"...El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí", Gálatas 2:20
Debemos luchar contra nuestros caprichos, sentimientos y emociones para entregarnos a una devoción
absoluta al Señor Jesús; y debemos salir del atolladero conformado por el pequeño mundo de nuestras
experiencias, para entregarnos en una devoción sin restricciones a Él. Piensa en lo que dice el Nuevo
Testamento acerca de quién es Jesucristo. Luego piensa en la infame mezquindad de la fe que mostramos al decir: "¡No he tenido esta o aquella experiencia!” Piensa en lo que la fe en Jesucristo sostiene: que Él
nos puede presentar sin mancha ante el trono de Dios, indescriptiblemente puros, absolutamente justos y
totalmente justificados. Mediante una fe plena y reverente permanece "en Cristo Jesús, el cual nos ha sido
hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención", 1 Corintios 1:30. ¿Cómo podemos
hablar de hacer un sacrificio por el Hijo de Dios? Somos salvos del infierno y la destrucción total, ¡y
luego nos atrevemos a hablar de sacrificarnos!
Continuamente debemos enfocar y afirmar nuestra fe en Jesucristo. No en el Jesucristo de las reuniones
de oración, ni en el de los libros, sino en el Jesucristo del Nuevo Testamento que es Dios encarnado y
quien debería hacernos caer a sus pies como muertos. Nuestra fe debe estar en Aquel de quien procede
nuestra salvación. Jesucristo quiere de nosotros una absoluta, libre y completa devoción a Él. Nunca
podremos experimentar al Señor, ni encerrarlo dentro de los confines de nuestro corazón, sino que nuestra
fe se debe construir sobre una fuerte y decidida confianza en Él.
Debido a nuestra confianza en las experiencias vemos que la firme intolerancia del Espíritu Santo se
pronuncia contra la incredulidad. Todos los temores son pecaminosos y los creamos cuando rehusamos
alimentar nuestra fe, ¿Cómo puede alguien que se ha identificado con Jesucristo tener dudas o temores?
Nuestras vidas deberían ser un absoluto himno de alabanza como resultado de una fe perfecta,
irreprensible y victoriosa.
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