Este acontecimiento ilustra el error que cometemos al creer que lo máximo que Dios requiere de nosotros es el sacrificio de la muerte. Lo que Dios desea es el sacrificio a través de la muerte, el cual nos capacita para hacer lo que hizo Jesús, es decir, sacrificar nuestras vidas. No: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo... a la muerte", Lucas 22:33, sino: "Estoy dispuesto a identificarme con tu muerte de modo que pueda sacrificar mi vida para Dios".
¡Al parecer, creemos que Dios quiere que renunciemos a cosas! Dios purificó a Abraham de este disparate, y está realizando el mismo proceso en nuestras vidas. Él nunca nos pide que abandonemos algo por el simple hecho de dejarlo. Más bien, nos pide que renunciemos a eso debido a lo único que vale la pena tener: la vida con Él. Es cuestión de soltar las ataduras que restringen nuestras vidas. Y esos lazos se desatan de inmediato cuando nos identificamos con la muerte de Jesús. Entonces, entramos en una relación con Dios que nos permite sacrificar nuestra vida para Él.
Para Dios no tiene ningún valor que le entregues tu vida para morir, Él quiere que seas un sacrificio vivo, que le permitas tener todas tus fuerzas las cuales han sido salvadas y sacrificadas a través de Jesús (Romanos 12:1). Esto es aceptable para Dios.
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