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El hecho de que Pedro se negase a
dejar que Jesús le lave los pies es una imagen asombrosa de la necesidad
humana de la limpieza que ofrece Jesús y el orgullo pecaminoso de aquellos
que rechazan el ministerio de limpieza de Jesús. Las acciones de Pedro
aparentemente fueron motivadas por la humildad. Puede usted imaginarse la
incredulidad en su rostro cuando Jesús se le acercó, y él protestó, diciendo:
“¡Señor, no me harás esto jamás!” Da la impresión de que esta es una
afirmación humilde y de que Pedro está consternado por el deseo de Jesús de
realizar una labor tan inferior como lavarle los pies. A primera vista da realmente la
impresión de que la protesta de Pedro tiene su origen en su propio sentido de
no ser digno ante Jesús. Pero si lo examina usted más de cerca, se dará
cuenta de que es realmente la expresión de un intenso orgullo personal. Pedro
está ofendido por las acciones de Jesús porque sabe que, si él fuese un
maestro, nunca consideraría el inclinarse de ese modo para lavarle los pies a
alguien, porque era algo inferior a él. Esta es una reprensión a su propia
suficiencia. No quiere que Jesús le lave los pies. Él se hubiese sentido
satisfecho lavándole los pies a Jesús, pero es un insulto a su sentido de la
independencia que Jesús hiciese cualquier cosa por él. Más adelante Pedro
manifiesta este mismo orgullo cuando ofrece poner su vida por Jesús, porque
no desea que Jesús ponga Su vida por él. Esta es una revelación del pecado
del orgullo en nuestros propios corazones, que con frecuencia se disfraza de
una apariencia de humildad, cuando nosotros realmente insistimos en nuestra
autosuficiencia. No queremos admitirle a nadie que tenemos necesidad de nada,
y eso es precisamente lo que está haciendo Pedro aquí. No quiere reconocer su
necesidad de ser lavado y, especialmente, permitir que Jesús realizase un
acto tan servil por él, que es algo que le humilla. De manera que Pedro es un
ejemplo del orgullo en nuestros corazones que se resiste a que Jesús realice
Su ministerio en nosotros. Una de las cosas asombrosas acerca
del evangelio es que siempre nos obliga a que nos encontremos en el punto más
bajo. Es preciso que seamos totalmente humillados para que Dios pueda
ministrarnos a nosotros. Es necesario que todo el orgullo humano sea
eliminado ante Él antes de que podamos recibir lo que Dios quiere darnos de
Su mano, y es ahí donde tenemos la lucha. No nos gusta ser llevados al lugar
en el que no tenemos nada que ofrecer. Queremos añadir algo, y Pedro es una
clara imagen de esto. Y cuando Jesús le explica: “si no te lavo, no tendrás
parte conmigo”, Pedro se rinde de inmediato y va al otro extremo: “Señor, no
solo mis pies, sino también las manos y la cabeza”. En otras palabras, le
pidió que le diese un baño entero. Señor, perdóname por ese orgullo
que con frecuencia se disfraza de humildad. Enséñame que necesito con
desesperación que Tú me ministres y que yo mismo no tengo nada que ofrecer. |
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Aplicación a la vida |
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¿Qué se oculta tras nuestro
poderoso sentido de la independencia? ¿Dónde encontramos la suficiencia para
nuestras necesidades? |
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Versículo para hoy:
viernes, 3 de julio de 2020
3 de julio - Humildad orgullosa - Ray Stedman
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