ve todas las cosas de una forma nueva. Los problemas se resuelven y las dificultades se desvanecen. Empieza a experimentar una paz que es una paz verdadera porque no depende de los demás ni de las circunstancias externas. Más bien es una paz que persiste aunque cambien las condiciones, una profunda tranquilidad interior que solo puede ser descrita como "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento" (Filipenses 4:7). Ha encontrado que "justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios" (Romanos 5:1). Y viéndose a sí mismo y a los demás con esta nueva luz derramada sobre el hombre y su mundo por la Biblia y su enseñanza, está también en armonía con los demás. No puede haber paz entre los hombres hasta que esta se halle en el interior de cada uno, y ese ideal puede obtenerse solo cuando nos sometemos a Aquel que dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Juan 14:27).»

Apartes tomados del libro LA VERDAD INMUTABLE de Dr. Martyn Lloyd-Jones

Dios interviene en el momento preciso - Nancy Leigh DeMoss

FEBRERO 2

"Sin derramamiento de sangre no se hace remisión". Hebreos 9:22.

ESTA es la voz de la verdad inalterable. En ninguna de las ceremonias judías -aún típicamente consideradas- se hacía remisión de pecados sin derramamiento de sangre. En ningún caso y por ningún medio puede el pecado ser perdonado sin expiación. Es claro, entonces, que no haya esperanza para mí fuera de Cristo, pues no hay otro derramamiento de sangre que sea considerado como expiación por el pecado. ¿Estoy yo creyendo en él? ¿Es realmente aplicada a mi alma la sangre de su expiación? En lo que respecta a la necesidad que tienen de Cristo, todos los hombres están en el mismo nivel. Por más morales, generosos, amantes y patriotas que seamos, esta regla no será alterada con el fin de hacer para nosotros una excepción. El pecado no cede a nada que sea menos potente que la sangre de aquel a quien Dios envió como propiciación. ¡Qué bendición que haya un medio de perdón! ¿Por qué hemos de buscar otro? Las personas que profesan una religión meramente formal, no se explican cómo podemos regocijarnos de que todos nuestros pecados han sido perdonados por Cristo. Sus obras, sus rezos y sus ceremonias les dan un consuelo muy pobre; bien pueden ellos estar tranquilos, pues están menospreciando la grande salvación y se empeñan en conseguir sin sangre la remisión. Alma mía, siéntate y contempla la justicia de Dios, que se ve obligada a castigar el pecado. Mira todo ese castigo infligido a tu Señor, y arrodíllate humildemente y besa los queridos pies de aquel que hizo expiación por ti. No vale nada, cuando la conciencia está despierta, recurrir, para hallar consuelo, a sentimientos y evidencias; es éste un hábito que aprendimos en el Egipto de nuestra legal esclavitud. Lo único que puede restaurar a una conciencia convicta de pecado, es la visión de Cristo mientras sufre en la Cruz. "La sangre es la vida de ella", dice la ley levítica. Estemos seguros de que la sangre es la vida de la fe, del gozo y de cada una de las otras santas gracias.

Fuente: LECTURAS MATUTINAS de Charles Haddon Spurgeon.