Versículo para hoy:

domingo, 30 de julio de 2023

JULIO 30 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Y pensando en esto, lloraba”. Marcos 14:72.

ALGUNOS piensan que Pedro, mientras vivió, lloraba al recordar que había negado a su Señor. No es improbable que sea así, pues su pecado era muy grande, y, después, la gracia tuvo en él su obra perfecta. Esta misma experiencia es común a toda la familia de los redimidos, según el grado en que el Espíritu de Dios haya cambiado el corazón de piedra. Nosotros, como Pedro, recordamos nuestra jactanciosa promesa: “Aunque todos sean escandalizados, mas no yo”. Nosotros también comimos nuestras palabras con las hierbas amargas del arrepentimiento. Cuando pensamos en lo que prometimos ser y en lo que en realidad fuimos, bien podemos verter torrentes de lágrimas. Pedro pensaba en que había negado a su Señor. Pensaba en el lugar en que lo hizo, en el insignificante motivo que lo condujo a tan grave pecado, en los juramentos y blasfemias que usó para confirmar su falsedad, y en la terrible dureza de corazón que lo arrastró a obrar así repetidas veces. Cuando recordamos nuestros pecados, “sobremanera pecantes”, ¿podemos permanecer impasibles e indiferentes? ¿No haremos de nuestra casa un “Bochim”, y clamaremos al Señor, pidiéndole que nos renueve las seguridades de su amor perdonador? Que nunca miremos al pecado con ojos indiferentes para que no tengamos, dentro de poco, la lengua quemada con las llamas del infierno. Pedro pensaba también en la amorosa mirada de su Maestro. El Señor acompañó la señal del canto del gallo con una mirada de tristeza, de compasión y de amor. Aquella mirada Pedro no la olvidó jamás. Fue más eficaz que diez mil sermones sin el poder del Espíritu. El penitente apóstol lloraría, sin duda, al recordar el amplio perdón que le dio el Salvador, quien lo restauró a su posición anterior. Pensar que hemos ofendido a tan bondadoso y clemente Señor, es más que suficiente para que lloremos constantemente. Señor, hiere nuestro duro corazón y haznos llorar.

JULIO 29 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Sin embargo, yo siempre estoy contigo”. Salmo 73:23.

“SIN embargo”. Como si, no obstante toda la insensatez e ignorancia que ha confesado recientemente a Dios, David quisiese afirmar que estaba seguro de su salvación y aceptación, y que gozaba de la bendición de estar constantemente en su presencia. Plenamente consciente de su propio estado de perdición y de la falsedad y vileza de su naturaleza, canta, no obstante, estas palabras, en una gloriosa explosión de fe: “Yo siempre estoy contigo”. Creyente, tú estás obligado a entrar en la confesión y reconocimiento de Asaph; procura decir en el mismo espíritu: “Sin embargo, desde que pertenezco a Cristo, estoy siempre con Dios”. Es decir, “siempre en su mente”, pues él siempre está pensando en mí para bien. Siempre delante de sus ojos, porque los ojos del Señor nunca duermen, sino vigilan siempre mi bienestar. Siempre en sus manos, de manera que nadie puede arrebatarme. Siempre en su corazón, como un memorial, a semejanza del sumo sacerdote que llevaba siempre los nombres de las doce tribus sobre su corazón. ¡Oh Dios!, tú siempre piensas en mí. Las entrañas de tu amor siempre suspiran por mí. Tú siempre eres próvido para conmigo; me has puesto en brazo como un sello. Tu amor es fuerte como la muerte; las muchas aguas no lo pueden apagar ni lo ahogarán los ríos. ¡Maravillosa gracia!, tú me miras en Cristo, y aunque por mí mismo soy aborrecible, me contemplas cubierto con las vestiduras de Cristo, y lavado en su sangre; y así permanezco acepto en tu presencia. Yo continuamente gozo de tu gracia, “siempre estoy contigo”. Aquí hay solaz para el alma afligida y probada; que está acosada con tormenta interior, pero atendida con la calma que viene de afuera. “Sin embargo”. Di esto en tu corazón y recibe la paz que te trae. “Sin embargo, yo siempre estoy contigo”.