"No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto"... (Filipenses 3:12)
Es una trampa imaginar que Dios quiere volvernos ejemplares perfectos de lo que Él puede lograr. Su
propósito es hacernos uno con Él. El énfasis de los movimientos de santidad suele estar en la idea de que
Dios está produciendo modelos de santidad para colocarlos en su museo. Si te dejas llevar por esta idea de
santidad personal, el propósito decisivo de tu vida no será para Dios, sino para lo que llamas la evidencia
de Dios en tu vida. ¿Cómo podemos decir: "Nunca podrá ser la voluntad de Dios que yo esté enfermo"?
Si su voluntad fue quebrantar y herir a su propio Hijo, ¿por qué no haría lo mismo contigo? Lo que cuenta
para Él no es tu relativa coherencia con tus ideas de lo que debería ser un santo, sino tu vital y genuina
relación con Jesucristo, y tu ilimitada devoción a Él, ya sea que estés sano o enfermo.
La perfección cristiana no es, y nunca podrá ser, la perfección humana, sino la perfección de la relación
con Dios que se manifiesta en medio de los acontecimientos aparentemente triviales de la vida humana.
Cuando obedeces el llamamiento de Jesucristo, lo primero que te impresiona es la "inutilidad" de lo que
tienes que hacer, y lo segundo es que otras personas parecen estar viviendo vidas perfectamente
coherentes. Estos estilos de vida pueden dejar en ti la idea de que Dios es innecesario, que por tu propio
esfuerzo y devoción puedes alcanzar el nivel que Él quiere para tu vida. En un mundo caído, esto nunca
puede lograrse. Soy llamado a vivir una relación perfecta con Dios, y así mi vida debe producir un gran
deseo de Dios en la vida de otras personas; pero de ninguna manera admiración por mí. Los pensamientos sobre mí estorban mi utilidad para Dios.
Su propósito no es perfeccionarme para que sea un trofeo de
exposición, sino llevarme al punto donde me pueda usar. Deja que Él haga lo que quiera.
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