Las preguntas
5. En quinto lugar, ¿es sabio usar el lenguaje usado a menudo en la actualidad para referirse a la doctrina de "Cristo en nosotros"? Lo dudo. ¿No es esta doctrina exaltada con frecuencia a una posición que no ocupa en las Escrituras? Me temo que sí.
El hecho de que el verdadero creyente es uno con Cristo y Cristo está en él, es algo que ningún lector cuidadoso del Nuevo Testamento pensaría en negar. Hay sin duda, una unión mística entre Cristo y el creyente. Con él morimos, con él fuimos sepultados, con él resucitamos y con él estamos sentados en lugares celestiales. Tenemos cinco textos claros que nos enseñan específicamente que Cristo está "en nosotros" (Ro. 8:9, 10; Gá. 2:20; 4:19; Ef. 3:17; Col. 3:11).
Hemos de tener cuidado de que comprendemos lo que queremos decir con esta expresión. Que "Cristo mora en nuestros corazones por fe" y realiza su obra interior por medio de su Espíritu es precioso y claro. Pero si queremos decir que, además y aparte de esto, hay un vivir misterioso de Cristo en el creyente, tenemos que tener cuidado a qué nos referimos. Si no tenemos cuidado, nos encontraremos ignorando la obra del Espíritu Santo. Estaremos olvidando que la economía divina de la elección de la salvación del hombre es la obra especial de Dios, el Padre, que la expiación, mediación e intercesión, son la obra especial de Dios, el Hijo y que la santificación es la obra especial de Dios, el Espíritu Santo. Estaremos olvidando lo que dijo nuestro Señor cuando partió a la gloria: Que enviaría a otro Consolador que tomaría su lugar y que estaría con nosotros para siempre (Juan 14:16). En suma, con la idea de que estamos honrando a Cristo, resultará que estaremos deshonrando su don especial y singular: El Espíritu Santo. Cristo, sin duda, siendo Dios, está en todas partes -en nuestros corazones, en el cielo, en el lugar donde dos o tres se reúnen en su nombre-, pero hemos de recordar que Cristo, como nuestra Cabeza y Sumo Sacerdote, está a la diestra de Dios intercediendo especialmente por nosotros hasta su segunda venida y que Cristo realiza su obra en el corazón de las personas por medio de la obra especial de su Espíritu, a quien nos prometió enviar cuando partió del mundo (Juan 15:26). Me parece que esto se hace evidente en una comparación entre los versículos nueve y diez del octavo capítulo de Romanos. Me convence que "Cristo en nosotros" significa Cristo en nosotros "por su Espíritu". Ante todo, las palabras de San Juan son muy claras y expresan: "Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado" (1Juan 3:24).
Espero que nadie malentienda todo esto que estoy diciendo. No digo que la expresión "Cristo en nosotros" no sea bíblica. Pero sí digo que veo un grave peligro de que se adjudique una importancia extravagante y no bíblica a la idea contenida en la expresión y sí temo que muchos la usan en la actualidad sin saber lo que quieren decir y, sin darse cuenta, quizá deshonran la obra poderosa del Espíritu Santo. Si algún lector piensa que soy innecesariamente escrupuloso en este punto, le recomiendo que tome nota de un libro singular por Samuel Rutherford (autor de las bien conocidas cartas), llamado "The Spiritual Antichrist" (El anticristo espiritual). Verán allí que, dos siglos atrás, aparecieron las herejías alocadas de una enseñanza extravagante, precisamente acerca de esta doctrina de que "Cristo mora" en los creyentes. Encontrarán a Saltmarsh, Dell, Towne y otros maestros falsos contra quienes contendió el acertado Samuel Rutherford. Aquellos tenían extrañas nociones acerca de "Cristo en nosotros" y luego procedieron a edificar sobre la doctrina antinomiana, sobre un fanatismo de la peor clase y con tendencias de las más viles. Así, ellos mantenían que la vida separada y personal del creyente había desaparecido completamente, ¡que Cristo viviendo en él era quien se arrepentía, creía y actuaba!
La raíz de este tremendo error era una interpretación forzada y nada bíblica de textos como "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gá. 2:20) y el resultado natural de esto fue que muchos infelices seguidores de este pensamiento llegaron a la cómoda conclusión de que los creyentes no eran responsables de sus acciones, ¡hicieran lo que hicieran! Según esta interpretación, ¡los creyentes estaban muertos y sepultados y sólo Cristo vivía en ellos y se hacía cargo de todo! ¡La consecuencia definitiva fue que algunos creían que podían quedarse tranquilos con una seguridad carnal, que ya no tenían ninguna responsabilidad personal y podían cometer cualquier clase de pecado sin ningún temor! No olvidemos nunca que la verdad distorsionada y exagerada, puede convertirse en el origen de las herejías más peligrosas. Cuando hablamos de que "Cristo está en nosotros", tengamos el cuidado de explicar lo que queremos decir. Me temo que hay quienes descuidan esto en la actualidad.