"Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien porque lo soy", Juan 13:13
Nuestro Señor nunca insiste en ejercer autoridad sobre nosotros. No dice: "Te someterás a mí". Él nos deja completamente libres; tan libres, que podríamos escupirle la cara, o darle muerte como otros lo han hecho y nunca diría una palabra. Pero, cuando en mí se ha creado la vida de Él por medio de su redención, de inmediato reconozco su derecho a una absoluta autoridad sobre mí. Es un dominio moral: "Señor, digno eres", Apocalipsis 4:11. Sólo lo indigno en mí se niega a inclinarse o someterse ante el único que es digno. Cuando me encuentro con alguien que es más santo que yo y no reconozco su dignidad ni obedezco sus instrucciones, estoy revelando lo que es indigno en mí. Dios nos educa por medio de las personas que son un poco mejor que nosotros, no intelectualmente, sino más santas. Y continúa haciéndolo hasta que voluntariamente nos sometemos y, entonces, nuestra vida se caracteriza por una actitud de completa obediencia a Él.
Si el Señor insistiera en nuestra obediencia, se convertiría en un tirano y dejaría de tener autoridad real. Nunca lo hace, pero cuando realmente lo vemos, le obedecemos en seguida. Fácilmente Él es nuestro Señor y vivimos para adorarlo desde la mañana hasta la noche. Mi nivel de crecimiento en la gracia se pone al descubierto por la manera en que considero la obediencia. Debemos tener una visión mucho más alta de la palabra “obediencia” para rescatarla del fango del mundo. Ésta debe ser el resultado de una relación cercana, como la de un padre y su hijo y no como la de un amo y su siervo. Jesús mostró este tipo de relación y, además, dijo: "El Padre y yo uno somos", Juan 10:30. "Y, aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia", Hebreos 5:8, Jesús, nuestro Redentor, fue obediente porque era Hijo, no para convertirse en Hijo.
Fuente: EN POS DE LO SUPREMO de Oswald Chambers.
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