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Visto superficialmente, la oferta
hecha por el rey de Sodoma da la impresión de ser una recompensa
perfectamente justificable. Abram había participado en su gran batalla, no a
favor del rey de Sodoma pero por causa de Lot y de su familia. A pesar de
ello, el efecto de su victoria fue un gran beneficio para toda la malvada
ciudad. Por este motivo, el rey estaba allí para reunirse con él. Había sido
nombrado un comité especial de bienvenida, encabezado por el rey mismo, con
el fin de conceder a Abram la recompensa habitual del héroe conquistador. ¡La
riqueza de Sodoma debía de pertenecerle por entero a Abram! Fíjese el lector en la sutileza de
esta tentación. ¡Da la impresión de ser tan justa y apropiada! Abram pudo muy
bien haber dicho: “Sin duda esto es lo que me merezco y, después de todo, es
la costumbre hacer esto”. ¿Quién de nosotros, de haber estado en el lugar de
Abram, no hubiese pensado de este modo? Pero fue exactamente en la aparente
libertad del regalo donde se hallaba el peligro. Es imposible aceptar esta
clase de regalo sin sentir haber contraído una obligación con el que lo ha
hecho. Si hubiese estado obligado a firmar alguna clase de contrato, hubiese
encontrado fácil decir que no, pero a fin de poder aceptar este regalo sin
sentirse obligado por él, resultaría de lo más difícil decir que no a
cualquier cosa más adelante. A partir de ese día y en adelante, el rey de
Sodoma podría decir: “Abram está endeudado conmigo. Si alguna vez necesito
cualquier ayuda militar, sé dónde conseguirla. Mi hombre está ahí, en lo alto
de la colina”. El regalo era una insidiosa amenaza para la independencia del
hombre que tuviese que recibir órdenes de cualquiera que no fuese Dios. ¿Cómo fue que Abram pudo tener
clara la intención sutil y fue capaz de resistirse resueltamente a las
presiones abrumadoras a las que se vio expuesto? Antes de que el rey de
Sodoma se encontrase con Abram con su astuta oferta, Abram se había
encontrado ya con otro rey, el misterioso Melquisedec. Sale de repente de
entre las sombras, ministra a Abram y desaparece repentinamente de las
páginas de las Escrituras, y nunca más oímos hablar acerca de él hasta el
Salmo 110, donde David declara que el Mesías que había de venir sería
nombrado sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. ¿Quién era
Melquisedec? Este hombre es una figura del sacerdocio eterno de nuestro Señor
Jesucristo, que no tiene ni principio ni fin sino que vive para siempre
intercediendo por nosotros. Abram no hubiese pasado nunca por
esta sutil trampa saliendo ileso de no haberse encontrado Melquisedec con él,
y en la intimidad de esa comunión vio lo que de otro modo no hubiese visto:
que los valores de los cuales el mundo tanto depende no son más que
fruslerías en comparación con la gloria de la comunión con el Dios vivo,
creador de los cielos y la tierra. Cuando vino el rey de Sodoma, Abram pudo
decir: “Llévate tus juguetitos y vuelve corriendo a Sodoma. Yo no quiero
parte alguna. No quiero que ningún hombre pueda decir que ha hecho que Abram
sea rico. Si alguien hace rico a Abram, será Dios”. ¡Qué gran victoria! Padre, cuán grande es Tu gracia por
haberme mandado a ese Melquisedec celestial para fortalecerme en tiempos de
peligro. ¿Cómo puedo yo atreverme a enfrentarme con las complejidades de este
mundo aparte de la comunión diaria en el valle del Rey con Él? |
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Aplicación a la vida |
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Los valores eternos y los temporales
son radicalmente diferentes, pero necesitamos un discernimiento continuo para
evitar el compromiso. ¿Cuál es la única protección en contra de esta
tentación? |
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Versículo para hoy:
domingo, 7 de junio de 2020
7 de junio - El peligro de la victoria - Ray Stedman
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