CÓMO DIOS OBRA PROVIDENCIALMENTE EN NUESTRAS
VIDAS
Capítulo 2 - parte 3
La providencia nos
guarda del mal
La providencia nos
guarda de los feroces ataques que Satanás hace a nuestras almas. Dios ha
prometido que “Dará también juntamente con la tentación la salida, para que
podáis soportar.” (1 Cor.10:13) En un mundo de pecado, la providencia de
Dios detiene el mal de la pecaminosa naturaleza humana a fin de que no se
desborde como una enorme inundación. Cuando los hombres de Sodoma estaban
llenos de malos deseos afuera de la casa de Lot, fueron repentinamente cegados
e impedidos por la providencia. (Gen. 19:11) Abigail fue movida a salir para
recibir a David justo a tiempo para detenerlo de matar a su esposo Nabal y a
sus hombres. (1 Sam.25:34) Cuando el rey bueno Josafat quería hacer amistad con
el rey malo Ocozías, Dios le detuvo de hacerlo destruyendo sus naves. (2
Cron.20:35-37)
Piense seriamente
por un momento. Su naturaleza pecaminosa lo ha arrastrado hacia el pecado y sin
embargo la providencia le ha guardado de caer. Como el apóstol lo dice: “Cada
uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.” (Stg.1:14)
Se encontraron a sí mismos como plumas en el viento de la tentación. Igual como
el salmista, casi se deslizaron sus pies; por poco resbalaron sus pasos.
(Sal.73:2) Cuán triste habría sido si el Señor no le hubiera rescatado tan
misericordiosamente de tantas tentaciones. Le digo que son innumerables las
misericordias de Dios que usted ha experimentado en tales actos de Su
providencia. Entonces, sea agradecido y no piense que el hecho de haber
escapado del pecado ha sido por accidente ni tampoco debido a su propia
sabiduría y vigilancia. “Conservaos en el amor de Dios.” (Jud. 21) “Sobre
toda cosa guardada guarda tu corazón.” (Prov. 4:23)
La providencia nos
guarda de la enfermedad y el peligro
Hay muchos peligros
rondándonos en este mundo. En 2 Corintios 11:23-27, el apóstol Pablo nos dice
cuántas veces estuvo en peligro y cercano a la muerte. La providencia nos
mantiene vivos, aunque a menudo estemos enfermos. El ojo es una pequeña parte
del cuerpo, pero hay muchas enfermedades que lo pueden afectar. No obstante el
Creador nos ha dado varias defensas naturales, incluyendo el párpado para
protegerlo. David oró: “Guárdame como la niña de tus ojos.” (Sal.17:8)
Muchas personas que
viajan en alta mar han visto las obras maravillosas de la providencia. El
salmista habló de ellas en el Salmo 107:23-30. Aquellos que han pasado muchos
años como marineros han estado en medio de grandes peligros y cercanos a la
eternidad todos los días. Tienen motivos para alabar al Señor por su bondad y
sus maravillosas obras para con los hombres.
La historia nos da
innumerables ejemplos de vidas preservadas por la misericordia de Dios y creo
que la mayoría de nosotros podríamos hablar de tales providencias en nuestra
propia experiencia. Considere lo que usted debe a la providencia por haberle
protegido hasta el día de hoy. Piense en cómo todas las partes de su cuerpo han
sido cariñosamente protegidas de los daños, aun cuando fueron usados antes de
su conversión para cumplir propósitos pecaminosos. ¡Cuán grandes han sido la
misericordia y la paciencia divina para con ustedes!
¿Por qué ha obrado
la providencia este tierno cuidado hacia usted? Con el fin de que usted usara
su cuerpo en el servicio de Dios. Si usted es un creyente, su cuerpo es una
parte de lo que Cristo compró; actualmente está bajo el cuidado de los ángeles
y participará de la gloria y de la felicidad del mundo venidero. (1 Cor. 6:20;
Heb.1:14; Fil. 3:21) Por lo tanto ¡Cuán razonable es que nuestros cuerpos sean
usados y aun gozosamente desgastados en el servicio de Dios!
La providencia de
Dios nos ayuda a ser más santos
Se le dijo al
pueblo de Dios que ellos deberían estar “muertos al pecado, pero vivos para
Dios en Cristo Jesús.” (Rom. 6:11) El Espíritu Santo quien vive en nosotros
nos ha dado el deseo de mortificar el pecado en nuestros cuerpos, y nos ayuda
para hacerlo. La sabiduría de Dios por medio de la providencia obra con el
Espíritu para producir el mismo efecto.
