"Señor, enséñanos a orar", Lucas 11:1
La oración no hace parte de la vida del hombre natural. Oímos decir que un hombre va a sufrir si no ora,
pero lo pongo en duda. Lo que sufre es la vida del Hijo de Dios en él, la cual no se nutre con comida, sino
con la oración. Cuando una persona nace de arriba, en ella nace la vida del Hijo de Dios; pero, puede
hacerla morir de hambre o alimentarla. La vida de Dios en nosotros se nutre con la oración. Nuestro concepto común acerca de la oración no se encuentra en el Nuevo Testamento. La consideramos el medio
para obtener cosas para nosotros pero el propósito bíblico de la oración es que conozcamos a Dios.
"Pedid y recibiréis", Juan 16:24. Nosotros nos quejamos delante de Dios, nos disculpamos con Él o
incluso podemos ser indiferentes, pero, realmente le pedimos muy poco. ¡Piensa en la espléndida audacia
con la que pide un niño! Nuestro Señor dijo: "Si no os volvéis y os hacéis como niños", Mateo 18:3. Pide
y Dios hará. Dale a Jesucristo la oportunidad y el espacio para que obre, lo cual ninguna persona permite,
sino cuando ya no sabe qué más hacer. En tal caso, orar no es una acción cobarde y, de hecho, es la única
manera como podemos ponernos en contacto con la verdad y la realidad de Dios. Sé tu mismo ante Él y
preséntale tus problemas, es decir, las circunstancias que te han llevado al límite de tu capacidad. Pero,
mientras te sientas autosuficiente no tendrás necesidad de pedirle nada.
Decir que la oración “cambia las cosas”, no es tan cierto como que la oración me cambia a mí y entonces
yo cambio las cosas. Dios ha hecho todo de modo que la oración, sobre la base de la redención, cambie la
forma como una persona mira las situaciones. La oración no tiene que ver como cambias las cosas
externamente, sino con realizar milagros en la naturaleza interior de la persona.
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