V. La seguridad de la verdadera Iglesia de Cristo es confirmada
Queda una cosa más para considerar y esta es la seguridad de que goza la Iglesia verdadera de Cristo. El Arquitecto hace una promesa gloriosa: "Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".
Aquel que no puede mentir, ha empeñado su palabra de que ni todos los poderes del infierno destruirán a su Iglesia. Esta continuará y permanecerá firme ante todos los ataques. Nunca será vencida. Todas las otras cosas creadas mueren y pasan, pero no la Iglesia edificada sobre la Roca.
Imperios se han levantado y han caído en rápida sucesión. Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Tiro, Cartago, Grecia, Roma y Venecia. ¿Dónde están ahora? Todos tuvieron fundamentos humanos y han pasado. Pero la Iglesia verdadera de Cristo permanece.
Las ciudades más poderosas han pasado a ser montones de escombros. Las grandes murallas de Babilonia se han hundido en el suelo. Los palacios de Nínive están cubiertos por capas de tierra. El centenar de puertas de Tebas, son sólo tema de la historia. Tiro es un lugar donde los pescadores cuelgan sus redes. Cartago es pura desolación. Pero durante todo este tiempo, la Iglesia verdadera ha permanecido. Las puertas del infierno nunca han prevalecido ni prevalecerán contra ella.
En muchos casos, las primeras iglesias visibles han decaído y perecido. ¿Dónde está la iglesia de Éfeso y la de Antioquía? ¿Dónde están las iglesias de Alejandría y la de Constantinopla? ¿Dónde la de Corinto, la de Filipos y la de Tesalónica? Sí, ¿dónde están? Se apartaron de la Palabra de Dios. Esas iglesias se gloriaban de sus obispos, sus sínodos, sus ceremonias, su erudición y su antigüedad. No se gloriaban en la cruz de Cristo. No se mantuvieron aferradas al evangelio. No le concedieron al Señor Jesús el lugar que le correspondía. Están ahora entre las cosas del pasado. Su candelero les ha sido quitado de su lugar. No obstante, a través de los siglos, la Iglesia verdadera ha permanecido.
¿Ha sido oprimida la Iglesia verdadera en un país? Simple y sencillamente ha huido a otro. ¿Ha sido pisoteada en un territorio? Se ha arraigado y prosperado en otro. Ni fuego, espada, prisiones, sanciones, ni penalidades han podido destruir su vitalidad. Sus perseguidores han muerto e ido a su propio lugar, pero la Palabra de Dios ha vivido, crecido y multiplicado. Por más débil que parezca esta Iglesia verdadera a los ojos del hombre, es un yunque que ha roto a muchos martillos en el pasado y quizá rompa muchos más antes del fin, "porque el que os toca, toca a la niña de su ojo" (Zac. 2:8).
La promesa de nuestro texto se aplica a todo el cuerpo de la Iglesia verdadera. Cristo nunca carecerá de testimonio en el mundo. Ha mantenido a su pueblo en las peores épocas. Tenía siete mil en Israel, aun en la época de Acab. Hay algunos ahora, si no me equivoco, en lugares oscuros de las iglesias romanas y griegas, que están sirviendo a Cristo. El diablo puede rugir con ferocidad. La Iglesia en algunos países puede ser muy débil. Pero las puertas del infierno nunca "prevalecerán" totalmente.
La promesa de nuestro texto se aplica a cada miembro individual de la Iglesia. Algunos del pueblo de Dios han sido abatidos y se han inquietado tanto que han perdido la esperanza de su seguridad. Algunos lamentablemente han caído, como lo hicieron David y Pedro. Algunos se han apartado de la fe por un tiempo, como Cranmer y Jewell. Muchos han sido probados con crueles dudas y temores. Pero finalmente todos, desde los más jóvenes a los más ancianos, los más débiles, al igual que los más fuertes, arribaron seguros a su patria celestial. Y así será hasta el final de los tiempos. ¿Podemos impedir que mañana salga el sol? ¿Podemos impedir que suban y bajen las mareas del mar? ¿Podemos impedir que los planetas sigan su curso en sus respectivas órbitas? Cuando todo eso sea posible entonces, y solo entonces, alguien podrá impedir la salvación de un creyente. Por más débil que sea, toda "piedra viva" en la Iglesia verdadera está edificada sobre la Roca. Por más pequeña e insignificante que pueda parecer una piedra, estar sobreedificada en la Piedra angular le da la seguridad definitiva de su salvación.
