"Para que abras sus ojos... para que reciban... perdón de pecados", Hechos 26:18.
En todo el Nuevo Testamento este versículo constituye el mejor resumen de la verdadera esencia del mensaje de un discípulo de Jesucristo.
La primera obra de gran poder de la gracia de Dios se resume en las palabras: "para que reciban... perdón de pecados". Cuando una persona fracasa en su experiencia cristiana personal, casi siempre se debe a que nunca ha recibido nada. La única señal de que alguien es salvo, es que ha recibido algo de Jesucristo. Nuestro trabajo como obreros de Dios es abrirles los ojos a las personas para que se vuelvan de las tinieblas a la luz, lo cual no es la salvación; es la conversión, es decir, el esfuerzo de un ser humano que se ha despertado. No creo que generalice demasiado cuando digo que la mayoría de cristianos nominales son de esta clase. Sus ojos se han abierto, pero no han recibido nada. La conversión no es regeneración. Este es un hecho que hemos pasado por alto en nuestra predicación actual. Cuando una persona ha nacido de nuevo, lo sabe porque recibió algo como regalo del Dios Todopoderoso y no debido a su propia decisión. Las personas pueden hacer votos y promesas, y pueden estar decididas a seguir hasta el final, pero nada de esto es la salvación. La salvación significa que somos colocados en una posición donde podemos recibir algo de Dios con base en la autoridad de Jesucristo, es decir, el perdón de los pecados.
Y después viene la segunda obra poderosa de la gracia: "...daros herencia con todos los santificados", Hechos 20:32. En la santificación, quien ha nacido de nuevo le cede deliberadamente a Jesucristo su derecho sobre sí mismo, y se identifica por completo con el ministerio de Dios hacia otras personas.
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