"...habla, que tu siervo escucha", 1 Samuel 3:10
El hecho de haber escuchado con cuidado y atención algo que Dios me haya hablado no garantiza que
voy a prestarle atención a todo lo que Él dice. La insensibilidad de mi mente y corazón hacia lo que Dios
habla pone en evidencia que no lo amo ni lo respeto. Si amo a un amigo, automáticamente entenderé lo
que él quiere; y Jesús dijo: "Vosotros sois mis amigos...", Juan 15:14. ¿Desobedecí algún mandamiento
de mi Señor esta semana? Si hubiera comprendido que era un mandamiento de Jesús, yo no lo hubiera
desobedecido de manera consciente. Pero la mayoría de nosotros demostramos una falta de respeto tan
grande hacia Dios que ni siquiera lo escuchamos. Mejor sería que nunca nos hubiera hablado.
La meta de mi vida espiritual es que me identifique tanto con Jesucristo que siempre escuche a Dios y sé
que Él siempre me oye (Juan 11:41). Si estoy unido a Jesucristo, le prestaré atención a Dios todo el
tiempo mediante mi fervor y dedicación a escuchar. Una flor, un árbol o un siervo del Señor pueden
transmitir el mensaje divino para mi vida. Estar ocupado en otras cosas es lo que me impide oír. No es
que me rehúse a escuchar a Dios, sino que mi consagración no está bien ubicada. Me dedico a las cosas,
al servicio, a mis propias convicciones y Dios puede decir lo que quiera, pero simplemente no lo escucho.
La actitud de un hijo de Dios siempre debe ser: "Habla, que tu siervo escucha". Si no he desarrollado y
alimentado la devoción continua a escuchar, solamente puedo oír la voz de Dios algunas veces; y en otras
ocasiones me vuelvo sordo a Él porque mi atención se encuentra en las cosas - las cosas que pienso que
debo hacer. Esto, en realidad, no es vivir como un hijo de Dios. ¿Has escuchado hoy su voz?
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