Versículo para hoy:

sábado, 1 de febrero de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Últimas palabras

Y ahora, deseo decir unas últimas palabras a todo el que lee este escrito y, especialmente, al que se considera creyente en Cristo.

No quiero entristecerlos. No quiero darles una perspectiva sombría del peregrinaje cristiano. Mi único objetivo es darles cariñosas advertencias. Anhelo paz y tranquilidad para todos ustedes. Me encantaría verlos felices, al igual que seguros, gozosos, al igual que justificados. He hablado como lo he hecho, por su bien.

Vivimos en una época cuando abunda la religión pasiva, que se detiene, como se detuvo Lot. En muchos lugares, la corriente de profesiones de fe es mucho más ancha de lo que una vez fue, pero mucho menos profunda. Podríamos decir que, casi está de moda, cierto tipo de cristianismo que se define por...

- pertenecer a alguna facción de la Iglesia Anglicana, que muestra su celo por sus intereses,

- hablar de las principales controversias de la actualidad,

- comprar libros religiosos populares en cuanto se publican y colocarlos en la mesa,

- asistir a reuniones, suscribirse a asociaciones, discutir los méritos de predicadores,

- entusiasmarse y emocionarse por cada nueva forma de religión sensacionalista que aparece...

todas estas, son prácticas comunes y comparativamente fáciles. No hacen que una persona sea singular. Requieren pocos sacrificios o ninguno. No implican una cruz.

En cambio...

- caminar estrechamente con Dios,

- ser realmente espiritual,

- comportarse como extranjeros y peregrinos,

- ser diferentes del mundo en el empleo del tiempo, en la conversación, las diversiones y en el vestir,

- dejar un sabor de nuestro Maestro en todos los lugares de trabajo,

- orar, ser humilde, generoso, de buen carácter, callado, fácil de complacer, caritativo, paciente, sumiso,

- temer celosamente todo tipo de pecado y experimentar temor y temblor al estar consciente de nuestros peligros en el mundo...

¡Estas, estas siguen siendo virtudes que pocas veces se ven! No son comunes entre los que se llaman verdaderos cristianos y, lo peor de todo es que, uno ni se da cuenta de que no las tiene, ni lo lamenta como debiera.

En una época como esta me atrevo a ofrecer mis consejos a cada lector creyente. No los rechace. No se enoje conmigo porque hablo directamente. Le ruego que considere las palabras del apóstol Pedro: "Procurad hacer firme vuestra vocación y elección" (2 P. 1:10). Le ruego que no sea indolente, no sea negligente, no se contente con una medida escasa de gracia ni tampoco con ser un poquito mejor que el mundo. Le advierto seriamente que no intente hacer algo que nunca puede hacerse, es decir, servir a Cristo y, a la vez, andar en el mundo. Le insto y le ruego que sea un cristiano de todo corazón, que procure una santidad insigne, que apunte a un grado superior de santificación, que viva una vida consagrada, que presente su cuerpo como "sacrificio vivo" a Dios, que ande "también en el Espíritu" (Ro. 12:1; Gá. 5:25). Le encargo y le exhorto, por todas sus esperanzas del cielo y anhelos de gloria, que si quiere ser feliz, si quiere ser útil, no sea un alma que se detiene.

¿Quiere saber lo que nuestros tiempos demandan? Sacudir a las naciones, desarraigar las cosas antiguas, desbaratar los reinos, agitar e inquietar la mente de los hombres ¿y qué dicen? Claman a gran voz: ¡Cristiano! ¡No se detenga!

¿Quiere estar preparado para la segunda venida de Cristo, con sus lomos ceñidos, su lámpara encendida y, usted mismo, decidido y preparado para encontrarse con él? Entonces no se detenga.

¿Quiere disfrutar de tranquilidad en su fe; sentir el testimonio del Espíritu en su interior, saber a quién ha creído y no ser un cristiano sombrío, quejoso, amargado, triste y melancólico? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere disfrutar de una seguridad sólida de su propia salvación, en enfermedad y en su lecho de muerte? ¿Quiere ver con los ojos de la fe al cielo que se abre y a Jesús levantándose para recibirlo? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere dejar el legado de grandes y amplias evidencias cuando parta? ¿Quiere que lo bajemos a la tumba con una esperanza tranquila y hablar sin ninguna duda de su estado después de muerto? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere serle útil al mundo en su época y generación? ¿Quiere apartar a los hombres del pecado y llevarlos a Cristo, adornar su doctrina y hacer que la causa de su Maestro les sea atractiva? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere conducir a sus hijos y parientes hacia el cielo y lograr que digan: "Iremos contigo" e impedir que sean infieles y que desprecien la fe cristiana? ¡Entonces no se detenga!

¿Quiere tener una gran corona el día que Cristo aparezca y no ser la estrella más insignificante y pequeña en la gloria y no ser el último ni el menor en el reino de Dios? ¡Entonces no se detenga!

¡Oh, que ninguno de nosotros se detenga! El tiempo no se detiene, la muerte no lo hace, el juicio no lo hace, el diablo no lo hace, y el mundo no lo hace. Tampoco lo hagan los hijos de Dios.

¿Hay algún lector que se siente detenido? ¿Ha sentido un peso en su corazón y remordimientos de conciencia mientras ha estado leyendo estas páginas? ¿Hay algo en su interior que susurra: "¿Soy yo ese hombre?"? Entonces preste atención a lo que estoy diciendo. Su alma no está en paz. Despierte y trate de mejorar. Si usted es de los que se detienen, debe acudir a Cristo inmediatamente para ser sano. Tiene que usar el antiguo remedio, tiene que bañarse en la antigua fuente. Tiene que volverse nuevamente a Cristo para ser sano. La manera de hacer algo es simplemente hacerlo. ¡Hágalo ahora mismo!

No crea ni por un instante, que su caso es irremediable. No piense que no hay esperanza de que se avive porque ha estado viviendo por largo tiempo en un estado de aridez y aletargamiento en su alma. ¿Acaso no es el Señor Jesucristo el Médico que cura todos los males espirituales? ¿Acaso no curaba todo tipo de enfermedades cuando estaba sobre la tierra? ¿Acaso no echaba fuera todo tipo de demonios? ¿Acaso no levantó al pobre Pedro y le puso un canto nuevo en la boca, después de que hubo caído? ¡Oh, no dude, sino que crea fervientemente que, aún, avivará su obra en usted! Sólo vuelva a andar, confiese su necedad y venga, venga ahora mismo a Cristo. Benditas son las palabras del profeta: "Reconoce, pues, tu maldad". "Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones" (Jer. 3:13, 22).

Y recordemos las almas de los demás, no sólo las nuestras. Si en algún momento vemos detenido a un hermano o hermana, tratemos de despertarlo, tratemos de estimularlo y tratemos de avivarlo. "Exhortaos los unos a los otros", según tengamos oportunidad, "para estimularnos al amor y a las buenas obras" (He. 3:13; 10:24). No tengamos temor de decirnos unos a otros: "Hermano, hermana, ¿ha olvidado a Lot? ¡Despierte y recuerde a Lot! Despierte y no se quede detenido ya más".