V. El Señor Jesús trata tiernamente al creyente débil
Aprendamos, en último lugar, con cuánta ternura y paciencia trata el Señor Jesús al creyente débil.
Vemos esta verdad en las palabras que dirigió a sus discípulos cuando el viento se había calmado y todo estaba tranquilo. Podía haberlos reprendido con fuerza. Podía haberles recordado todas las maravillas que había realizado para ellos, y reconvenirles por su cobardía y desconfianza. En cambio, no hay enojo en las palabras del Señor. Sencillamente les pregunta: "¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" (Mr. 4:40).
Todo el comportamiento de nuestro Señor para con sus discípulos en la tierra, merece mucha atención. Arroja una esplendorosa luz sobre su compasión y paciencia. Nunca hubo un maestro con alumnos tan lentos como los apóstoles para aprender sus lecciones. Tampoco hubo alumnos con un maestro tan paciente y compasivo como Cristo. Reúna todas las evidencias que hay acerca de esto a través de los Evangelios y verá que tengo razón.
Durante el ministerio de nuestro Señor, en ningún momento, los discípulos evidencian haber comprendido plenamente la razón de su venida al mundo. La humillación, la expiación y la crucifixión eran cosas desconocidas para ellos. No habían captado las palabras tan sencillas y las advertencias tan claras de su Maestro acerca de lo que le iba a suceder. No entendieron. No percibieron. Sus ojos no lo captaron. En cierta ocasión, Pedro hasta trató de disuadir a nuestro Señor de pasar por el sufrimiento. "Señor, ten compasión de ti", le dijo, "en ninguna manera esto te acontezca" (Mt.16:22; Lc. 9:45).
A menudo observamos cosas en el espíritu y la actitud de ellos que no son dignas de emular. Nos dice la Palabra que un día discutían entre ellos quién sería el mayor (Mr. 9:34). Otro día ni tuvieron en cuenta sus milagros y sus corazones se endurecieron (Mr. 6:52). En una ocasión dos de ellos desearon que cayera fuego del cielo sobre una aldea porque no los habían recibido (Lc. 9:54). En el Getsemaní los tres discípulos más destacados se durmieron cuando el Señor les había pedido que velaran y oraran. Cuando Judas lo entregó, los demás lo abandonaron y huyeron. Y lo peor de todo fue que Pedro, el más decidido de los doce, negó bajo juramento tres veces a su Maestro.
Incluso, aun después de su resurrección, vemos en ellos la misma incredulidad y dureza de corazón. Aunque vieron a su Señor con sus propios ojos y lo tocaron con sus manos, aun así, algunos dudaban. ¡Así de débil era su fe! Por eso el Señor mismo les reprendió diciendo: "¡Oh insensatos, y tardos para creer todo lo que los profetas han dicho!" (Lc. 24:25). Así de tardos eran para entender el significado de las palabras, las acciones, la vida y la muerte de nuestro Señor.
En cambio, ¿qué vemos en el comportamiento de nuestro Señor hacia estos discípulos a lo largo de su ministerio? No vemos más que compasión, bondad, ternura, paciencia, resignación y amor. No los echa fuera por su estupidez. No los rechaza por su incredulidad. No los impugna para siempre por cobardes. Les enseña todo lo que tienen la capacidad de entender. Los conduce paso a paso, como una niñera lo hace con el infante que recién empieza a caminar. En cuanto resucitó de los muertos, les envió mensajes amables. "Id", le dijo a las mujeres, "dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán" (Mt. 28:10). Los reúne alrededor de él una vez más. Restaura a Pedro a su posición anterior y le pide: "Apacienta mis ovejas" (Jn. 21:17). Condesciende a acompañarlos durante cuarenta días antes de ascender finalmente al cielo. Los comisiona para que vayan como sus mensajeros y para que prediquen el evangelio a los gentiles. Los bendice al partir y los alienta con esta promesa llena de su gracia: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:20). Ciertamente, este es un amor que sobrepasa todo entendimiento. Esto no es cosa de humanos.
