· Primero: Preguntarnos
qué es lo que implica y supone guardar el corazón.
· Segundo: Exponer
distintas razones por las que los cristianos deben hacer de esto un asunto
principal en sus vidas.
· Tercero: Ver
los momentos de nuestra vida que requieren que guardemos el corazón de forma
especial.
· Cuarto: Aplicar
todo.
1-¿QUÉ ES
LO QUE IMPLICA Y SUPONE GUARDAR EL CORAZÓN?
Guardar el corazón
necesariamente presupone una obra previa de regeneración, que ha puesto el
corazón en orden y ha hecho que tenga una inclinación espiritual. Si
el corazón no es puesto en un marco adecuado primero por la gracia, no hay
medio que lo pueda mantener bien con Dios. El ego es el centro del corazón
no regenerado, y es lo que lo inclina y lo motiva en todos sus planes y
acciones. Mientras esto sea así, es imposible que ningún medio externo lo
mantenga con Dios. El ser humano en su estado original era un todo
espiritual uniforme, puesto en un camino recto y bueno. Ningún pensamiento
o facultad estaba desordenada: su mente tenía un conocimiento perfecto de
los requisitos de Dios, su voluntad cumplía perfectamente con ellos. Todos
sus apetitos y su potencial estaban en subordinación obediente. Sin
embargo, por su apostasía, el ser humano se ha convertido en una
criatura rebelde que se opone a su Creador:
è Se opone a Dios como PRIMERA CAUSA,
al elegir la auto dependencia.
è Se opone a Dios como el MAYOR BIEN al
amarse a sí mismo.
è Se opone a Dios como el MAYOR
SEÑOR al elegir su propia voluntad.
è Se opone a Dios como FIN ÚLTIMO al
buscar su propio interés.
Así pues, el
ser humano camina en un desorden enorme, y todas sus acciones son
irregulares. Pero por la regeneración, el alma desordenada se endereza.
Las Escrituras expresan este gran cambio como la renovación del alma a la
imagen de Dios, en la cual la auto dependencia es
eliminada por la fe, el amor por uno mismo por el amor de
Dios, la voluntad propia por la sujeción y obediencia a
la voluntad de Dios, y el buscar lo nuestro por el
negarnos a nosotros mismos. El entendimiento entenebrecido es iluminado,
la voluntad rebelde es dulcemente sometida, y los apetitos insubordinados
conquistados gradualmente. El alma que el pecado corrompió en todos sus
aspectos, es restaurada por la gracia. Si presuponemos todo esto, no será
fácil entender en qué consiste guardar el corazón, que no es otra cosa
que el cuidado
constante y diligente de un hombre renovado por preservar su alma en esa
posición santa a la que le ha llevado la gracia. Porque,
aunque la gracia ha rectificado el alma en una gran medida, y le ha dado
un temperamento habitualmente celestial, el pecado la vuelve a
descomponer. Aun los corazones tocados por la gracia son como instrumentos
musicales, que han de ser afinados de forma exacta, porque pequeñas cosas
los pueden desafinar. Si los dejamos aparte por un tiempo, necesitarán ser
afinados antes de poder tocar otra lección.
Si los corazones en
gracia están en buena disposición para cierto deber, pueden estar torpes,
insensibles y desordenados cuando se trata de otro distinto. Por tanto,
cada obligación requiere una disposición particular del corazón. Job 11:13
“Si
dispusieras tu corazón, y extendieras a él tus manos”, guardar el
corazón es, entonces, guardarlo cuidadosamente del pecado que
lo desordena, y mantener esa disposición espiritual que lo capacita para
una vida de comunión con Dios. Esto incluye seis aspectos particulares:
1.
Observar frecuentemente la disposición del corazón.
