Versículo para hoy:

miércoles, 29 de enero de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

IV. El fruto de la vida de Lot

Veamos ahora qué tipo de fruto produjo al final de cuentas el espíritu rezagado de Lot.

No quiero pasar por alto este punto por muchas razones y, especialmente, en la actualidad. No son pocos los que dirían: "Después de todo, Lot era salvo, fue justificado, llegó al cielo. Esto es todo lo que yo pretendo. Si llego al cielo, con esto me contento". Si esto es lo que piensa en su corazón, haga una pausa y lea un poquito más. Le mostraré algunas cosas en la historia de Lot que merecen atención y, quizá, lo motiven a cambiar de idea.

Creo que es de gran importancia dar nuestra atención a este tema. Siempre afirmaré que una santidad prominente y una utilidad insigne se relacionan estrechamente, que la felicidad y "seguir al Señor totalmente" van de la mano, y que si los creyentes se detienen no pueden esperar ser útiles en su día y generación, ni ser muy santos ni parecidos a Cristo, ni disfrutar de gran tranquilidad y paz simplemente porque creen.

(a) Destaquemos entonces, para empezar, que Lot no hizo ningún bien entre los habitantes de Sodoma.

Es probable que Lot haya vivido muchos años en Sodoma. Sin duda, tuvo oportunidades preciosas de hablar de las cosas de Dios y de apartar del pecado a las almas. Pero parece que no hizo nada. No parece haber tenido ninguna influencia sobre la gente que vivía a su alrededor. No contaba para nada con el respeto y la reverencia que hasta los hombres del mundo, a menudo, muestran hacia un buen siervo de Dios.

No se pudo encontrar ni una persona justa en toda Sodoma fuera de las paredes de la casa de Lot. Ni uno de sus vecinos creía su testimonio. Ni uno de sus conocidos honraba al Señor que él adoraba. Ni uno de sus sirvientes servía al Dios de su amo. A nadie "de ninguna parte" le importaba para nada su opinión cuando trató de contener su maldad. Dijeron: "Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?" (Gn. 19:9). Su vida no tenía ninguna influencia, sus palabras no eran escuchadas ni su fe atrajo a nadie de modo que la siguiera.

¡Y de verdad que no me extraña! Por regla general, las almas inactivas no le hacen ningún bien al mundo ni traen mérito alguno a la causa de Dios. Su sal no tiene sabor suficiente para curar la corrupción a su alrededor. No son "cartas conocidas y leídas por todos" (2 Co. 3:2). No hay nada magnético, ni atractivo, ni nada que refleje a Cristo en su manera de ser. Recordémoslo.