Pero la Escritura declara que todo el mundo es prisionero del
pecado, para que mediante la fe en Jesucristo lo prometido se conceda a los que
creen. Antes de venir esta fe, la ley nos tenía presos, encerrados hasta que la
fe se revelara. Gálatas 3:22-23.
¿Alguna vez has
visitado una celda de un prisionero condenado a muerte? Asomarte a ella y ver a
dicho hombre allí es suficiente para hacerte desmayar. ¡Imagina que fuera tu
hijo! ¡Imagina que fuera tu esposo! ¡Imagina que fuera tu hermano! Pero
escucha: «El que no cree ya está condenado» (Juan 3:18). Perdónennos, ustedes
nuestros familiares inconversos, por decirles que corren un tremendo peligro al
estar sentados en la celda de los condenados a muerte y serán ejecutados en
breve, a no ser que la infinita misericordia les conceda el perdón gratuito.
Qué horribles escenas debe ver una persona en un campo de batalla. Cuando veo
un hombre que sangra porque se ha cortado me siento el corazón en la boca, no
puedo resistir la escena; ¡cuánto más al ver hombres desmembrados,
desentrañados, retorciéndose en sus últimos minutos de vida! ¡Qué horroroso es
caminar entre un montón de cadáveres y tropezar a cada instante con alguno de
ellos! Sin embargo, ¿qué es la muerte física comparada con la muerte
espiritual? Qué horroroso es vivir bajo el mismo techo con familiares que están
muertos en vida, muertos para Dios. El pensamiento está lleno de angustia. Si
Dios contendiera con nuestros parientes que están muertos desde el punto de
vista espiritual, si le diera vida a aquel que ha sido «puesto aparte, entre
los muertos; parece un cadáver que yace entre los muertos» (Salmo 88:5), ¡qué
gran consuelo recibiríamos nosotros!
A través de la Biblia en un año: Jeremías 5-8
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