12. El Señor de las olas
Qué bueno sería que los cristianos profesantes de la época moderna estudiaran los cuatro Evangelios más de lo que lo hacen. Sin duda que toda la Biblia es provechosa. No es sabio exaltar una parte de ella a expensas de las demás. Pero opino que sería bueno que algunos que están muy familiarizados con las epístolas supieran más acerca de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
¿Por qué digo esto? Quiero que los cristianos profesantes sepan más acerca de Jesús. Es bueno conocer todas las doctrinas y los principios del cristianismo. Pero es mucho mejor todavía conocer a Cristo mismo. Es bueno estar familiarizado con la fe, la gracia, la justificación y la santificación. Estos son asuntos "relacionados con el Rey". Pero es mucho mejor estar familiarizado con Jesús mismo, ver al Rey cara a cara y contemplar su hermosura. Este es el secreto de una santidad innegable. El que anhela conformarse a la imagen de Cristo y parecerse más a Cristo, tiene que estudiar constantemente a Cristo mismo.
Los Evangelios fueron escritos precisamente para que conociéramos a Cristo. El Espíritu Santo nos ha contado cuatro veces la historia de su vida y su muerte, lo que dijo y lo que hizo. Cuatro manos diferentes e inspiradas nos han dibujado al Salvador. Sus métodos, sus costumbres, sus sentimientos, su sabiduría, su gracia, su paciencia, su amor y su poder son narrados por gracia, a través de la pluma de cuatro testigos diferentes. ¿Acaso no deben las ovejas estar familiarizadas con el Pastor? ¿No debe el paciente estar familiarizado con el Médico? ¿No debe la novia estar familiarizada con el Novio? ¿No debe el pecador estar familiarizado con el Salvador? No cabe duda que sí. Los Evangelios fueron escritos para familiarizar a todos con Cristo y es por eso que quisiera que todos estudiaran los Evangelios.
¿Sobre quién debemos edificar nuestras almas si queremos ser aceptados por Dios? Tenemos que ser edificados sobre la Roca, Cristo. ¿De quién hemos de obtener la gracia del Espíritu si vamos a dar fruto? Tenemos que nutrirnos de Cristo, la Vid. ¿A quién hemos de recurrir para ser consolados cuando nos fallan o perdemos a nuestros amigos terrenales? Tenemos que recurrir a Cristo, nuestro Hermano mayor. ¿A quién debemos elevar nuestras oraciones para ser oídos en lo Alto? Tienen que ser elevadas a Cristo, nuestro Abogado. ¿Con quién esperamos pasar los mil años de gloria y luego la eternidad? Con Cristo, el Rey de reyes. ¡No cabe la menor duda que nunca nos sería posible conocer a este Cristo demasiado bien! No cabe duda que no hay una palabra, ni una obra, ni un día, ni un paso, ni un pensamiento en el registro de su vida, que no nos deba ser preciado. Tenemos que esforzarnos por familiarizarnos con cada línea escrita a cerca de Jesús.
Acérquese y estudiemos una página en la historia de nuestro Maestro. Reflexionemos en lo que podemos aprender de los versículos de las Escrituras que encabezan este capítulo. Vemos allí a Jesús cruzando el mar de Galilea en una embarcación con sus discípulos. Vemos que mientras él duerme, de pronto se levanta una tormenta. Las olas embisten la barca y la llenan. La muerte parece inminente. Los asustados discípulos despiertan a su Maestro y claman a él. Él se levanta, reprende al viento y a las olas e, inmediatamente, reina la calma. Luego procede a reprobar el temor de sus compañeros por fata de fe y, después, todo ha pasado. Esta es la escena. Está repleta de profunda instrucción. Pues bien, examinemos ahora lo que tiene la intención de que aprendamos.