Versículo para hoy:

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Canales de gracia - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 30

“Miguel y sus ángeles lidiaban contra el dragón; y lidiaba el dragón y sus ángeles”. Apocalipsis 12:7.

SIEMPRE habrá guerras entre estas dos grandes soberanías hasta que una u otra sea aplastada. Es imposible que haya paz entre el bien y el mal. La sola pretensión de que pueda haberla significaría el triunfo de las fuerzas de las tinieblas. Miguel siempre lidiará. Su santa alma está disgustada con el pecado y no lo tolerará. Jesús será siempre el enemigo del dragón, no en un sentido pacífico, sino activo, vigoroso, firmemente resuelto a exterminarlo. Todos sus siervos, ya sean los ángeles del cielo o los mensajeros de la tierra, quieren y deben lidiar. Ellos nacieron para ser soldados y pactaron ante la cruz no admitir tregua con el mal. Constituyen una compañía belicosa, firme en la defensa y aguerrida en el ataque. La obligación de cada soldado es servir en el ejército del Señor todos los días, de todo corazón, alma y fuerza con el fin de lidiar contra el dragón. El dragón y sus ángeles no declinarán en la lucha, pues son incansables en sus embestidas y no dejan de usar ninguna arma, sean estas legítimas o ilegítimas. Es una necedad esperar servir a Dios sin oposición. Cuanto más celosos seamos, más seremos atacados por los esbirros del infierno. La Iglesia puede mostrarse indolente, pero no así su gran adversario. El incansable espíritu de este nunca permite que la guerra cese. El dragón odia a la simiente de la mujer y de buena gana devoraría a la Iglesia si pudiese. Los siervos de Satanás participan mucho de las energías del antiguo dragón y, por lo regular, forman una raza activa. La guerra ruge en todas partes y es peligroso y fútil soñar en la paz. Gracias a Dios, nosotros conocemos el fin de la guerra. El gran dragón será lanzado fuera y destruido para siempre, mientras que Jesús y los suyos recibirán la corona. Afilemos nuestras espadas esta noche y pidamos al Espíritu Santo que vigorice nuestros brazos para la lucha. Nunca hubo una batalla tan importante como esta, nunca una corona tan gloriosa. Que cada hombre esté en su puesto, oh soldados de la cruz, y que el Señor quebrante presto a Satanás debajo de vuestros pies.

Charles Haddon Spurgeon.

martes, 29 de noviembre de 2016

Principios para interactuar con la ley y el Antiguo Testamento - José Mercado

Buenas noticias para personas imperfectas - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 29

“Especias aromáticas para el aceite de la unción”. Éxodo 35:8.

MUCHO se usaba este aceite de la unción bajo la ley y, lo que él representaba, es de capital importancia para el Evangelio. Si queremos servir al Señor aceptablemente nos es indispensable la presencia del Espíritu Santo, pues es él quien nos unge para todo santo servicio. Sin su ayuda, nuestros servicios religiosos son sólo una vana oblación, y nuestra experiencia, una cosa muerta. Sin una unción, tampoco valen nada las oraciones, las alabanzas, las meditaciones y los esfuerzos de los cristianos en particular. Una unción santa es el alma de una vida piadosa; la ausencia de esa unción es la más grave de todas las calamidades. Presentarse delante del Señor sin unción, sería como si un levita cualquiera entrase por sí mismo en la función sacerdotal: los servicios religiosos del tal serían más bien pecados que servicios aceptables. Nunca nos aventuraremos a celebrar servicios religiosos sin la santa unción. El óleo de la unción desciende sobre nosotros desde la gloriosa Cabeza. Por eso nosotros, que somos como los bordes de sus vestiduras, participamos de una abundante unción. Con el fin de hacer el aceite de la unción, los entendidos componían las especias aromáticas con el arte más refinado, para mostrarnos cuán ricos son los influjos del Espíritu Santo. Todas las cosas buenas se hallan en el divino Consolador. Incomparable consolación, infalible instrucción, inmortal vivificación, espiritual energía y divina santificación, todo está mezclado con otras cosas excelentes en aquel sagrado colirio, el celestial aceite de la unción del Espíritu Santo. Este aceite comunica una deliciosa fragancia al carácter de aquel sobre quien es derramado. Nada semejante puede hallarse ni en los tesoros del rico ni en los secretos de los sabios. Nadie puede imitarlo; sólo procede de Dios, quien lo da gratuitamente a toda alma, por medio de Jesucristo. Busquemos esa unción, pues podemos obtenerla esta misma noche. ¡Oh, Señor, unge a tus siervos!

Charles Haddon Spurgeon.

lunes, 28 de noviembre de 2016

PERDONAR ES PAGAR LA DEUDA - Steven Morales

9 cosas que debes saber acerca de Fidel Castro - Joe Carter

La rama seca - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 28

“Procurando el bien de su pueblo”. Ester 10:3.