Sepa todo el mundo que el Señor Jesús es muy compasivo y tiernamente misericordioso. No quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que humea. Como un padre se compadece de sus hijos, se compadece él de los que le temen. Como consuela una madre a sus hijos, consuela él a su pueblo (Stg. 5:11; Mt. 12:20; Sal. 103:13; Is. 66:13). Él cuida a los corderitos de su manada, al igual que a sus ovejas mayores. Cuida a los enfermos y débiles de su rebaño, al igual que a los fuertes. Está escrito que los llevará en su seno y que no perderá a ninguno de ellos (Is. 40:11). Cuida a los miembros más insignificantes de su cuerpo, al igual que a los más importantes. Ama a los infantes de su familia, al igual que a los adultos. Cuida las plantitas más tiernas en su jardín, al igual que al cedro del Líbano. Todos están en su libro de la vida y todos están bajo su cuidado. Todos le fueron dados a él en un pacto perpetuo y se ha hecho cargo, a pesar de todas las debilidades, de llevar a cada uno seguro a su patria celestial. Aprópiese el pecador de Cristo por fe y, entonces por débil que sea, Cristo le promete: "No te desampararé, ni te dejaré" (He. 13:5). Es posible que, por amor, algunas veces lo corrija con gentileza; pero nunca, nunca, lo abandonará. El diablo nunca lo arrancará de las manos de Cristo.
Sepa el mundo que el Señor Jesús nunca echará fuera a su pueblo creyente por sus faltas y debilidades. El marido no echa fuera a su esposa porque encuentra defectos en ella. La madre no abandona a su infante porque sea débil, flojo e ignorante. Y el Señor Cristo no echa fuera a los pobres pecadores que han puesto su alma en sus manos por ver en ellos manchas e imperfecciones. ¡Oh, no! Es su gloria pasar por alto las faltas de su pueblo y sanar sus caídas, complacerse en sus débiles gracias y perdonar sus muchas faltas. El capítulo once de Hebreos es maravilloso. Es sobrecogedor observar cómo el Espíritu Santo habla de los dignos, cuyos nombres están escritos en ese capítulo. En este caso, destaca la fe del pueblo de Dios para que la recordemos. Pero las faltas de muchos de estos, a las que podía haber hecho alusión y haber recordado, quedan fuera y ni siquiera se mencionan.
¿Quién de entre los lectores de este escrito anhela ser salvo, pero teme decidirse por temor de apartarse del camino tarde o temprano? Considere, le ruego, la ternura y paciencia del Señor Jesús y no vuelva a temer. Ese mismo Señor y Salvador que fue paciente con los discípulos está pronto y dispuesto a ser paciente con usted. Si tropieza, él lo levantará. Si se desvía, él lo traerá de vuelta con gentileza. Si desmaya, él lo reavivará. No lo ha sacado de Egipto para dejarlo morir en el desierto. Lo guiará seguro a la tierra prometida. Usted sólo entréguese a él y siga su camino y él lo llevará seguro a su patria celestial. Sólo escuche su voz y sígale; y nunca perecerá.
¿Quién entre los que leen este escrito se ha convertido y anhela hacer la voluntad de su Señor? Siga hoy el ejemplo de ternura y paciencia de su Maestro y aprenda a ser tierno y gentil con los demás. Trate con gentileza a los jóvenes que están dando sus primeros pasos. No espere que sepan todo y comprendan todo lo relativo a la salvación de una sola vez. Tómelos de la mano. Guíelos y aliéntelos. Crea todas las cosas y espere todas las cosas, en lugar de entristecer el corazón que el Señor no quiere entristecer.
Trate con gentileza a los caídos. No les dé la espalda como si fueran casos perdidos. Use todos los medios lícitos, para restaurarlos. Piense en usted mismo y en sus frecuentes debilidades, y haga con las fallas de los demás lo que le gustaría que hicieran ellos con las suyas. Lamentablemente, hay una ausencia dolorosa de la mente del Maestro entre muchos de sus discípulos. Me temo que en la actualidad, pocas iglesias estarían dispuestas a restaurar a Pedro en su comunión. Tendrían que pasar muchos años después de que negó a su Señor para recibirlo de nuevo en su seno. Son pocos los creyentes prestos a hacer la obra de Bernabé, de tomar al recién convertido de la mano y animarle en sus primeros pasos. Queremos un derramamiento del Espíritu sobre los creyentes, casi tanto como lo deseamos sobre el mundo.