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La mayoría de nosotros leemos las
palabras vida eterna como si solo se aplicasen al cielo en
el futuro. Lo llamamos “vida eterna”, una vida que nunca se acaba, lo cual no
resulta inexacto. La vida eterna es una vida que nunca se acaba, pero el
factor esencial respecto a la vida eterna no es la cantidad, sino la calidad.
A lo que Juan se refiere aquí no es sencillamente a algo que conseguiremos
algún día en el cielo, sino que es algo que podemos experimentar y disfrutar
ahora. Es plenitud de vida, la calidad total de la vida divina vivida en su
situación particular, ahora mismo, que aumenta en plenitud de disfrute para
siempre. En otras palabras, la vida eterna es la aventura diaria que nos
permite experimentar la solución de Dios para cada problema en lugar de
aplicar la nuestra. Es el descubrimiento del programa de Dios para cada
oportunidad, en lugar del nuestro. Cada vez que nos enfrentamos con un
problema, hay dos cosas que podemos hacer: Con la debilidad de nuestro propio
intelecto, dependiendo de nuestros propios recursos humanos, podemos intentar
resolver el problema y, cuando lo hacemos, el resultado es inevitablemente el
mismo. La vida se convierte en una monotonía, en un aburrimiento, en una
rutina que nos deja totalmente sin interés y deseando no tener que participar
en ella. Ese es nuestro programa. O podemos tener la solución de Dios
para cualquier problema o cualquier oportunidad. Podemos decir en cualquier
situación: “Señor, Tú estás en mí y Tú has venido a vivir en mí para vivir
por medio de mí. Esta situación se ha producido conforme a Tus planes y a Tu
programación. Padre, yo no me encontraría en esta situación si no fuese por
Ti. Ahora, Señor, haz por medio de mí lo que Tú desees hacer con ella”.
Entonces somos testigos de lo que Dios hace, y estamos de inmediato a Su
disposición de modo que Él pueda moverse en cualquier dirección que dé la
impresión de que lo exige la situación. Al hacerlo, descubrimos que Su
programa empieza a desarrollarse en esa situación. Cada obstáculo se
convierte en una gloriosa oportunidad para que se manifieste la plenitud de
la gloria, la sabiduría y el poder que se encuentran en el Dios que ha venido
a vivir y a hacer Su hogar en nosotros. Recuerdo que cuando era un
cristiano joven leí esa gran promesa en Efesios: “Y a Aquel que es poderoso
para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20). Recuerdo
haber leído este versículo y haberme dicho a mí mismo: “¿Es esto realmente verdad?
¿Se ofrece Dios realmente a hacer por mí mucho más de lo que yo puedo jamás
pedir en este momento? ¡Esto es fantástico! Yo puedo pedirle mucho a la vida.
Puedo soñar e imaginar muchas grandes y maravillosas experiencias que me
gustaría poder vivir, que me hicieran sentirme satisfecho en mi vida y mi
corazón”. Hasta tenía el programa perfilado en mi mente sobre exactamente
como Dios lo haría. Pero al mirar atrás después de estos treinta años, me doy
cuenta de que Dios no hizo uso de mi programa para hacerlo a mi manera, a
pesar de lo cual ha cumplido abundantemente la promesa. Mi vida es más rica
de lo que yo podría haber jamás soñado que sería cuando no era más que un
joven cristiano. Si nosotros estamos dispuestos a
entregarnos a la Palabra de Dios, a permitir que se apodere de nosotros, a
entenderla y obedecerla; si lo que usted escuchó desde el principio permanece
en usted, le será a usted también posible permanecer en el Hijo y en el
Padre. ¡Esa experiencia representa la vida eterna! Padre, concédeme en medio de las
débiles búsquedas de mi corazón, descubrir la vida eterna en mi experiencia
diaria. |
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Aplicación a la vida |
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¿Cómo se llama la aventura diaria
de experimentar la solución de Dios a cada problema en lugar de nuestra
propia solución? ¿Estamos dispuestos a dejarnos poseer por la palabra
viviente cada día? |
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Versículo para hoy:
martes, 12 de mayo de 2020
12 de mayo - La palabra viva - Ray Stedman
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