MARDOQUEO era un verdadero patriota; por eso, al ser elevado a la más alta posición en el reinado de Asuero, usó su influencia para promover la prosperidad de Israel. En esto es figura de Jesús, quien, en su trono de gloria, no busca lo suyo, sino emplea su poder en bien de su pueblo. Sería bueno que cada cristiano fuera un Mardoqueo para la Iglesia, procurando, en la medida de su capacidad, la prosperidad de la misma. Algunos son colocados en puestos de riqueza y de influencia; los tales debieran honrar al Señor en esas elevadas posiciones de la tierra, testificando de Jesús delante de los hombres de gran figuración. Otros tienen lo que es mucho mejor, es decir, tienen íntima comunión con el Rey de reyes. Que los tales intercedan diariamente por el débil del pueblo del Señor, por el que duda, por el tentado y por el desconsolado. Si interceden incesantemente por los que, estando en tinieblas, no se atreven a acercarse al trono de la gracia, serán muy estimados. Los creyentes instruidos pueden servir grandemente al Señor si emplean sus talentos para el bien de todos e invierten sus riquezas de sabiduría celestial a favor de otros, enseñándoles las cosas de Dios. El muy pequeño en nuestro Israel puede, por lo menos, buscar el bienestar de su pueblo; y, si no puede dar más que su deseo, este será bien recibido. La carrera más cristiana y más feliz para un creyente es dejar de vivir para sí. El que bendice a otros, no dejará de ser bendecido él mismo. Por otra parte, es un malvado y desdichado plan de vida el buscar nuestra propia grandeza, pues su curso será penoso y, su fin, fatal. Amigo mío, este es el momento de preguntarte si estás procurando, con todas tus fuerzas, fomentar la prosperidad de la Iglesia en el lugar donde vives. Espero que no estés perjudicándola con rencores y escándalos, ni debilitándola con tu olvido. Amigo, únete con los pobres del Señor; comparte sus aflicciones; hazles todo el bien que puedes y no perderás tu recompensa.

Charles Haddon Spurgeon.

domingo, 27 de noviembre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 27

“La remisión de pecados por las riquezas de su gracia”. Efesios 1:7.

¿PODRÁ haber en cualquier idioma una palabra más dulce que la palabra “remisión”, cuando ella suena en los oídos de un pecador culpable como sonaban las notas de plata del jubileo en los oídos de un cautivo israelita? ¡Bendita, bendita sea para siempre aquella amada estrella del perdón que proyecta su luz en la celda de un condenado y da al que perece un rayo de esperanza en medio de su desesperación! ¿Puede ser posible que el pecado, mi pecado, pueda ser perdonado, perdonado enteramente y para siempre? Como pecador, merezco el infierno. No hay posibilidad de que me libere de él mientras el pecado permanezca en mí. Ahora bien, ¿puede el peso del pecado ser quitado y la roja mancha ser borrada? ¿Pueden las diamantinas piedras de mi prisión desprenderse alguna vez de su lugar o las puertas ser quitadas de sus bisagras? Jesús me dice que todavía puedo ser justificado. Bendita sea para siempre la revelación del amor expiador que no sólo me hace saber que el perdón es posible, sino que ese perdón está garantizado para todo el que descansa en Jesús. Yo he creído en la propiciación, he creído en Jesús crucificado y, por lo tanto, mis pecados son ahora y para siempre en mi lugar. ¡Cuánto gozo produce esto! ¡Qué felicidad ser perfectamente perdonado! Mi alma consagra todas sus virtudes a Jesús, quien, por su impagable amor, se hizo mi fiador y obró mi redención por medio de su sangre. ¡Qué riquezas de gracia exhibe el gratuito perdón! ¡Perdona totalmente, plenamente, gratuitamente y eternamente! Aquí hay una constelación de portentos. Y cuando pienso cuán horrendos fueron mis pecados, cuán preciosas las gotas de sangre que me limpiaron de ellos y cuán llena de gracia la forma por la cual el perdón me fue concedido, adoro a Dios con profundo agradecimiento. Me inclino delante del trono que me absuelve, abrazo la cruz que me liberta y, de aquí adelante, sirvo todos los días al Dios humanado por quien soy esta noche un alma perdonada.

Charles Haddon Spurgeon.

sábado, 26 de noviembre de 2016

GRATITUD EN LA ADVERSIDAD - En Contacto con el Dr. Charles Stanley



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CÓMO REACCIONAR ANTE LA ADVERSIDAD - En Contacto con el Dr. Charles Stanley



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CRECIMIENTO EN LA ADVERSIDAD - En Contacto con el Dr. Charles Stanley



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UNA MIRADA ANALÍTICA A LA ADVERSIDAD - En Contacto con el Dr. Charles S...



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LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 26

“Se alegrarán y verán la plomada en la mano de Zorobabel”. Zacarías 4:10.

