III. Aun el cristiano auténtico puede mostrar mucha debilidad
Aprendamos, en tercer lugar, que aun el cristiano auténtico puede mostrar mucha debilidad.
Aquí se consigna una prueba impresionante de esto en la conducta de sus discípulos que despertaron a Jesús, apurados. Le dijeron, llenos de temor y ansiedad: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!"
Hubo impaciencia. Podían haber esperado hasta que su Señor considerara oportuno responder. Hubo incredulidad. Hablaron como si dudaran de que su Señor se interesara o le importara su seguridad y bienestar: "¿No tienes cuidado que perecemos?" (Mr. 4:38).
¡Pobres hombres sin fe! ¿Qué motivo tenían para temer? Habían visto prueba tras prueba que todo andaría bien mientras el Esposo estuviera con ellos. Habían sido testigos de numerosos ejemplos de su amor y bondad hacia ellos, tantos como para convencerse de que él nunca dejaría que les aconteciera algo realmente malo. Pero lo olvidaron todo ante un peligro inminente. El sentido de una desgracia inmediata, a menudo, causa que el hombre pierda la memoria. Muchas veces, el temor le impide al hombre razonar basándose en experiencias del pasado. Oyeron el viento. Vieron las olas. Sintieron el agua fría que los golpeaba. Se imaginaban que estaban muy cerca de la muerte. No aguantaban más el suspenso. "¿No tienes cuidado", dijeron ellos, "que perecemos?"
Pero, en definitiva, comprendamos que esta no es más que una escena de lo que pasa constantemente entre creyentes de todas las épocas. Sospecho que hay demasiados discípulos este mismo día, que actúan igual que los que estamos describiendo.
Muchos de los hijos de Dios se las arreglan muy bien mientras no tienen problemas. Siguen a Cristo bastante bien mientras brilla el sol. Creen estar confiando plenamente en Cristo. Se engañan pensando que han echado sobre él todas sus cargas. Tienen la reputación de ser muy buenos cristianos.
Pero de pronto, les sobreviene una prueba inesperada. Pierden sus bienes. Les diagnostican una enfermedad. La muerte hace su entrada en su hogar. Surgen tribulaciones o persecuciones debido a la Palabra. Y ahora, ¿dónde está su fe? ¿Dónde está la confianza segura que creían tener? ¿Dónde está su paz, su esperanza y su resignación? Ay, las buscan y no las encuentran. Ay, son pesados en balanza y son hallados faltos (Dn. 5:27). El temor, la duda, la desesperación y la ansiedad irrumpen sobre ellos como un diluvio y no saben qué hacer. Sé que esta es una descripción triste. Apelo a la conciencia de todo cristiano verdadero para que me diga si lo que digo no es correcto y la verdad.
La verdad lisa y llana es que no existe la perfección literal y absoluta entre los cristianos verdaderos mientras están en el cuerpo. El mejor y más brillante de los santos de Dios no es más que un pobre ser confundido. Por más convertido, renovado y santificado que sea, sigue sujeto a debilidades y enfermedades. No existe ni un justo sobre la tierra que haga siempre lo bueno y que no peque. Si ofendemos en una sola cosa, ofendemos en todo. Alguien puede tener una fe auténticamente salvadora, sin embargo, no siempre tenerla a la mano, lista para ser usada (Ec. 7:20; Stg. 3:2).
Abraham fue el padre de los fieles. Por fe, dejó su tierra y su parentela, y salió obedeciendo el mandato de Dios a una tierra que nunca había visto. Por fe se contentó con vivir en la tierra como un extranjero, creyendo que Dios se la daría como herencia. Y aun así, este fue el Abraham, quien dominado por la incredulidad, hizo pasar a su esposa como su hermana, por temor a un hombre. Aquí hubo gran flaqueza. No obstante, han existido pocos santos más grandes que Abraham.