Versículo para hoy:

domingo, 7 de febrero de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – FEBRERO 7

“Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá”.

DEJANDO de lado la consideración de estas palabras en su conexión profética, considerémoslas, más bien, como la invitación de nuestro Gran Precursor a su santificado pueblo. A su debido tiempo “una gran voz del cielo” será dirigida a todo creyente, diciéndole: “Sube acá”. Esto debiera ser para los santos asunto de gozosa expectativa. En lugar de temer el tiempo cuando dejaremos este mundo para ir al Padre, debiéramos estar suspirando por la hora de nuestra emancipación. Nuestro canto debiera ser
En Jesús tengo paz y no debo temer
Que se acerque la muerte fatal;
Porque al fin de esta vida fugaz yo tendré
Libre acceso al Edén celestial.

Nosotros no somos llamados abajo, al sepulcro, sino arriba, al cielo. Nuestros espíritus, nacidos para el cielo, debieran suspirar por su ambiente natal. Con todo, el llamamiento celestial debiera ser objeto de paciente espera. Nuestro Dios sabe mejor que nosotros cuándo debe llamarnos para ir arriba. No debemos desear anticipar el momento de nuestra partida. Sé que un fuerte amor nos hará exclamar: “¡Oh!, Señor de los Ejércitos, divide las olas y llévanos al cielo”. Pero la paciencia debe tener su obra perfecta. Dios ordena con perfecta sabiduría el tiempo más apropiado en que los redimidos deben vivir aquí. Sin duda, si el pesar pudiese experimentarse en los cielos, los santos lamentarían no haber vivido más aquí para hacer mayor bien. ¡Oh, ansiamos más gavillas para los graneros del Señor! ¡Más joyas para su corona! Pero, ¿cómo conseguirlo sin obrar más? Es cierto que tenemos que considerar el otro lado del asunto, pues viviendo aquí menos tiempo, nuestros pecados serán menos. Sin embargo, cuando estamos enteramente sirviendo al Señor, y él nos permite esparcir la preciosa simiente y recoger a ciento, estamos tentados a decir que es bien quedarnos donde estamos. Ya nos diga nuestro Maestro, “Ven”, o nos diga, “Quédate”, estemos igualmente contentos, mientras él nos favorece con su presencia.

Charles Haddon Spurgeon.