Me atrevo a decir que esto también suena difícil. Por naturaleza nos desagradan los tratos injustos y las acusaciones falsas, y nos es muy difícil ser acusados sin causa. No seríamos de carne y hueso si no deseáramos que nuestros prójimos tuvieran una buena opinión de nosotros. Es siempre desagradable que hablen en nuestra contra y nos abandones, que mientan acerca de nosotros y que tengamos que estar solos. Pero esto no se puede evitar. La copa que nuestro Maestro bebió tiene que ser bebida por sus discípulos. Tienen que ser "despreciado y desechado entre los hombres" (Is. 53:3). Anotemos este cuarto costo a nuestra cuenta. Ser cristiano le costará al hombre la amistad con el mundo.
Todo eso es lo que cuesta ser un verdadero cristiano. Admito que la lista es pesada. ¿Dónde hay un elemento de los anteriores que puede ser quitado? Audaz es el hombre que se atreve a decir que podemos conservar nuestra pretendida superioridad, nuestros pecados, nuestra pereza y nuestro amor por el mundo, ¡y aun así, ser salvos!
Admito que cuesta mucho ser un verdadero cristiano. ¿Pero quién en sus cabales puede dudar de que cualquier costo vale la pena para salvar su alma? Cuando un barco está en peligro de hundirse, a los tripulantes no les importa tirar por la borda su valioso cargamento. Cuando un brazo o una pierna está infectada, el hombre se somete a cirugía y, aun, a una amputación si hacerlo significa salvarle la vida. Igualmente, el cristiano debe estar dispuesto a renunciar a lo que sea que se interpone entre él y el cielo. ¡La vida espiritual que nada cuesta, nada vale! Un cristianismo barato, sin una cruz, probará ser al final, un cristianismo inútil, sin ninguna corona.