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Si usted y yo hubiésemos estado con
Abraham en el momento de la decisión en su vida, es posible que hubiésemos
sentido lástima de él con frecuencia. Cuando se marchó de Ur, posiblemente le
hubiésemos dicho: ―Abraham, eres un pobre insensato. ¿Quieres decir que vas a
andar errante ahí en el desierto el resto de tu vida, cuando podrías
disfrutar estando en una ciudad con todas sus bendiciones? Cuando él permitió a Lot que
escogiese lo mejor de la tierra, tal vez algunos de nosotros podríamos haber
pensado: “¡Abraham, no te deshagas de tus derechos de esa manera! Tu eres el
más mayor; tienes derecho a escoger. ¿Por qué permitir a Lot que se quede con
la mejor tierra mientras tú te quedas con estos pastos secos? Estás tirando
por la borda tus derechos”. Abraham permitió a Lot escoger, y Dios escogió
por él. ¿Y recuerda usted cuando el rey de
Sodoma le ofreció a él todas las riquezas de su ciudad y Abraham dijo: ―No me
quedaré ni siquiera con una de las correas de tus zapatos; no quiero nada de
ello. Algunos de nosotros le hubiesemos
sido tentados decirle: ―Espera, Abraham; estás yendo demasiado lejos. Podrías
haber deducido esto de tus impuestos, y piensa tan solo en lo que te estás
perdiendo. Podrías haber tenido todas las riquezas de Sodoma. Piensa cómo
podrías usarlas para la obra del Señor. Pero Abraham escogió a Dios cada
vez y tuvo una vida de plenitud. Vivió 175 años, y cada uno de ellos estuvo
lleno, disfrutando la emoción y la aventura, lleno de desafíos y de interés,
rico en fe y en bendición. Murió siendo un hombre viejo, lleno de días. Hay
una promesa de una vida plena para los que viven en el Espíritu. En el versículo 8 hay una
indicación que nuestro hombre, que sirve de modelo de fe, tiene comunión
divina y “fue reunido a su pueblo”. ¿Qué significa esto? Significa que fue
reunido con aquellos antes de él que habían depositado su fe en Dios. Estaba
con los justos que, durante todo ese tiempo que había transcurrido, habían
caminado con Dios. Enoc y Noé son ejemplos de esta clase de hombres que
aprendieron a conocer al Dios viviente. Ese era el pueblo de Abraham, de la
misma manera que el pueblo que es el nuestro no son las personas de carne y
hueso, sino aquellos a los que estamos espiritualmente unidos. De ninguna manera acabó su vida
hace cuatro mil años. En Mateo, cuando los saduceos, que no creían en la
resurrección de los muertos, le hicieron una pregunta a Jesús, Él les
contestó, diciendo: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32). De esta
manera estaba contestando a aquellos que no creían en la vida después de la
muerte. Les estaba diciendo que Abraham está vivo. ¡Qué gran imagen de la vida de
Abraham es esta! ¡La suya fue una vida como la de usted y como la mía! No
había nada de extraño acerca de él, pero a pesar de ello Dios le convirtió en
una persona extraordinaria, cuya vida va mucho más allá de los ámbitos de la
tierra, hacia la eternidad. Su vida es una vida de bendición, de comunión y
de plenitud. Abraham es un testimonio vivo para cualquier persona que siga el
camino de la fe y que ande de esta manera. Al hacerlo, encontraremos la misma
bendición. Padre, ¡qué bendición tan grande ha
sido para mí la vida de Abraham! Permite que imite su fe hasta el día que
también yo sea reunido con mis padres. |
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Aplicación a la vida |
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¿Estamos nosotros tomando a diario
decisiones consistentes con la gran aventura a la que hemos sido llamados
como discípulos de Cristo? |
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Versículo para hoy:
martes, 30 de junio de 2020
30 de junio - Reunido a su pueblo - Ray Stedman
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