Versículo para hoy:

jueves, 16 de enero de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


La fe le decía a Moisés que, al final de cuentas, estos placeres eran sólo "por un tiempo". No podían durar, todos eran breves, pronto lo cansarían y tendría que dejarlos con el correr del tiempo.

La fe le decía a Moisés que en el cielo había una recompensa para el creyente mucho más rica que los tesoros de Egipto, riquezas duraderas, donde el moho no corrompe, ni ladrones entran y hurtan. Allí, la corona sería incorruptible; el peso de gloria sería enorme y eterno; y la fe le pedía que mirara a lo lejos, a un cielo invisible si sus ojos estaban deslumbrados por el oro egipcio.

La fe le decía a Moisés que la aflicción y el sufrimiento no eran realmente malos. Eran la escuela de Dios, en la que capacita a los hijos de su gracia para la gloria; los remedios necesarios para purificar nuestra voluntad corrupta, le horno en el cual quemar nuestra escoria, el bisturí que tiene que cortar los lazos que nos unen al mundo.

La fe le decía a Moisés que los israelitas despreciados eran el pueblo escogido por Dios. Creía que la adopción, el pacto, las promesas y la gloria les pertenecían; que de ellos, un día la semilla de la mujer germinaría y heriría la cabeza de la serpiente; que disfrutaban de la bendición especial de Dios, que eran hermosos y bellos a sus ojos, y que era mejor ser el portero del pueblo de Dios que reinar en palacios de maldad.

La fe le decía a Moisés que todos los reproches y las burlas dirigidos a él eran "reproches a Cristo", que era un honor recibir burlas y desprecios en nombre de Cristo, que quien quiera que persigue al pueblo de Cristo persigue a Cristo mismo, y que llegará el día cuando sus enemigos se inclinen ante él y laman el polvo.

Todo esto y mucho más, que me es imposible mencionar en detalle, vio Moisés por fe. Estas eran las cosas que creía y, creyendo, hizo lo que hizo. Estaba convencido de ellas y las hizo suyas...

- las consideró como certidumbres,
- las tuvo como verdades sustanciales,
- las contó tan seguras como si las viera con sus propios ojos,
- actuó en consecuencia porque eran realidades, y esto lo convirtió en el hombre que era. Tenía fe. Creía.

 No nos sorprendamos por qué rechazó grandezas, riquezas y placeres. Él miraba hacia el futuro. Veía con los ojos de la fe a reinos desmoronarse en el polvo, las riquezas tomando alas y remontando el vuelo, los placeres llevando a la muerte y a Cristo, únicamente, y a su pequeña manada subsistiendo para siempre.

No nos asombremos de que escogió las aflicciones, a un pueblo despreciado y los reproches. Veía las cosas debajo de la superficie. Veía con los ojos de la fe que las aflicciones duraban sólo por un momento, los reproches deambulaban hasta desaparecer y terminando en una honra eterna, veía al pueblo despreciado de Dios reinando como reyes con Cristo en gloria.

¿Y acaso no tenía razón? ¿No nos habla a nosotros, aunque muerto, hasta el día de hoy? El nombre de la hija de faraón se ha olvidado o, por lo menos, es extremadamente dudoso cómo se llamaría. La ciudad donde reinaba faraón es desconocida. Las riquezas de Egipto han desaparecido. Pero el nombre de Moisés se conoce dondequiera que se lee la Biblia y permanece en pie como testimonio de que "feliz es aquel que vive por la fe".