"...Solamente en el trono seré yo mayor que tú", (Génesis 41:40)
Debo rendirle cuentas a Dios por la manera como gobierno mi cuerpo bajo su autoridad. Pablo dijo: "No
desecho la gracia de Dios", es decir, no la anulo y la dejo sin ningún efecto (Gálatas 2:21). La gracia de Él
es absoluta e ilimitada; y la obra de salvación por medio de Jesús está completa y fue consumada para
siempre. No estoy siendo salvo; soy salvo. La salvación es tan eterna como el trono de Dios, pero debo
poner en práctica lo que Dios me ha impartido. "Ocuparme en mi salvación" significa que soy
responsable de utilizar lo que Él me ha dado. Significa también que debo manifestar la vida del Señor en
mi propio cuerpo, no de manera misteriosa o secreta, sino abierta y vigorosamente. "...Golpeo mi cuerpo y
lo pongo en servidumbre..." (1 Corintios 9:27). Todo cristiano puede tener a su cuerpo bajo absoluto
control para Dios. Él nos ha dado la responsabilidad de gobernar sobre todo el templo del Espíritu Santo,
incluidos nuestros pensamientos y deseos. Somos responsables por esto, y nunca debemos darle cabida a
las pasiones desordenadas. Pero la mayoría de nosotros somos mucho más severos juzgando a los demás
que juzgándonos a nosotros mismos. Disculpamos ciertos comportamientos en nuestra vida, mientras que
condenamos otros simplemente porque no sentimos la inclinación natural de practicarlos.
Os ruego, dijo Pablo, que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo (Romanos 12:1). Lo que debo
decidir es si estaré de acuerdo con mi Señor y Maestro en que mi cuerpo sea su templo. Si es así, entonces
todas las leyes, normas y requisitos de la ley para el cuerpo se resumen en la siguiente verdad revelada: mi cuerpo es el templo del Espíritu Santo.
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