(h) El hombre santo procurará pureza del corazón. Aborrecerá toda suciedad y contaminación de su espíritu, y buscará evitar todas las cosas que puedan llevarlo a ellas. Sabe que su propio corazón es como paja y será diligente en mantenerse lejos de las chispas de la tentación. ¿Quién se atreverá a hablar de fortaleza sabiendo que alguien como David puede caer? Podemos percibir pistas en la ley ceremonial. Bajo ella, el hombre que apenas tocaba un hueso, un cadáver, un sepulcro o a un enfermo era impuro a los ojos de Dios. Y estas cosas eran, meramente, símbolos y figuras. Son pocos los cristianos que alguna vez están demasiado en guardia o son demasiado cautelosos en relación con este punto.
(i) El hombre santo procurará tener temor a Dios. No me refiero al temor de un esclavo que sólo trabaja porque teme al castigo y no haría nada, si no temiera que lo descubrieran. Me refiero más bien al temor de un niño que anhela vivir y comportarse como si siempre estuviera ante su padre, porque lo ama. ¡Qué ejemplo tan noble de esto nos da Nehemías! Cuando fue nombrado gobernador de Jerusalén hubiera podido exigir impuestos al pueblo para su mantenimiento. Eso es lo que había hecho el gobernador anterior. Nadie lo hubiera recriminado por ello. Pero dice: "Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios" (Neh. 5:15).
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