Las personas
carnales y meramente formales no prestan atención a esto. No pueden
comunicarse con sus propios corazones. Hay personas de cuarenta
y cincuenta años que apenas han hablado una hora en total con sus
propios corazones. Es difícil conseguir que alguien se reúna consigo
mismo y haga esto, pero las personas santas saben que estos soliloquios
son muy saludables. Los paganos podrían decir: “El alma se hace sabia
cuando se sienta en silencio”. Es como si al sufrir una bancarrota no se
preocupasen por mirar el estado de sus cuentas.
Pero un corazón
íntegro sabe si está avanzando o retrocediendo. “Meditaba en mi corazón”
(Salmos 77:6) dice David. No podremos guardar el corazón hasta que lo
examinemos y entendamos.
2.
Humillarse profundamente por las maldades y desorden del corazón.
Ezequías se humilló
a sí mismo por el orgullo de su corazón. Como consecuencia se ordenó al
pueblo abrir sus manos en oración a Dios, siendo conscientes de la
enfermedad de sus propios corazones. Por esta misma razón muchos corazones
íntegros se han postrado delante de Dios. “Oh, ¡qué corazón tengo!”. Los
santos en su confesión apuntan al corazón, al lugar que duele: “Señor,
he aquí la herida”. Guardar bien el corazón es como guardar un ojo. Si
un poco de polvo entra en el ojo, no parará de parpadear y lagrimear hasta
que lo haya sacado. De la misma forma un corazón íntegro no puede
descansar hasta que haya sacado fuera sus problemas y derramado sus quejas
delante del Señor.
3.
Suplicar fervorosamente y orar al instante pidiendo gracia para enderezar y
purificar el corazón cuando el pecado lo ha contaminado.
Salmos 19:12 “Líbrame
de los [errores] que me son ocultos”, Salmos
86:11 “Afirma mi corazón para que tema tu nombre”. Los santos siempre
han puesto peticiones como estas delante del trono de la gracia de Dios.
Este es el motivo por el que más le ruegan. Cuando piden misericordias
externas, sus corazones pueden estar más descuidados. Pero cuando se trata
del corazón mismo, expanden su espíritu al máximo, llenan sus bocas de
argumentos, lloran y hacen súplicas: “Oh ¡cómo me gustaría tener un mejor
corazón! ¡Un corazón que amase más a Dios y odiase más el pecado, que me
hiciese caminar mejor con Dios. ¡Señor, no me niegues un corazón así. Sin
importar lo que me niegues, dame un corazón que te tema, que te ame y se
deleite en ti si tengo que mendigar mi pan en lugares desiertos”.
Se dice de un
conocido santo, que cuando estaba confesando pecados nunca dejaba de
confesarse hasta que sentía quebrantamiento de corazón por ese pecado, y
que cuando estaba orando por una misericordia espiritual, no paraba hasta
que hubiese saboreado esa misericordia.
4.
Imponerse un fuerte compromiso sobre uno mismo para caminar con Dios más
cuidadosamente, y evitar las ocasiones en las que el corazón puede verse
inducido a pecar.
Hacer votos
deliberados y bien aconsejados es, el algunos casos, muy útil para guardar
el corazón contra algún pecado en especial. “Hice pacto con mis ojos”
dice Job (Job 31:1). Por este medio hombres santos han impactado sus
almas y han evitado contaminarse.
5.
Tener un celo santo y constante sobre nuestros corazones.
Un celo rápido por
uno mismo es algo que preserva muy bien del pecado. El que guarda su
corazón debe tener despiertos los ojos del alma para ver surgir cualquier
emoción desordenada y tumultuosa. Si sus emociones se desatan y se ve
incitada a las pasiones, el alma debe descubrirlo a tiempo y
eliminarlo antes de que vaya a más. “¿Haces bien en esto alma mía? ¿Dónde
está tu compromiso?” Feliz es el hombre que teme siempre. Por este temor
del Señor se apartan los hombres del mal, se sacuden la pereza, y se
guardan de la iniquidad. El que guarda su corazón debe comer y beber con
temor, regocijarse con temor, y pasar cada momento de su estancia en este
mundo con temor. Todo es poco por guardar al corazón del pecado.
6.
