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Las áreas concretas mencionadas en
este versículo son aquellas en las cuales debemos luchar contra el pecado.
No basta con decir: “No améis el mundo”. Debe ser reducido a detalles. Debe incluirse aquello con lo que
de hecho tenemos contacto, de modo que Juan añade: “nada de lo que hay en el
mundo”, y lo define. Nos da una lista de estos aspectos diferentes diciendo:
“Estos no provienen del Padre, sino del mundo”. A fin de rechazar una
filosofía determinada, es preciso que lo hagamos mediante ciertas acciones
concretas. Esta es la primera, dice: la
codicia de la carne. En las Escrituras esta palabra carne es algo más que simplemente el cuerpo. Es la naturaleza pecaminosa, la condición
caída de la humanidad que se encuentra presente en el cuerpo. ¿En qué
consiste esta codicia de la carne? Hay ciertas cosas que nuestro cuerpo desea
que son perfectamente adecuadas y han sido dadas por Dios. Dios nos ha creado
como humanos para que sintamos ciertos estímulos y deseos, y el satisfacerlos
no está mal. Pero la carne, esa propensión pecaminosa en nosotros, siempre
quiere añadir algo que va más allá de lo que es satisfacer los deseos que nos
han sido dados por Dios. Hay una segunda división que Juan
pone ante nosotros: los deseos de los ojos. ¿Cuáles son estos? El ojo
simboliza lo que complace a la mente o a la vida interior. El deseo de los
ojos, al igual que el de la carne, va más allá de las sencillas necesidades.
Nuestras mentes fueron creadas por Dios para buscar y para inquirir, para
enterarnos de los grandes hechos de la revelación o de la naturaleza ante
nosotros, para que los examinemos. Pero estos tienen ciertas limitaciones, ya
que hay limitaciones en la naturaleza y también en la revelación. Pero la
carne aprovecha este permiso básico y lo lleva más allá de la voluntad de
Dios hasta extremos que nos está prohibido llegar. Existe aún una tercera división,
que es el orgullo de la vida. Esto se refiere al deseo de despertar la envidia o
adulación en otras personas. Las dos primeras divisiones tienen que ver con
satisfacernos a nosotros mismos, no de la manera que Dios desea que lo
hagamos, sino yendo más allá. Pero fueron dirigidas hacia nosotros y solo
involucran a otros de manera incidental. Sin embargo, el orgullo de la vida
no puede existir a excepción de cómo tiene que ver con otras personas.
Pretende crear una sensación de envidia, de rivalidad y de ardientes celos en
los corazones de otras personas y nos causa placer hacerles esto. Es el deseo de ser más brillantes o tener una posición superior a
la de otra persona. ¿Qué dice Juan acerca de esto? Juan
no dice: “No tengas nada que ver con ninguna de estas cosas”. Pero lo que
sí dice es: “No ames estas cosas, no pongas tu corazón en ellas, no
las consideres importantes. No se dediquen a amontonar cosas, no amen los
lujos y la comodidad y no se esfuercen por ser más brillantes que otras
personas”. ¡Con cuánta sutileza pretende toda esta filosofía llamarnos la
atención! Cuando amamos estas cosas, su importancia suscita nuestro mayor
interés y descubrimos que estamos invirtiendo en ellas una gran parte de
nuestro dinero; ocupan un lugar prioritario en nuestros pensamientos de
manera que estamos constantemente soñando con aquellas cosas nuevas que
esperamos poder conseguir, y es entonces cuando estamos en peligro, en
terrible peligro. Esto es lo que el apóstol quiere dejar perfectamente claro. Padre, abre mis ojos para que pueda
verme a mí mismo. Haz que pueda escuchar la penetrante pregunta del Espíritu
Santo: “¿En qué has puesto realmente tu corazón? ¿Cuál es tu verdadero amor?” |
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Aplicación a la vida |
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¿Cuáles son los tres aspectos en
los que nos vemos obligados a participar en nuestra lucha en contra de
nuestra concupiscencia y nuestro orgullo? ¿De qué manera resulta esto
evidente en nuestro modo de pasar nuestro tiempo y gastar nuestro dinero? |
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Versículo para hoy:
viernes, 8 de mayo de 2020
8 de mayo - El enemigo a nuestro alrededor - Ray Stedman
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