Versículo para hoy:

martes, 19 de septiembre de 2023

SETIEMBRE 19 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“La libertad con que Cristo nos hizo libres”. Gálatas 5:1.


ESTA “libertad” nos da libre acceso a la constitución del cielo, que es la Biblia. Creyente, aquí tienes un pasaje selecto: “Cuando pasares por las aguas, yo seré contigo”. Tú tienes acceso a esa promesa. Aquí tienes otro: “Los montes se moverán y los collados temblarán; mas no se apartará de ti mi misericordia”. Tú tienes acceso a esta otra promesa. Tú eres un huésped bienvenido en la mesa de las promesas. La Biblia es una caja fuerte llena de ilimitadas provisiones de gracia. Es el banco del cielo. Puedes sacar de allí, sin estorbo ni obstáculo, cuando te plazca. Ven con fe a participar de todas las bendiciones del pacto y serás bienvenido. Ninguna de las promesas de la Palabra te será negada. Haz que esta libertad te consuele cuando estés pasando por las profundidades de la tribulación, te anime en la aflicción y sea tu solaz en la angustia. Esta libertad es la prenda de amor que te otorga tu Padre. Tú tienes acceso a ella siempre. También tienes libre acceso al trono de la gracia. Tener acceso al Padre Celestial es privilegio del creyente. Cualesquiera sean nuestros deseos, nuestras dificultades, nuestras necesidades, tenemos libertad de presentar todo delante de él. No importa si hemos pecado mucho, podemos pedirle perdón y esperarlo. No importa si somos muy pobres; podemos pedirle que, de acuerdo con su promesa, nos supla todo lo que nos falta. Tenemos permiso de acercarnos a su trono en todo tiempo: a medianoche o a mediodía. ¡Oh creyente!, ejerce tus derechos y goza de tus privilegios. Tienes libre acceso a todo lo que está atesorado en Cristo: sabiduría, justicia, santificación y redención. No importa cuál sea tu necesidad, pues hay en Cristo abundantes provisiones para ti. ¡Oh, qué libertad es la tuya! Libertad de la condenación, libertad de gozar las promesas, libertad de acercarte al trono de la gracia, y, por fin, libertad para entrar en los cielos.

SETIEMBRE 18 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON

“Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu”. Gálatas 5:25.

LAS dos cosas más importantes de nuestra santa religión son la vida de fe y la conducta de fe. El que entiende correctamente estas cosas no está lejos de ser un maestro en teología experimental, pues ellas son puntos vitales para el cristiano. Nunca hallarás la verdadera fe desligada de la verdadera piedad. Por otra parte, nunca hallarás una vida verdaderamente santa que no tenga por fundamento una fe viva en la justicia de Cristo. ¡Ay de aquellos que buscan lo uno sin lo otro! Hay algunos que cultivan la fe y se olvidan de la santidad. Estos quizás estén muy arriba en ortodoxia, pero estarán muy abajo en la condenación, pues “detienen la verdad con injusticia”. Hay otros que se han esforzado en busca de la santidad, pero han negado la fe, a semejanza de los fariseos de la antigüedad, de quienes el Maestro dijo que eran “sepulcros blanqueados”. Debemos tener fe, pues ella es el fundamento, pero debemos también tener santidad de vida porque la santidad es el edificio. ¿De qué le sirven al hombre, en días de tormenta, los simples cimientos de un edificio? ¿Puede refugiarse en ellos? Lo que él necesita es una casa que lo proteja, la que, a su vez, tenga sólidos cimientos. Así también nosotros necesitamos el edificio de la vida espiritual si queremos tener fortaleza en el día de la duda. Pero no procures una vida santa sin fe, pues eso sería como levantar una casa que puede dar un abrigo permanente, por no estar fundada sobre una roca. Pongamos juntas la fe y la vida, y ellas, a semejanza de los dos estribos de un arco, harán que nuestra piedad sea permanente. Así como la luz y el calor proceden del mismo sol, la fe y la vida están igualmente llenas de bendiciones; y, como los dos pilares del templo, están puestas para gloria y belleza. ¡Oh Señor!, danos hoy vida interior y ella se manifestará en lo exterior para tu gloria.

SETIEMBRE 17 – LECTURAS MATUTINAS C. H. SPURGEON


DESESPERADAMENTE el decepcionado padre se volvió de los discípulos al Maestro. Su hijo estaba en la peor condición posible, y todos los medios habían fracasado, pero el pobre niño fue pronto librado del maligno, cuando el padre, obedeció, con fe, el pedido de Jesús: “Traédmele”. Los hijos son dones preciosos de Dios, pero nos producen muchas ansiedades. Pueden ser motivo de grande gozo o de grande amargura para sus padres; pueden estar llenos del Espíritu de Dios o poseídos de un espíritu malo. En todos los casos, la Palabra de Dios nos da una receta para la cura de todos los males: “Traédmele”. ¡Dios nos enseñe a elevar oraciones más agonizantes a favor de nuestros hijos mientras son pequeños! El pecado está en ellos, empecemos a atacarlo con oración. Nuestro clamor en favor de nuestros vástagos debiera preceder a los lamentos que anuncian su venida a este mundo de pecado. En los días de su juventud veremos tristes señales de aquel espíritu mudo y sordo, que ni orará rectamente ni oirá la voz de Dios al alma, pero aun en ese caso Jesús nos manda: “Traédmele”. Cuando sean adultos, quizás se revuelquen en el pecado y echen espumarajos de enemistad contra Dios; entonces, cuando nuestros corazones estén quebrantados, recordemos la palabra del médico: “Traédmele”. No debemos cesar de orar hasta que dejen de respirar. Ningún caso es irremediable mientras viva Jesús. El Señor algunas veces permite que los suyos sean puestos en un callejón sin salida para que conozcan por experiencia cuánto lo necesitan. Los hijos impíos, al mostrarnos nuestra impotencia contra la depravación de sus corazones, nos obligan a ir al Fuerte para adquirir fuerzas, y esto es para nosotros una gran bendición. Que la necesidad que experimentamos esta mañana, nos lleve, como una fuerte corriente, al océano del amor divino. Jesús puede quitar pronto nuestra aflicción; él se complace en confortarnos.