"Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos", (Gálatas 5:24).
La vida natural no es pecaminosa en sí. Pero debemos abandonar el pecado y no tener absolutamente nada que
ver con él. El pecado pertenece al diablo y al infierno. Yo, como un hijo de Dios, pertenezco al cielo y al
Señor. El punto no es renunciar al pecado, sino al derecho sobre mí mismo, a mi independencia natural y a mi voluntad. Es aquí donde la batalla se debe librar. Lo que nos impide ser lo mejor de Dios es lo recto,
bueno y noble, desde el punto de vista natural. Cuando comprendemos que la excelencia de la moral natural es
contraria a la sumisión a Dios, ponemos a nuestra alma en el centro de su más recia batalla. Muy pocos de
nosotros controvertimos lo que es sucio, malo y erróneo, pero sí lo que es bueno. Lo bueno es enemigo de
lo mejor, y cuanto más alto asciendes en la escala de la excelencia moral, tanto más intensa es la
oposición a Jesucristo. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne. No solamente te costará algo
de tu vida natural, sino todo. Jesús, dijo: "...Si alguien quiere venir en pos de mí; niéguese a sí mismo",
(Mateo 16:24), es decir, antes de hacerlo debes negarte al derecho sobre ti mismo y comprender quién es
Jesucristo. No rehúses asistir al funeral de tu propia independencia.
La vida natural no es espiritual, y solamente se vuelve espiritual por medio del sacrificio. Si no
sacrificamos a propósito lo natural, lo sobrenatural nunca será natural. No lo conseguimos con facilidad,
pero cada uno de nosotros tiene en sus manos todos los medios para alcanzarlo. No es cuestión de orar,
sino de poner en práctica.
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