LAS pequeñeces marcan el principio de la obra en la mano de Zorobabel, pero ninguna de ellas debe ser despreciada, pues el Señor ha levantado a uno que perseverará hasta que saque la primera piedra con aclamaciones. La plomada estaba en buenas manos. Aquí reside el consuelo de todo creyente en el Señor Jesús. No importa que la obra de gracia sea siempre tan pequeña en sus principios. La plomada está en buenas manos. Un maestro de obras mayor que Salomón ha emprendido la edificación del templo celestial y él no dejará ni se desanimará hasta acabar el edificio. Si la plomada estuviera en la mano de un ser meramente humano, podríamos temer por el edificio, pero el gozo del Señor prosperará en las manos de Jesús. Las obras no prosiguieron irregularmente y sin cuidado, pues la mano del constructor tiene una buena herramienta. Si las murallas hubieran sido edificadas sin la debida dirección habrían estado fuera de la línea perpendicular, pero la plomada fue usada por el eximio oficial. Jesús está siempre vigilando la erección de su templo espiritual para que sea edificado con seguridad y arte. Nosotros optamos por la prisa, Jesús opta por la prudencia. El usará la plomada, y lo que está fuera de línea tiene que ser derribado. De ahí el fracaso de muchas obras lisonjeras, la ruina de muchas brillantes profesiones. No nos corresponde a nosotros juzgar a la Iglesia del Señor, pues Jesús tiene mano firme y buena vista, y puede usar bien la plomada. ¿No nos regocijamos de ver que el juicio le ha sido confiado a él? La plomada estaba en actividad, pues estaba en la mano del constructor, indicio seguro de que él se propone proseguir la obra hasta su culminación. ¡Oh, Señor Jesús, cómo nos alegraríamos, en realidad, si pudiésemos verte en tu gran obra! ¡Oh Sión, la hermosa, tus muros están aún en ruina! Levántate, glorioso Edificador, y haz que sus desolaciones se regocijen en tu venida.

Charles Haddon Spurgeon.

viernes, 25 de noviembre de 2016

La perspectiva de Dios sobre el pecado - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 25

“Mas a Moisés dice: Tendré misericordia del que tendré misericordia, y me compadeceré del que me compadeceré”. Romanos 9:15.

CON estas palabras el Señor, en la forma más clara, reclama el derecho de dar o de retener su misericordia, de acuerdo con su soberana voluntad. Como un monarca es investido con la prerrogativa de vida y muerte, así el Juez de toda la tierra tiene derecho a perdonar o condenar al culpado como mejor le parezca. Los hombres, por sus pecados, han perdido todo derecho ante Dios; por lo tanto, lo que merecen es perecer por sus pecados y, si efectivamente perecieran todos, no tendrían razón de lamentarse. Si el Señor se adelanta para salvar a alguno, lo puede hacer si los designios de la justicia no son contrariados; pero si él cree mejor dejar que el condenado sufra la justa sentencia, ninguno puede denunciarlo ante el tribunal. Necios e impúdicos son todos los discursos acerca de los derechos que tienen los hombres a ser colocados sobre la misma base. Ignorantes y peor que ignorantes son los debates contra la elección que hace la gracia, debates que sólo muestran las rebeliones de la soberbia naturaleza humana contra la corona y cetro de Jehová. Cuando se nos lleva a ver tanto nuestra completa ruina y demérito como la justicia del veredicto divino contra el pecado, no cavilemos más ante la verdad de que el Señor no está obligado a salvarnos y, si él opta por salvar a otros, no murmuremos como si Dios estuviera haciendo una injuria, sino entendamos que si él determina mirarnos, lo hará como un acto de soberana bondad, por la cual bendeciremos su nombre para siempre. ¿Cómo los que son objeto de la divina elección adorarán suficientemente la gracia de Dios? Ellos no tienen de qué jactarse, pues la soberanía excluye la jactancia completamente. Únicamente la voluntad del Señor tiene que ser glorificada, y la sola idea de méritos humanos es echada fuera con eterno desprecio. No hay en las Escrituras una doctrina que humille más que la doctrina de la elección; ninguna que promueva más la gratitud y, en consecuencia, la santificación. Los creyentes no tienen que temer esta doctrina, sino regocijarse en ella con adoración.

Charles Haddon Spurgeon.

jueves, 24 de noviembre de 2016

La mayor tragedia de todas - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 24

“Un poco de sueño, cabeceando otro poco, poniendo mano sobre mano otro poco para volver a dormir, vendrá como caminante tu necesidad y tu pobreza como hombre de escudo”. Proverbios 24:33-34.

EL peor de los haraganes sólo busca un poco de sueño; se indignaría si lo acusaran de absoluta ociosidad. “Un poco de poner mano sobre mano para dormir”, es todo lo que apetece, y tiene una multitud de razones para demostrar que ese abandono es muy conveniente. Sin embargo, por esos “pocos” el día declina, el tiempo para trabajar termina y el campo está cubierto de espinas. Es por “pequeñas” demoras que los hombres arruinan sus almas. No tienen intención de dilatar por años; afirman que dentro de pocos meses se presentará un tiempo más propicio. Si tú lo quieres, ellos atenderán mañana las cosas serias; porque el momento presente lo tienen tan ocupado y es tan inconveniente que ruegan que se les excuse. A semejanza de la arena de un reloj, el tiempo pasa, la vida se disipa poco a poco y el tiempo de la gracia se pierde por un poco de sueño. ¡Oh! Dios quiera que seamos sabios, que aprisionemos la hora que vuela y que aprovechemos los momentos que huyen sobre alas. Que el Señor nos enseñe esta sagrada sabiduría, porque, de otra manera, una espantosa pobreza nos aguarda, pobreza eterna que deseará una gota de agua y la mendigará en vano. Como un caminante que sigue invariablemente su camino, la pobreza alcanza al perezoso y la ruina vence al indeciso. Cada hora acerca más al tímido perseguidor, quien no se detiene junto al camino, pues está al servicio de su patrón y no puede demorar. Como un hombre armado entra con autoridad y potestad, así la pobreza le vendrá al ocioso y la muerte al impenitente, y no escaparán. ¡Oh!, si los hombres fueran sabios, a tiempo, y buscaran diligentemente al Señor, antes que amanezca el solemne día cuando será demasiado tarde para arar y sembrar, demasiado tarde para arrepentirse y creer. En el tiempo de la cosecha es inútil lamentarse de que la siembra fue descuidada. Todavía la fe y la santa decisión están a tiempo. Que podamos obtenerlas esta noche.