Ser conscientes de la presencia de Dios con nosotros, y poner al Señor siempre
ante nosotros.
Muchos han visto
que este es un medio poderoso para mantener rectos sus corazones, y hacer
que teman el pecado. Cuando el ojo de nuestra fe mira el ojo de la
omnisciencia de Dios, no nos atrevemos a dejar que nuestros pensamientos y
emociones sean vanos. El santo Job no dejaba que su corazón se rindiese a
pensamientos impuros y vanos. ¿Qué es lo que le daba motivación para una
circunspección tan grande? Él nos dice en Job 31:4: “¿No ve él mis caminos, Y cuenta todos mis pasos?” En
frases como esta las almas en gracia expresan el cuidado que tienen de sus
corazones. Son cuidadosas de evitar que se desate la corrupción en tiempos
de tentación. Son cuidadosas de preservar la dulzura y consuelo que tienen
en Dios en cualquier deber. Este es el trabajo más difícil, constante e
importante del cristianismo.
El trabajo sobre el
corazón es realmente difícil. Realizar nuestros deberes espirituales con
un espíritu descuidado y distraído no cuesta demasiado. Pero ponerse
delante del Señor y sujetar los pensamientos vanos y dispersos a
una atención fervorosa y constante sí que nos costará. Conseguir facilidad
y destreza de lenguaje en oración y expresar lo que queremos decir en
frases adecuadas y decentes es fácil, pero conseguir que el corazón se
quebrante por el pecado al confesarlo, mezclado con la gracia mientras
bendices a Dios por ella, sentirte de verdad avergonzado y humillado por
aprehender la infinita santidad de Dios y mantener el corazón en ese
estado, no solo en el momento, sino después, seguro que nos va a costar
gemidos y dolor del alma. Reprimir los actos externos de pecado y componer
el área externa de nuestra vida de manera encomiable no es una gran labor.
Incluso las personas carnales, siguiendo los principios comunes, pueden
hacerlo. Pero matar la raíz de corrupción dentro de nosotros, establecer y
mantener un gobierno santo sobre nuestros pensamientos, y hacer que todas
las cosas funcionen de manera correcta y ordenada en el corazón no es
fácil. Es también un trabajo constante. Guardar el corazón es una obra que
nunca se termina hasta el final de la vida. No hay ningún momento o condición
en la vida de un cristiano en el que se interrumpa este trabajo. Mantener
la vigilancia sobre nuestros corazones es como cuando Moisés mantenía las
manos arriba mientras los amalecitas y los israelitas luchaban (Éxodo
17:8-16). Tan pronto como las manos de Moisés se cansaban y bajaban,
Amalec prevalecía. Ser intermitentes en la vigilancia de sus corazones
costó a David y a Pedro muchos días y noches tristes. Además es el
asunto más importante de la vida cristiana. Sin esto no somos nada más que
formalistas. Todas nuestras palabras, dones y deberes no significarán
nada. Dios nos pide “Dame hijo mío, tu corazón” (Proverbios 23:26). A Dios le
agrada llamar regalo a lo que en realidad es una deuda. Concede a sus
criaturas el don de entregar el corazón, de recibirlo de ellas como si
fuera un regalo. Pero si no le damos el corazón, no le importa lo
demás que le demos.
Solo hay valor en lo que hacemos en la medida en que nuestro corazón está puesto en ello. Con respecto al corazón, Dios parece que dijese lo mismo que José dijo de Benjamín: “No veréis mi rostro si no traéis a vuestro hermano [Benjamín] con vosotros”. Entre los paganos, cuando un animal se ofrecía como sacrificio, lo primero que el sacerdote miraba era el corazón, y si no era adecuado, el sacrificio era rechazado. Dios rechaza todos los deberes (por muy gloriosos que sean en otros aspectos) que se le ofrecen sin el corazón. El que realiza sus deberes sin el corazón, es decir, sin prestar atención, tiene la misma aceptación ante Dios que aquel que los realiza con un corazón doble, es decir, hipócritamente.