La actitud de nuestro Señor hacia aquel que le había hablado fue la de desanimarlo con severidad, porque Él sabía lo que había en el hombre. Nosotros diríamos: "¡Imagínate perder la oportunidad de ganar a ese hombre" "¡Qué barbaridad anularlo de esa forma y hacerlo volver desanimado!" Nunca te disculpes por el Señor. Sus palabras hieren y ofenden hasta que no queda nada que herir u ofender. Jesucristo no tuvo ninguna lástima con respecto a aquello que finalmente arruinaría a una persona en su servicio para Dios.
Sus respuestas no se basaban en un capricho ni en un pensamiento impulsivo, sino en el conocimiento de lo que hay en el hombre. Si el Espíritu de Dios trae a tu mente una palabra del Señor que te hiere, con seguridad hay algo en ti que Él quiere herir de muerte.
Lucas 9:58. Estas palabras destruyen el argumento de servir a Jesucristo porque es agradable. El rigor del rechazo no deja nada en pie, sólo a mi Señor, mi vida y el sentido de una esperanza desesperada. Él dice que debo dejar que los demás vayan y vengan, pero que yo me debo guiar únicamente por mi relación con Él. Luego añade: "...el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza".
Lucas 9:59. Este hombre no quería defraudar a Jesús ni herir a su padre. Cuando orientamos nuestro sentido de lealtad hacia nuestros parientes, en lugar de hacerlo primero hacia Jesucristo, Él queda en el último lugar. Ante un conflicto de lealtades, siempre obedece a Jesucristo cueste lo que cueste.
Lucas 9:61. Quien dice: "Te seguiré, Señor; pero...", es el que está impetuosamente listo, pero nunca va.
Aquel hombre tenía sus reservas acerca de ir. El exigente llamamiento de Jesucristo no da lugar a despedidas, las cuales son paganas, por la forma en que muchas veces las utilizamos. Una vez que Dios te llame, empieza a avanzar sin detenerte nunca.
Fuente: EN POS DE LO SUPREMO de Oswald Chambers.
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