(e) El hombre santo procurará dominio propio y autonegación. Trabajará para mortificar los deseos de su cuerpo, para crucificar su carne con sus afectos y lascivias, dominar sus pasiones, restringir sus inclinaciones carnales, por si alguna vez, una de estas se desatara. Oh, qué palabras fueron aquellas del Señor Jesús a sus apóstoles cuando les dijo: "Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida" (Lc. 21:34) y las del apóstol Pablo: "Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Co. 9:27).
(f) El hombre santo procurará practicar la caridad y la bondad fraternal. Se esforzará por observar la regla de oro de hacer a los demás lo que quiere que le hagan y hablar a los otros como quiere que le hablen a él (Mt. 7:12; Jn. 13:34). Estará lleno de cariño por sus hermanos, por sus cuerpos, sus propiedades, sus personalidades, sus sentimientos y sus almas. "El que ama al prójimo", dice Pablo, "ha cumplido la ley" (Ro. 13:8). Aborrecerá toda mentira, calumnia, murmuración engaño, deshonestidad, y trato injusto, aun en su mínima expresión. El shekel y el codo del santuario eran más grandes que los de uso común. Tratará de adornar su fe con todo su aspecto y porte, y de presentarla hermosa y bella a los ojos de todos los que lo rodean. ¡Ay, qué palabras de condenación son las del capítulo 13 de 1 Corintios y el Sermón del Monte comparadas con la conducta de muchos cristianos profesantes!
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