"Les dijo: Cuando lleguemos a Jerusalén", Lucas 18:31
En la vida de nuestro Señor, Jerusalén representa el lugar donde llegó al punto culminante de la voluntad
de su Padre. Jesús dijo: "No busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió", Juan 5:30, lo
cual fue el interés preponderante a lo largo de la vida de nuestro Señor. Y jamás nada de lo que encontró
en el camino, gozo o dolor, éxito o fracaso, lo disuadió de su propósito. "Él, con determinación afirmó su
rostro para ir a Jerusalén", Lucas 9:51.
Lo más grande que debemos recordar es que subimos a Jerusalén para cumplir el propósito de Dios, no el
nuestro. En la vida natural, nuestras ambiciones son las de nosotros, pero en la vida cristiana no tenemos
ninguna meta propia. Hoy se habla tanto de nuestras decisiones a favor de Cristo, nuestra decisión de ser
cristianos, nuestras decisiones en cuanto a esto o aquello. Pero en el Nuevo Testamento lo que se pone de
manifiesto es que el propósito de Dios nos constriñe. "No me elegisteis vosotros a mi, sino que yo os
elegí a vosotros", Juan 15:16.
Dios no me lleva a comprometerme con su propósito de una manera consciente, sino que me atrae hacia
Él sin que me dé cuenta en absoluto. No tenemos idea de cuál puede ser su propósito y al seguir adelante
se hace cada vez más vago. Parecería como si el objetivo de Dios no se fuera a cumplir, porque somos
demasiado cortos de vista para ver lo que Él se propone. Al principio de la vida cristiana tenemos nuestras
propias ideas acerca del propósito divino. Decimos: “Dios quiere que vaya allí. Él me ha llamado para
realizar esta obra especial”. Hacemos lo que pensamos que es correcto, pero aun así Dios nos sigue
constriñendo. El trabajo que hacemos no tiene ningún valor al compararlo con el propósito de Dios que
nos constriñe. Es sólo el andamiaje al lado de su obra. "Tomando Jesús a los doce...", Lucas 18:31. Dios nos toma todo el tiempo. Todavía no hemos entendido todo lo que hay que saber del propósito de Dios
que nos constriñe.
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