EL gran objetivo de Pablo era no sólo instruir y corregir, sino salvar. Cualquier otro fin que no fuera este, lo habría desilusionado. El quería que los hombres experimentasen la renovación de sus corazones, fuesen perdonados, santificados, en fin, fuesen salvados. ¿Han tenido nuestras labores cristianas un objetivo inferior a este? Entonces, rectifiquemos nuestros métodos, porque, ¿qué valdrá, en el último gran día, el haber enseñado y moralizado a los hombres, si estos comparecen delante de Dios sin ser salvos? Rojas como la sangre estarán nuestras faldas si durante la vida hemos buscado un objetivo inferior y hemos olvidado que los hombres necesitan ser salvos. Pablo sabía que la condición del hombre natural era degradante y no procuró educarlo sino salvarlo. El vio a los hombres hundiéndose en el infierno y no trató de pulirlos, sino de salvarlos de la ira que ha de venir. Para lograr la salvación de los hombres se dio a sí mismo con incansable celo a predicar el Evangelio en todo lugar, exhortando y rogando a los hombres que se reconciliasen con Dios. Sus oraciones eran insistentes y sus trabajos incesantes. Salvar almas era su ardorosa pasión, su ambición y su vocación. Pablo se constituyó en siervo de todos los hombres, desvelándose por los de su nación y sintiendo un ¡ay! dentro de sí si no se predicaba el Evangelio. El dejó sus preferencias para evitar prejuicios; sometió su voluntad con respecto a las cosas secundarias, y, con tal que los hombres recibieran el Evangelio, no promovía cuestiones en cuanto a formas y ceremonias. El Evangelio era su única e importantísima ocupación. Si podía ser el instrumento de la salvación de alguno, estaba contento. Querido lector, ¿hemos tú y yo vivido para ganar almas en esta noble forma? ¿Estamos dominados por el mismo deseo? Si no lo estamos ¿a qué se debe? Jesús murió por los pecadores, ¿no podemos nosotros vivir por ellos? ¿Dónde está nuestra compasión? ¿Dónde nuestro amor a Cristo, si no buscamos su gloria en la salvación de los hombres? ¡Oh, que el Señor nos impregne con un celo imperecedero por las almas de los hombres!
Charles Haddon Spurgeon.