Charles Haddon Spurgeon.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Me arrepiento - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LOS DIEZ MANDAMIENTOS - PR. SAMUEL E. MASTERS

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 23

“Súbete sobre un monte alto”. Isaías 40:9.

TODOS los creyentes debieran tener sed de Dios, del Dios vivo, y ansiar subir al monte del Señor y verlo cara a cara. No debemos quedar satisfechos con las nieblas del valle cuando nos aguarda la cima del Tabor. Mi alma ansía beber abundantemente de la copa reservada para los que alcanzan la cima del monte y bañan sus frentes en el cielo. ¡Cuán puro es el rocío de los collados, cuán fresco el aire de las montañas, cuán ricos los alimentos de los que habitan en lo Alto, cuyas ventanas miran hacia la Nueva Jerusalén! Muchos santos se conforman con vivir como los obreros de las minas de carbón, que no ven el sol; muchos comen polvo como las serpientes cuando podrían gustar el delicioso manjar de los ángeles. Muchos creyentes se satisfacen con vestir el traje del minero, cuando podrían ponerse las ropas reales; las lágrimas desfiguran sus rostros cuando podrían ungirlos con óleo celestial. ¿Estoy yo satisfecho de que muchos creyentes se consuman en un calabozo cuando pueden andar sobre el techado de un palacio y ver la tierra agradable y el Líbano? ¡Levántate, oh creyente, de tu mísera condición! Abandona tu dureza, tu letargo, tu frialdad y todo lo que obstaculiza tu casto y puro amor a Cristo, el Esposo de tu alma. Haz de él la fuente, el centro y la circunferencia de todos los placeres de tu alma. ¿Qué encanto encuentras en la insensatez de permanecer en un pozo cuando puedes sentarte en un trono? No vivas más en las tierras bajas de la esclavitud, ahora que la montaña de la libertad te es concedida. No quedes satisfecho por más tiempo con tus insignificantes adquisiciones, sino avanza hacia cosas más sublimes y celestiales. Aspira a una vida más elevada, más noble, más plena. ¡Elévate al cielo, más cerca de Dios!
Cristo, ven más cerca
Dame gozo, paz, perdón;
Cerca, sí, más cerca
De mi corazón.

Charles Haddon Spurgeon.

martes, 22 de noviembre de 2016

TIEMPO DE LLORAR – Wesley L. Duewel


En ocasiones, Dios nos llama a derramar lágrimas (Eclesiastés 3:4); lo cual equivale a un llamamiento a la empatía, a una vicaria e intercesora identificación con otros. Entonces, debemos asegurarnos de orar en primera persona del plural y no en tercera; tenemos que identificarnos con los que están en necesidad, en vez de condenarlos y acusarlos. En lugar de pedir: “Señor, perdónalos por ser tan fríos”, deberíamos orar diciendo: “Señor, perdónanos como iglesia por estar tan apagados; ayúdanos a amar más, a orar más, a ser más eficaces para ti…”