Pablo se quejaba de
“la ley del pecado que está en mis miembros” (Rom. 7:23), y cada
creyente descubre tristemente que cada día es así. Pero el Espíritu en el
creyente resiste estas tendencias pecaminosas desde dentro y la providencia
obstaculiza nuestro camino por fuera para guardarnos del pecado. (Oseas 2:6 y 2
Cor.12:7) A menudo Dios deja que caigamos en problemas tales como la enfermedad
o alguna otra cosa a fin de que veamos y sintamos el poder del pecado que mora
en nosotros y seamos traídos nuevamente a Él. El salmista dijo: “Antes que
fuera yo afligido, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra.” (Sal.119:67)
Algunas veces los afectos del pueblo de Dios son puestos en las cosas buenas de
este mundo. El corazón de Ezequías fue puesto en sus tesoros y después de
mostrarlos orgullosamente a los hombres de Babilonia, el profeta Isaías le dijo
que pronto se perderían. (Isa.39) El buen rey David amaba a su hermoso pero
necio hijo Absalón con un amor demasiado grande. Dios usó la repentina y cruel
muerte de Absalón para mostrarle a David su error. (2 Samuel capítulos 15-19)
El pecado que
todavía permanece en nosotros se manifiesta como orgullo. Cuando somos
honrados, el orgullo de nuestros corazones crece de tal manera que un buen
hombre ha dicho: “El que me alaba, me hiere.” También nuestros corazones
pecaminosos nos dan grandes esperanzas de felicidad y contentamiento en las
cosas de este mundo. Igual como Job decimos: “En mi nido moriré, y como
arena multiplicaré mis días.” (Job 29:18) Cuán pronto tales esperanzas
llegan a su fin repentinamente por la acción de la providencia divina. Los
mejores hombres dependen de las cosas que les son dadas para su confort en
lugar de depender de Dios mismo. Así los hijos de Israel dependieron de Egipto
pero Dios hizo que Egipto les fallara y los hiriera. (Eze.29:6-8) A veces Dios
permite que un miembro querido de nuestra familia muera. En esta manera, Dios
vuelve el amor de nuestros corazones para que descansen solamente en Él.
Entonces, para
concluir este capítulo les pido que consideren con asombro los sorprendentes
tratos de Dios para con nosotros. Mis pensamientos sobre este punto son
resumidos por David en el Salmo 144:3 “Oh Jehová, ¿Qué es el hombre para que
en él pienses, o el hijo del hombre para que lo estimes?” Salomón pensó de
la grandeza de Dios y dijo: “Los cielos y los cielos de los cielos no pueden
contenerlo.” (2 Cron.2:6) El profeta Isaías declaró que: “Las naciones
le son como la gota de agua que cae en el cubo, como menudo polvo en las
balanzas le son estimadas... como nada son todas las naciones delante de Él.” (Isa.40:15
y 17) Cada hombre es tan pecaminoso y tan indigno, aún en su mejor condición,
que su vida es un show vano y sus años son como nada ante los ojos de Dios.
¡Cuán maravilloso es, que este gran Dios piense en nosotros y obre a favor de nosotros en todas sus providencias! No nos necesita sino que es completamente feliz en Sí Mismo sin nosotros. No le podemos añadir nada. Él nos escogió gratuitamente por su gracia y su amor eterno, para ser su querido pueblo. Si David pudo decir en el Salmo 8:3-4: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos; la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?” Cuánto más podemos decir nosotros: “cuando consideramos a Su Hijo, a Su Único Hijo amado, Quién es grande y bueno más allá de nuestros mejores pensamientos, Señor, ¿Qué es el hombre, para que tal Cristo muriera por él?”
Sus misericordias son “nuevas cada mañana”. (vea Sal.145:9 y Lam.3:23). La providencia es como una fuente de la cual fluyen todas las bondades de Dios, en relación con las cosas de esta vida y la vida venidera, en forma pública y privada, en eventos ordinarios y extraordinarios, demasiado numerosos para contarlos. En todo lo que sucede a los creyentes, los ángeles nos están cuidando. (Heb.1:14)