"Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección", Romanos 6:5
Resurrección con Él. Mi evidente parecido con Jesús es la prueba de que he experimentado la crucifixión
con Él. Cuando el Espíritu de Cristo entra en mí, mi vida personal se reorganiza delante de Dios. La
resurrección de Jesús le ha dado a Él la autoridad para impartirme la vida de Dios, y ahora las
experiencias de mi vida se deben edificar tomando como fundamento su vida. Puedo tener la vida de
resurrección de Jesús aquí y ahora, la cual se manifestará en santidad.
El concepto a lo largo de todos los escritos del apóstol Pablo es que, después de haber tomado la decisión
moral de identificarme con Jesús en su muerte, su vida de resurrección se extiende por cada parte de mi
naturaleza humana. Se requiere la omnipotencia divina para que la carne humana pueda vivir la vida del
Hijo de Dios. El Espíritu Santo no se puede establecer únicamente como un huésped en una casa, si no
que se extiende por todo lugar. Y una vez que yo decido que mi "viejo hombre" (es decir, mi herencia de
pecado) se debe identificar con la muerte de Jesús, el Espíritu Santo me invade. Él se hace cargo de todo.
Mi parte es andar en la luz y obedecer todo lo que Él me revela. Cuando he adoptado esa importante
decisión moral acerca del pecado, es fácil considerar que realmente estoy muerto a él porque encuentro en
mí la vida de Jesús, todo el tiempo (Romanos 6:11). Así como existe una sola clase de humanidad, sólo
hay una clase de santidad: la de Jesús. Y es su santidad la que me ha sido dada. Como Dios pone en mi la
santidad de su Hijo, yo pertenezco a un nuevo orden espiritual.
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