     Hay varias razones por las cuales creo que la situación actual de nuestro mundo requiere lágrimas:
     Deberíamos llorar porque la humanidad ha dejado a Dios. Las naciones se han olvidado de El (Salmo 9:17); no quieren retener el conocimiento del Señor (Romanos 1:28); muestran desprecio por la constante benignidad, tolerancia y paciencia de Dios (Romanos 2:4); a menudo se endurecen a causa de los juicios divinos y por el hecho de segar lo que han sembrado (Romanos 2:5; Apocalipsis 16:21). Por estas razones deberíamos llorar por nuestro mundo, clamando: “¡Señor, perdona a nuestra raza desobediente!
     Deberíamos llorar porque el pecado se multiplica. Los malos hombres están yendo de mal en peor, engañando y siendo engañados (2 Timoteo 3:13). Los pecados enumerados en 2 Timoteo 3:1-5 resultan demasiado evidentes: el amor al yo antes que a Dios, la vanagloria, la soberbia, la blasfemia, la desobediencia a los padres, la ingratitud, la impiedad, la falta de afecto natural, la implacabilidad, la calumnia, la intemperancia, la crueldad, el aborrecimiento de lo bueno, la traición, la impetuosidad, la infatuación y el amor a los deleites más que a Dios. Todas estas cosas, combinadas con los pecados groseros de la perversión sexual, las violaciones y la pornografía han endurecido nuestra conciencia nacional. El crimen se ha extendido; y el terrorismo, el sadismo y la crueldad calculada han alcanzado proporciones inimaginables. La guerra es todavía más terrible, y la paz parece siempre precaria. El hombre da la impresión de estar al borde de destruirse a sí mismo… ¿Qué podemos hacer sino clamar con lágrimas en los ojos: “¡Señor, ten misericordia de nuestra raza pecadora!”?
     Deberíamos llorar porque como iglesia estamos demasiado apagados y faltos de poder. Podemos dar gracias a Dios por los creyentes consagrados que hay en muchas partes del mundo, y por lo que El está haciendo a través de ellos; pero el mundo ha perdido el respeto por la Iglesia Cristiana en general, ya que no proporcionamos a Dios la gloria que debiéramos.
Tenemos “nombre de que vivimos”, pero muy a menudo estamos espiritualmente muertos (Apocalipsis 3:1). Nos falta ese poder que debiera ser testimonio al mundo de espiritualidad y devoción (2 Timoteo 3:5). Se percibe asimismo una desviación o un abandono de la sana doctrina, y las sectas falsas se multiplican (2 Timoteo 4:3,4). Con demasiada frecuencia, nuestra condición espiritual está representada por la iglesia de Laodicea: no nos damos cuenta de lo espiritualmente tibios, miserables, pobres, ciegos y desnudos que estamos para Dios (Apocalipsis 3:17). ¡Qué pequeño porcentaje de buenas iglesias evangélicas se caracterizan realmente por el avivamiento, la ganancia constante de nuevas almas por la mayoría de los miembros y la participación sacrificial en la empresa misionera! Necesitamos llorar por nosotros mismos, y pedirle a Dios: “¡Señor, avívanos otra vez!”.
     Deberíamos llorar porque siendo el pueblo de Dios estamos dormidos. “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño… La noche está avanzada, y se acerca el día” (Romanos 13:11, 12). Es vergonzoso que hayamos estado durmiendo en tiempo de siega (Proverbios 10:5). Hemos perdido en gran medida la pasión de testificar y de ganar almas que caracterizaba a la Iglesia primitiva; nos alteran los pecados flagrantes, pero no nos sentimos inquietados por aquellos cristianos que jamás han ganado un alma para Cristo, por esos otros cuya oración gira en su mayor parte en torno a ellos mismos y que raras veces lloran por el mundo. Ante nosotros tenemos las mieses mayores y más blancas que haya habido desde Pentecostés, y sin embargo llevamos una vida como si nada pasara. Tendemos a jugar a la iglesia o a considerar las misiones como un mero pasatiempo en lugar de cómo la mayor tarea del cuerpo de Cristo ¡Quiera Dios movernos a las lágrimas! “¡Señor, despiértame, y avívanos vez tras vez a mí y a mi iglesia!”
     Deberíamos llorar por lo cerca que está la segunda venida de Cristo y lo incompleto de nuestra labor. Entre las condiciones que se indican en las Escrituras como previas al regreso de nuestro Señor, sólo parece faltar una: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14). El gran encargo que Jesús dio a sus discípulos congregados como representación de la iglesia de todas las edades, fue el de llegar la mundo entero; sin embargo, probablemente una cuarta parte de toda la gente del planeta jamás ha oído siquiera el nombre de Jesucristo, mientras que la mitad no podrá tomar una decisión inteligente en cuanto a recibirle como Salvador personal. Las frías estadísticas tal vez no nos conmuevan; pero deberíamos recordar que cada número representa a un individuo real que habrá de pasar la eternidad ya sea en el cielo o en el infierno.

Fragmento tomado del libro CAMBIE EL MUNDO A TRAVES DE LA ORACION de Wesley L. Duewel

Arrepentimiento continuo - Nancy DeMoss de Wolgemuth

¿Cómo sabes que verdaderamente te has arrepentido de tu pecado?

Programas de la serie

Tomado de Nancy Leigh DeMoss. Programa radial emitido Noviembre 22, 2016. www.AvivaNuestrosCorazones.com.

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 22

“La virtud de su resurrección”. Filipenses 3:10.

LA doctrina de un Salvador resucitado es sumamente preciosa. La resurrección es la piedra de esquina de todo el edificio del cristianismo; es la clave del arco de nuestra salvación. Se necesitaría un volumen para describir todas las corrientes de aguas vivas que fluyen de este sagrado manantial: la resurrección de nuestro querido Señor y Salvador Jesucristo. Pero saber que Jesús resucitó y tener a la vez comunión con él; departir con el Salvador resucitado después de haber adquirido nosotros una vida resucitada; verlo abandonar la tumba de la mundanalidad, es en realidad más precioso. La doctrina es la base de la experiencia; pero así como la flor es más hermosa que la raíz, así también la experiencia de la comunión con el Salvador resucitado es más hermosa que la doctrina misma. Desearía que creyeras que Cristo resucitó de entre los muertos, tanto como para cantar acerca de ese hecho, y que extrajeras de ese acontecimiento bien comprobado y atestiguado toda posible consolación; pero te ruego que no te conformes con eso. Aunque no puedes, como los discípulos, verle en persona, te ruego, sin embargo, que procures ver a Cristo Jesús con los ojos de la fe; y aunque, a semejanza de María Magdalena, no te sea posible “tocarlo”, puedes, no obstante, tener el privilegio de platicar con él y saber que ha resucitado, habiendo tú mismo resucitado en él a una vida nueva. Conocer a un Salvador crucificado que crucificó todos mis pecados es, en verdad, un conocimiento muy elevado; pero conocer a un Salvador resucitado, que me justificó, y saber que me dio nueva vida, habiéndome concedido ser una nueva criatura por medio de su nueva vida, es, en realidad, una experiencia superior. Nadie debe quedar satisfecho hasta alcanzar esto. ¡Ojalá puedas “conocerlo a él y la virtud de su resurrección”! ¿Por qué las almas que han resucitado con Jesús han de vestir las mortajas de la mundanalidad? ¡Levántate porque el Señor ha resucitado!

