(c) El hombre santo luchará para ser como nuestro Señor Jesucristo. No solo vivirá una vida de fe en él y tomará de él toda su paz y fortaleza diaria, sino que también trabajará para conformarse a la mente de él y ser hecho "conforme a su imagen" (Ro. 8:29). Su meta será comprender y perdonar a los demás, así como Cristo nos perdonó a nosotros; ser generosos, así como Cristo no vivía para complacerse a sí mismo; andar en amor, así como Cristo nos amó; ser modestos y humildes, así como Cristo se humilló a sí mismo.
El hombre santo recordará...
- que Cristo fue testigo fiel de la verdad,
- que no vino para hacer su propia voluntad,
- que su comida y bebida fue hacer la voluntad de su Padre,
- que se negaba continuamente a sí mismo con el fin de servir a otros,
- que era humilde y paciente ante insultos inmerecidos,
- que tenía mejor opinión de los piadosos pobres que de los reyes,
- que estaba lleno de amor y compasión por los pecadores,
- que era valiente y firme en denunciar el pecado,
- que no buscaba el elogio de los hombres, cuando lo hubiera podido recibir,
- que iba por todas partes haciendo el bien,
- que estaba separado de la gente mundana,
- que se mantenía siempre en oración,
- que no permitía que, ni siquiera sus relaciones más cercanas, le impidieran hacer la obra de Dios que tenía que hacer.
Estas son cosas que el hombre santo tratará de recordar. Por ellas, se esforzará en dar forma a su curso en la vida. Tomará en serio lo que dijo Juan: "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Jn. 2:6) y lo que dijo Pedro: "Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas" (1 P. 2:21). ¡Feliz es aquel que ha aprendido a hacer de Cristo su "todo", tanto de su salvación como de su ejemplo! Se ahorrarían mucho tiempo y se prevendrían muchos pecados si los hombres se preguntaran más seguido: "¿Qué hubiera dicho y hecho Cristo si hubiera estado en mi lugar?"
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