La Iglesia verdadera es el cuerpo de Cristo. Ni un hueso en ese cuerpo místico será jamás quebrado. La Iglesia verdadera es la esposa de Cristo. Los que Dios ha unido en un pacto eterno, nunca serán separados. La Iglesia verdadera es el rebaño de Cristo. Cuando vino el león y tomó uno de los corderos de la manada de David, David se levantó y lo liberó, sacándolo de la boca misma de la fiera. Cristo hará lo mismo. Él es el más grande de los descendientes de David. Ni un cordero enfermo de la manada de Cristo perecerá. Él le dirá al Padre en el día final: "De los que me diste, no perdí ninguno" (Jn. 18:9). La Iglesia verdadera es el trigo de la tierra. Puede ser cernido, aventado y zarandeado de acá para allá. La cizaña y la paja serán quemadas, pero el trigo será recogido en el granero. La Iglesia verdadera es el ejército de Cristo. El Capitán de nuestra salvación no pierde a ninguno de sus soldados. Sus planes nunca contemplan la derrota de su Iglesia. Sus provisiones nunca fallan. Cuando pase lista al final, el resultado será como al principio. ¡De los hombres que marcharon valientemente fuera de Inglaterra a la guerra de Crimea, muchos jamás regresaron! Los regimientos que, al son de la banda militar y con estandartes flameando en la brisa, marcharon fuertes y entusiastas a pelear, dejaron sus huesos en una tierra extraña y nunca regresaron a su patria. Pero no sucede así con el ejército de Cristo. Ni uno de sus soldados faltará al final. Él mismo declara: "No perecerán jamás" (Jn. 10:28).
El diablo puede encarcelar a los miembros de la Iglesia verdadera. Puede matarlos, quemarlos en la hoguera, torturarlos y lincharlos. Pero después de matar el cuerpo, nada más puede hacer. No puede tocar el alma. Años atrás cuando las tropas francesas tomaron a Roma, encontraron en las paredes de una celda en una cárcel de la Inquisición, las palabras de un preso. No sabemos quién era, pero sus palabras merecen ser recordadas, ("aunque muerto, todavía habla"). Este prisionero escribió en las paredes, posiblemente después de un juicio injusto y una excomulgación más injusta aun: "Jesús bendito, no pueden echarme fuera de tu Iglesia verdadera". ¡Lo que escribió es muy cierto! Ni todo el poder de Satanás puede echar fuera de la Iglesia verdadera de Cristo ni a un solo creyente.
Confío en que ninguno de mis lectores permita jamás que el temor le impida empezar a servir a Cristo. Aquel a quien le entrega su alma tiene todo poder en el cielo y en la tierra y lo mantendrá seguro. Nunca dejará que sea echado fuera. Su familia puede oponerse, los vecinos se pueden burlar. El mundo lo puede calumniar, ridiculizar, tomarlo a broma y despreciarlo. ¡No tema! Los poderes del infierno nunca prevalecerán contra su alma. Mayor es el que lo está cuidando a usted, que todos los que están en su contra.
No tema por la Iglesia de Cristo cuando mueren los pastores y los santos son llevados a su morada eterna. Cristo puede mantener su propia causa siempre. Levantará mejores siervos y estrellas más luminosas. Tiene a las estrellas de la Iglesia en la palma de su mano (Ap. 1:20). Quítese los pensamientos ansiosos sobre el futuro. Ya no esté deprimido por las medidas que toman los estadistas o por los ardides de zorros vestidos de ovejas. Cristo siempre satisfará las necesidades de su propia Iglesia. Cristo se asegurará de que "las puertas del Hades" no prevalezcan contra ella. Todo va bien, aunque nuestros ojos no lo vean. Los reinos del mundo, aún pueden convertirse en reinos de nuestro Dios y de su Cristo.