Charles Haddon Spurgeon.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Un mensaje vital - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 21

“Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa, juntamente con él”. Juan 12:2.

LÁZARO es digno de ser envidiado, pues si era bueno ser Marta y servir, era mejor ser Lázaro y estar a la mesa con Jesús. Hay tiempo para todas las cosas y cada cosa es agradable en su sazón, pero ninguno de los árboles del huerto produce racimos como los de la vida de la comunión. Sentarse con Jesús, oír sus palabras, observar sus actos, gozar de sus sonrisas, fue un favor tan grande que habrá hecho de Lázaro un hombre tan feliz como lo son los ángeles. Cuando tuvimos la suerte de recrearnos con nuestro Amado en su casa de banquete, no hubiéramos dado ni la mitad de un suspiro por todos los reinos del mundo si con eso los hubiésemos podido comprar.
Lázaro es digno de ser imitado. Hubiera sido extraño que Lázaro no hubiese estado a la mesa donde estaba Jesús, pues él, cuando estaba muerto, fue resucitado por Jesús. Además, hubiese sido un acto de ingratitud el que Lázaro estuviese ausente cuando, el Señor que le dio vida, estaba en su casa. Nosotros también estábamos una vez muertos; sí y, como Lázaro, hediendo en el sepulcro del pecado, pero Jesús nos levantó y, por su vida, nosotros vivimos. ¿Podríamos nosotros conformarnos con vivir distanciados de él? ¿Dejamos de recordarlo en su mesa, donde él propone deleitarse con sus hermanos? ¡Oh! Esto es cruel. Debemos arrepentirnos y hacer como él nos ha mandado, pues su última voluntad debiera ser ley para nosotros. Si Lázaro hubiera vivido sin una constante comunión con uno de quien los judíos dijeron: “¡mirad cómo lo amaba!”, habría sido vergonzoso para él. ¿Y va a ser excusable una actitud semejante para nosotros, a quienes Jesús ha amado con un amor eterno? Si Lázaro se hubiese mostrado frío para con Jesús, que lloró sobre su cuerpo muerto, habría demostrado mucha insensibilidad. ¿Y qué demostraría en nosotros una actitud igual, si consideramos que Jesús no sólo lloró sino dio su sangre? Ven, hermano que lees esta porción, volvámonos a nuestro celestial Esposo y supliquemos a su Espíritu que podamos estar en una relación más íntima con él y que de aquí en adelante, nos sentemos a la mesa con él.

Charles Haddon Spurgeon.

domingo, 20 de noviembre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 20

“Los conejos, pueblo nada esforzado, y ponen su casa en la piedra”. Proverbios 30:26.

CONSCIENTES de su natural debilidad, los conejos, recurren a las madrigueras de las rocas donde se sienten protegidos de sus enemigos. Corazón mío, disponte a sacar una lección de este “pueblo nada esforzado”. Tú eres tan débil como un tímido conejo y estás expuesto a los peligros como él, sé, pues, sabio y busca un refugio. Mi mejor seguridad se halla en las fortalezas del inmutable Jehová, donde sus inalterables promesas permanecen como gigantescas murallas de roca. Será un bien para ti, corazón mío, si siempre puedes ocultarte en los baluartes de sus gloriosos atributos, todos los cuales son garantía de seguridad para los que ponen su confianza en él. Yo, bendito sea el nombre del Señor, lo hice así y me hallé con David en Adullam, protegido de la crueldad de mis enemigos. Yo no tengo ahora que buscar la felicidad del hombre que pone su confianza en el Señor, porque, hace tiempo, cuando Satanás y mis pecados me acosaban, huí a la hendidura de la roca, Cristo Jesús, y hallé en su costado herido un seguro refugio. Corazón mío, corre de nuevo a él esta noche, sea cual fuere el pesar que te acongoja. Jesús se conduele de ti; Jesús te consuela; Jesús te ayudará. Ningún monarca en su inexpugnable fortaleza está más seguro que el conejo en su rocosa madriguera. El dueño de diez mil carrozas no está un ápice mejor protegido que el animalito que habita en la hendidura de una montaña. En Jesús, el débil es fuerte y el indefenso está seguro. No podría ser más fuerte si fuera un gigante ni estar más seguro si estuviese en el cielo. La fe da a los hombres en la tierra la protección del Dios del cielo. Más no pueden necesitar y tampoco necesitan desear. Los conejos no pueden construir un castillo pero se valen de lo que ya existe. Yo no puedo hacer mi refugio, pero Jesús me lo proveyó, el Padre me lo dio y su Espíritu me lo reveló y, he aquí, otra vez esta noche entro en él y me protejo de todos mis enemigos.

Charles Haddon Spurgeon.

sábado, 19 de noviembre de 2016

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 19

“¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!” Job 23:3.

