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La dificultad de Sarai consistía
sencillamente en que todas sus acciones surgieron de una filosofía
básica que dice sencillamente: “Dios me ha dicho lo que quiere y ahora el
resto depende de mí”. Esta es la filosofía que produjo toda la aflicción y el
sufrimiento que pasaron Abram y Sarai. Reconocerá usted que esta es una
filosofía muy corriente y extendida. Nosotros continuamente pensamos y
actuamos de esta manera en la iglesia en la actualidad. Decimos que la obra
de Dios no está avanzando como debiera y es debido a que nosotros no nos
esforzamos lo suficiente. La esterilidad en nuestra experiencia es debida al
hecho de que no nos hemos realmente dedicado de lleno en este aspecto.
Participemos en más reuniones del comité y sigamos adelante porque todo
depende de nosotros. En nuestras Biblias encontramos lo
que llamamos la Gran Comisión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio
a toda criatura” (Marcos 16:15b). “Esta es la meta que Dios quiere que
alcancemos”, nos decimos, “y ahora el resto depende de nosotros”. Debemos planear toda la estrategia, conseguir el dinero y determinar cómo lo
gastaremos y convencer a los candidatos que deben ir. Oímos a nuestro Señor decir en el
primer capítulo de los Hechos: “Me seréis testigos” (1:8b), y todo corazón
cristiano sincero responde: “Está bien, Señor, esto es lo que quieres que yo
haga. Yo lo haré”. Pero nunca nos molestamos en averiguar cómo desea que lo
hagamos o si Él tiene un programa para realizarlo. Comenzamos con un celo
carnal y distribuimos folletos a todas las personas con las que nos
encontramos o que acorralamos en las reuniones. Cuando todo fracasa,
reconocemos que algo está mal y nos retorcemos las manos y desistimos. Tal vez lo peor de todo, y sin duda
el tema que tenemos ante nosotros en la historia de Abram y Sarai, es que al
leer las Escrituras nos enteramos de que se supone que debemos conformarnos a la imagen de Cristo, así que nos disponemos a ser como Jesús.
Hacemos una lista de normas rígidas para el comportamiento aceptable. Nos
esforzamos hasta el agotamiento, pasando horas y horas en la iglesia
descuidando a nuestra familia, nuestra propia vida y todo lo demás a fin de
dedicarnos a las cosas del Señor. Nos fijamos en cómo la comunidad a nuestro
alrededor aprueba nuestros enérgicos esfuerzos y nos dan una palmadita en la
espalda por nuestro fiel espíritu. Pero, a pesar de todos los esfuerzos y la
sinceridad, en lo profundo de nuestros corazones no hay nada que no sea
esterilidad; o, si hay fruto, no es la clase de fruto que hubiésemos deseado.
Es un fruto forzado y antinatural, que se sostiene tan solo por nuestro
esfuerzo continuo. Esto fue lo que le sucedió a Sarai.
Fíjese usted en el sacrificio, el decoro y la apariencia de generosidad. El
resultado es que se ha producido un fruto, pero es en Ismael, no en Isaac, el
fruto de la carne en lugar de ser el fruto del Espíritu. En algún momento de
iluminación preguntamos: “¿Por qué somos tan estériles? ¿Dónde está el
impacto, el poder? ¿Qué ha sido de esa vitalidad activa que vemos en los
cristianos primitivos?” Todo ello es el resultado de no haber aprendido la
manera de hacer Dios las cosas, así como Su voluntad. Padre, cuántos errores he cometido
por hacer esta misma cosa que he visto hacer a Sarai. Guíame al lugar donde
yo pueda reconocer la insensatez de la carne y la imposibilidad de
complacerte a Ti basándome en esa fuerza. |
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Aplicación a la vida |
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¿Vivimos y trabajamos confiando
tranquilamente en el Dios que es totalmente adecuado? ¿Estamos, en cambio, haciendo ansiosamente todo lo posible por ayudarlo a
hacer lo que solo Él puede hacer? |
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Versículo para hoy:
miércoles, 10 de junio de 2020
10 de junio - Todo depende de mí - Ray Stedman
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