“Los conejos, pueblo nada esforzado, y ponen su casa en la piedra”. Proverbios 30:26.
CONSCIENTES de su natural debilidad, los conejos, recurren a las madrigueras de las rocas donde se sienten protegidos de sus enemigos. Corazón mío, disponte a sacar una lección de este “pueblo nada esforzado”. Tú eres tan débil como un tímido conejo y estás expuesto a los peligros como él, sé, pues, sabio y busca un refugio. Mi mejor seguridad se halla en las fortalezas del inmutable Jehová, donde sus inalterables promesas permanecen como gigantescas murallas de roca. Será un bien para ti, corazón mío, si siempre puedes ocultarte en los baluartes de sus gloriosos atributos, todos los cuales son garantía de seguridad para los que ponen su confianza en él. Yo, bendito sea el nombre del Señor, lo hice así y me hallé con David en Adullam, protegido de la crueldad de mis enemigos. Yo no tengo ahora que buscar la felicidad del hombre que pone su confianza en el Señor, porque, hace tiempo, cuando Satanás y mis pecados me acosaban, huí a la hendidura de la roca, Cristo Jesús, y hallé en su costado herido un seguro refugio. Corazón mío, corre de nuevo a él esta noche, sea cual fuere el pesar que te acongoja. Jesús se conduele de ti; Jesús te consuela; Jesús te ayudará. Ningún monarca en su inexpugnable fortaleza está más seguro que el conejo en su rocosa madriguera. El dueño de diez mil carrozas no está un ápice mejor protegido que el animalito que habita en la hendidura de una montaña. En Jesús, el débil es fuerte y el indefenso está seguro. No podría ser más fuerte si fuera un gigante ni estar más seguro si estuviese en el cielo. La fe da a los hombres en la tierra la protección del Dios del cielo. Más no pueden necesitar y tampoco necesitan desear. Los conejos no pueden construir un castillo pero se valen de lo que ya existe. Yo no puedo hacer mi refugio, pero Jesús me lo proveyó, el Padre me lo dio y su Espíritu me lo reveló y, he aquí, otra vez esta noche entro en él y me protejo de todos mis enemigos.
Charles Haddon Spurgeon.
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