EN los momentos más angustiosos de su vida, Job clamó en busca del Señor. El ansioso deseo de un afligido hijo de Dios es ver una vez el rostro de su Padre. Job no dijo en su primera oración: “¡Oh si pudiese ser sanado de la enfermedad que en este momento ulcera todo mi cuerpo!” Ni tampoco dijo: “¡Oh si me fuesen restituidos los hijos que me tragó el sepulcro y me fuese devuelta la prosperidad que me arrebató la mano del despojador!” La primera y suprema oración de Job fue, más bien, la siguiente: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! ¡Yo iría hasta su silla!” Cuando la tormenta se acerca, los hijos de Dios corren hacia el hogar. Es el instinto celestial de un alma bondadosa lo que la lleva a buscar refugio de todos los males bajo las alas de Jehová. La frase “El que hizo de Dios su refugio” puede servir de título a cualquier verdadero creyente. Un hipócrita, cuando es afligido por Dios, se ofende por el castigo y, a semejanza de un esclavo, huiría del Señor que lo castigó. Pero no acontece así con el verdadero heredero del cielo: él besa la mano que lo hirió y procura protegerse del castigo refugiándose en el pecho de Dios que se disgustó con él. El deseo de Job de conversar con Dios se intensificó por el fracaso de los otros medios de consolación. El patriarca se apartó de sus malvados amigos y se dirigió al trono celestial, en la misma forma en que un viajero se aparta de su vacío odre y se dirige rápidamente al manantial. Job se despidió de las esperanzas terrenales y clamó diciendo: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!” Nada nos enseña tanto el valor del Creador como el conocer la variedad de cuanto nos rodea. Apartándonos con profundo desprecio de las colmenas de la tierra donde no se halla miel, sino una multitud de filosos aguijones, regocijémonos en Aquel cuya fiel palabra es más dulce que la miel del panal. En todas las aflicciones debiéramos primero procurar creer en la realidad de que la presencia de Dios está con nosotros. Regocijémonos sólo en su sonrisa, y entonces podremos llevar nuestra diaria cruz por su causa con un corazón dispuesto.

Charles Haddon Spurgeon.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Calle Fulton - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 18

“Tú eres eternalmente”. Salmo 93:2.

CRISTO es eterno. De él podemos cantar con David; “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo”. Regocíjate, creyente, en Jesucristo, el mismo ayer, hoy y por los siglos. Jesús siempre fue. El niño nacido en Belén se unió al Verbo, que era en el principio, y por quien todas las cosas fueron hechas. El título por el cual Cristo se reveló a Juan en Patmos era el siguiente: “El que es y el que era y el que ha de venir”. Si él no fuera Dios desde la eternidad, no podríamos amarlo tan devotamente, no podríamos comprobar si él tuvo alguna parte en el amor eterno, que es la fuente de todas las bendiciones del pacto. Pero, puesto que él fue desde toda la eternidad con el Padre, descubrimos que la fuente del divino amor tenemos que atribuirla tanto a él, que es el Hijo, como al Padre y al Espíritu Santo. Como nuestro Señor siempre fue, así también es para siempre. Jesús no está muerto. “El vive para siempre para interceder por nosotros”. Acude a él en todo tiempo de necesidad, pues él está aguardando para bendecirte aún más. Además, Jesús, nuestro Señor, siempre será. Si el Señor reserva tu vida hasta los setenta años, hallarás que su purificadora fuente todavía está abierta y que su preciosa sangre no ha perdido su virtud; encontrarás también que el Sacerdote que llenó la fuente de salud con su sangre, vive para limpiarte de toda iniquidad. Cuando sólo te quede para pelear tu última batalla, hallarás que la mano de tu glorioso Capitán no se debilitó y que el viviente Salvador animará al santo que agoniza. Cuando entres en el cielo encontrarás allí a Jesús mostrando el rocío de su juventud; y a lo largo de la eternidad, el Señor Jesús seguirá siendo la fuente perenne del gozo, de la vida y de la gloria de su pueblo. De esta fuente sagrada puedes sacar aguas vivas. Jesús siempre fue, siempre es y siempre será. El es eterno en todos sus atributos, en todas sus funciones, en todo su poder; y está deseoso de bendecir, confortar, guardar y coronar a su pueblo elegido.

Charles Haddon Spurgeon.

jueves, 17 de noviembre de 2016

El resultado de la honestidad - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 17

“El que cortare leña, en ella peligrará”. Eclesiastés 10:9.


LOS tiranos podían conseguir lo que querían de los pobres y necesitados con la misma facilidad con que se corta leña en el bosque; pero tuvieron que pensarlo bien, pues es ese un asunto peligroso y muchas veces una astilla de un árbol ha muerto al leñador. Jesús se siente perseguido en cada santo que es injuriado, pero es poderoso para defender a sus amados. Debe temblarse ante el buen éxito de la vejación del pobre y del necesitado. Si los perseguidores no corren peligro aquí, lo correrán en mayor escala en el más allá. Cortar leña es un trabajo común de todos los días; sin embargo, tiene sus peligros. Así también, lector, hay peligro en cuanto a tu vocación y vida diaria y sería bueno que te dieras cuenta de ese peligro. No nos referimos a los peligros de tierra y mar o de enfermedad y muerte repentina, sino a los peligros de orden espiritual. Quizás tu ocupación sea tan humilde como el cortar leña; pero, sin embargo, el diablo puede tentarte en ella. Quizás seas un sirviente, un peón de campo o un mecánico y, posiblemente, no corras el riesgo de ser tentado por los vicios más groseros; sin embargo, puedes ser dañado por algún pecado secreto. Los que están en casa y no se mezclan con el mundo malvado pueden, no obstante, ser comprometidos por su mismo aislamiento. En ninguna parte está seguro el que piensa estarlo. El orgullo puede entrar en el corazón de un hombre pobre; la avaricia puede predominar en el pecho de un aldeano; la impureza puede introducirse en el hogar más tranquilo y la ira, la envidia y la malicia pueden insinuarse en las residencias más rústicas. Podemos pecar aun hablando pocas palabras a un sirviente. Una simple compra en un comercio puede ser el primer eslabón de una cadena de tentaciones. El solo mirar a través de una ventana puede ser el principio de un mal. ¡Oh, Señor, cuán expuestos estamos! ¿Cómo nos protegeremos? El cuidarnos a nosotros mismos es obra demasiado difícil para nosotros; sólo tú puedes preservarnos en un mundo lleno de males. Extiende tus alas sobre nosotros y nosotros, como polluelos, nos pondremos bajo de ellas y nos sentiremos seguros.

