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¿Le ha tenido alguien que decir a
usted: “Como cristiano, ¿qué estaba usted pensando cuando hizo usted esta
cosa?”? ¿Ha tenido usted que decírselo a sí mismo alguna vez: “¿En qué
estaría yo pensando? Creí que había avanzado más que esto en la vida
cristiana, y ahora me encuentro con que he hecho esta cosa que hacía
muchísimo tiempo que creía haber eliminado de mi vida. ¿Cómo pude hacerlo?”?
Si ha tenido que preguntarse esto a sí mismo, necesita usted aprender la
lección que tuvo que aprender Abraham. Usted sigue siendo capaz aún de
cometer el peor pecado que jamás haya cometido usted, y más aún. Abraham fue
un cobarde durante treinta años y seguía siendo capaz de continuar siendo el
mismo cobarde que había sido al principio, ocultándose detrás de su esposa,
sometiéndola a deshonor, desgracia y vergüenza con tal de proteger su propio
pellejo. La antigua naturaleza con la que
nacemos está pervertida y retorcida de manera que nunca se comporta como Dios
pretendía que lo hiciésemos, porque es totalmente depravada. Eso no significa
que no pueda hacer lo que da la impresión de ser cosas agradables a los ojos
de otros e incluso ante nosotros mismos. Hay algo en lo que se refiere al
antiguo yo, a la carne, que es capaz de simular la justicia. En el intento
por comportarse de una manera que da la impresión de ser justa, incluso si
tiene éxito gracias a una representación externa de una naturaleza dulce y
encantadora, no ha logrado nunca nada sino la propia justicia, y esa justicia
propia exige siempre la alabanza de la persona misma, el anhelo de ser
admirada y de conseguir la atención de otros. Si fracasa usted en su intento
por manifestar la propia justicia, el resultado será la lástima que sentirá
usted de sí mismo. Sea como fuere, es la carne y no puede nunca complacer a
Dios. Este es el motivo por el cual Dios entra en el corazón humano por medio
de Cristo, que nunca intenta hacer nada en cuanto a limpiar esa antigua
naturaleza, sino que la considera carente de todo valor. Poco importa lo que
parezca a la vista de otras personas. Si tiene su origen en la esencia del
avance propio con carácter egoísta, carece de todo valor y siempre será de
ese modo. Lo que es usted ahora en la carne lo será siempre, aunque viva
usted cien años. Si se apropia usted de este concepto, descubrirá que es una de
las verdades más estimulantes de su vida cristiana, porque le liberará a
usted de esa espantosa carga que es el esfuerzo propio y que hace que la
antigua naturaleza intente comportarse. Es preciso que renuncie usted a su yo,
como dice la Palabra de Dios que debe de hacerlo, y que deje usted de
alimentarlo, de protegerlo, de sacarle brillo, intentando que parezca bueno.
Entréguelo, acepte todo lo que es Jesucristo en usted y lo que desea ser por
medio de usted, porque Su naturaleza es perfecta. Cualquier dependencia en uno mismo
siempre da como resultado la clase de experiencia que tuvo Abraham. Después
de haber caminado con Dios durante treinta años y de haber aprendido
lecciones maravillosas en la vida espiritual, al momento en que se aparta de
la dependencia de Dios, vuelve a manifestarse esa misma naturaleza fea que
tuvo al principio y que permanece sin cambio alguno después de treinta años.
Las antiguas naturalezas deben mantenerse bajo control caminando en el
Espíritu. “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”
(Gálatas 5:16), nos dice Pablo. Padre, Tú no me has llamado a
mejorarme a mí mismo. Ayúdame a reconocer lo que soy, que en mí mismo no
puedo nunca ser suficientemente bueno, y a que pueda apropiarme de todo lo
que Cristo puede ser para mí y por medio de mí, porque Su vida es
satisfactoria para Ti. |
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Aplicación a la vida |
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Nuestras antiguas naturalezas nunca
mueren, y nosotros podemos dejarnos engañar por este fraude. ¿Estamos nosotros
decidiendo morir a todo eso y vivir nuestra nueva identidad en el Señor
Jesucristo? |
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Versículo para hoy:
viernes, 19 de junio de 2020
19 de junio - Las viejas naturalezas nunca mueren - Ray Stedman
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