Charles Haddon Spurgeon.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

3 maneras de odiar a tu familia - Jeanne Harrison

No se aceptan actrices - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 16

“Tus ojos verán al Rey en su hermosura”. Isaías 33:17.

CUANTO más sepas acerca de Cristo, menos estarás satisfecho con opiniones superficiales en cuanto a él; y cuanto más profundamente estudies los convenios del eterno acto, los compromisos de Cristo como eterno Fiador y la plenitud de su gracia, que brilla en todas sus funciones, más realmente verás al Rey en su hermosura. Ocúpate mucho en estas cosas. Ansía más y más ver a Jesús. La meditación y la contemplación son a menudo semejantes a las ventanas de ágata y a las puertas de carbunclo a través de las cuales contemplamos al Redentor. La meditación pone el telescopio en el ojo y nos habilita para ver a Jesús de un modo mejor que si lo hubiéramos visto en los días de su carne. ¡Dios quiera que pensemos más en el cielo y que tengamos una relación más estrecha con la persona, la obra y la hermosura de nuestro encarnado Señor! Si meditásemos más, la hermosura del Rey resplandecería sobre nosotros con mayor resplandor. Amado, es muy probable que cuando estemos por morir, tengamos la más clara visión de nuestro glorioso Rey. Muchos santos, estando en agonía, miraron desde las borrascosas aguas y vieron a Jesús andando sobre las olas de la mar y diciendo: “Yo soy; no temáis”. ¡Ah! Sí, cuando nuestra vivienda empiece a moverse y caiga el revoque, entonces veremos a Cristo a través de las grietas, y la luz del cielo entrará ondeando entre los tirantes. Pero si queremos ver cara a cara al “Rey en su hermosura”, tenemos que ir al cielo, o el Rey tiene que venir a nosotros en su segunda venida. ¡Oh si viniese ahora sobre las alas del viento! El es nuestro Esposo y nosotros, en su ausencia estamos como viudas; él es nuestro Hermano querido y hermoso; sin él estamos solos. Espesos velos y oscuras nubes penden entre nuestras almas y sus verdaderas vidas. ¿Cuándo apuntará el día y huirán las sombras? ¡Oh día largamente esperado, empieza ahora!

Charles Haddon Spurgeon.

martes, 15 de noviembre de 2016

Sin Secretos - Nancy DeMoss de Wolgemuth

LECTURAS VESPERTINAS – NOVIEMBRE 15

“Confirma, oh Dios, lo que has obrado en nosotros”. Salmo 68:28.

APARTE de ser signo de sabiduría es también nuestro deber el suplicar a Dios continuamente que confirme lo que ha obrado en nosotros. Es por haber descuidado esto que muchos cristianos llegan a sentirse culpables de las pruebas y aflicciones de espíritu que se originan en la infidelidad. Es cierto que Satanás procura anegar el hermoso jardín del corazón y transformarlo en un lugar de desolación, pero es también cierto que muchos cristianos dejan abiertas las compuertas y dejan entrar el espantoso diluvio por el descuido y la falta de oración a su poderoso Ayudador. Nos olvidamos a menudo que el Autor de nuestra fe debe ser también el Preservador de la misma. La lámpara que ardía en el templo nunca debía apagarse; cada día tenía que ser llenada con óleo nuevo. Así también nuestra fe, sólo puede vivir cuando es alimentada por el óleo de la gracia, el que únicamente podemos obtener de Dios. Si no adquirimos el necesario aceite para nuestras lámparas demostraremos ser vírgenes insensatas. El que hizo el mundo también lo sustenta; de lo contrario, caería con un tremendo estrépito. El que nos hizo cristianos tiene que sustentarnos con su Espíritu; de lo contrario, nuestra ruina será rápida y final. Acerquémonos, pues, noche tras noche a nuestro Señor, para obtener la gracia y la fortaleza que necesitamos. El sólido argumento de nuestra petición es que lo que le pedimos que confirme es su obra de gracia, es decir, como lo dice el texto “lo que has obrado en nosotros”. ¿Crees que el Señor dejará de proteger o sustentar esa obra de gracia? Si tu fe se prende únicamente del poder del Señor, todas las fuerzas de las tinieblas, guiadas por el diablo, señor del infierno, no podrán arrojar siquiera una nube o una sombra sobre tu gozo y paz. ¿Por qué sufres derrotas cuando puedes ser conquistador? ¡Oh!, toma tu vacilante fe y tus lánguidas gracias y llévalas a Aquel que puede hacerlas revivir y dile con fervor: “Confirma, oh Dios, lo que has obrado en nosotros”.

Charles Haddon Spurgeon.